Claro que es pura ironía eso de “mujer sonriente” en el título de los cuentos completos que Margaret Drabble escribió a lo largo de 40 años. La realidad es que aquellas mujeres que sonríen para el afuera, se encuentran divididas entre su deseo y la vida que llevan.
Drabble nació en Yorkshire en 1939, y además de ser una de las voces más sobresalientes de la literatura británica, la crítica suele asociarla a esa gran ola de ficción feminista que conformó la generación de Doris Lessing, Angela Carter, Toni Morrison, y AS Byatt (hermana de Drabble y con la cual está enemistada). Aunque Drabble –que antes de volcarse a la escritura era una actriz reconocida integrante de la Royal Shakespeare Company– reniega de aquella consideración. “Tiendo a mirar al feminismo como un efecto secundario. Durante la Segunda Guerra Mundial los hombres se fueron a pelear y muchas mujeres de todos los niveles sociales en esos años, consiguieron trabajo, como docentes o en fábricas. Cuando los hombres regresaron se acabó, y un sentimiento de injusticia comenzó a crecer. Si bien a las mujeres se las alentó a ir a la universidad, cuando salieron, ¿qué se suponía que debían hacer? Tener bebés y quedarse en casa. Allí aparecieron escritoras como Fay Weldon, Margaret Atwood y Sylvia Plath, ejemplo perfecto de mujeres con ambiciones altas y, que sin embargo, se encontraron cuidando niños. Mary McCarthy, tiene excelentes descripciones sobre adaptarse a la vida con bebés, sin dudas sabía lo que era tener una familia y los conflictos que eso trae”.
La incomodidad de las mujeres en los cuentos de Drabble, está desde el comienzo. “Una victoria pírrica”, es el primer cuento que la autora escribió (no el primero del libro ordenado por fecha de publicación) a fines de los años 50 mientras era estudiante de Letras en Cambridge; y allí quizás, esté el núcleo duro de lo que vendrá. En ese cuento, dos parejas jóvenes están de excursión por el bosque. Anne, está exhausta y muerta de hambre, tiene los tobillos arañados y una nube de insectos le revolotea, pero no se anima a decir lo que le pasa. La flor de la pasión que hace un rato le regaló su novio Charles, la lleva marchita en su mano. Drabble nos hace saber que esa chica no la está pasando bien. Con gran maestría para las cosas simples, va trazando un mapa del sufrimiento femenino, entre el sometimiento (y no sólo al hombre, sino a todo) y la culpa. Y el cuerpo como denuncia: “Su cuerpo le pedía a gritos que ya no podía dar un paso más pero ella no lo escuchaba”. Ese tópico (el del cuerpo) es llevado al extremo en el cuento que da título al libro, donde “la mujer sonriente” en este caso es Jenny Jamieson, una actriz famosa que lo tiene todo pero su vida se derrumba. Y termina dando un discurso ante una multitud sobre la libertad femenina mientras se siente enferma y no logra parar una hemorragia. Pero atención: el lector no va a encontrar nada de linealidad en el planteo de la devoción y entrega femenina al otro sin restricciones. “La viuda alegre” arranca así: “Cuando Philip murió, sus amigos y colegas supusieron que Elsa cancelaría las vacaciones. Elsa sabía que eso sería precisamente lo que ellos supondrían, pero lo cierto es que ella no tenía ninguna intención de cancelarlas.” Lo cierto es que Elsa no solo empezará a preparase a su gusto el gin-tonic cada noche, sino que iniciará un viaje interior que la hará descubrir quién es en realidad. (“Y yo -pensó Elsa - sigo viva…respiró profundamente. Se armó de valor.”).
El relato que abre el libro es quizás el más chejoviano de la obra, por lo despojado dentro del estilo general de Drabble - que si bien nunca pierde la coloquialidad y la simpleza, también puede ser detallista y poético-. Gira en torno a una pareja de luna de miel en Marruecos. La cámara hace foco apenas en un par de situaciones con diálogos anodinos entre los flamantes esposos, pero Drabble logra con tan escasos recursos, que el lector palpe la tensión de experimentar ese otro tan cercano, tan único, de repente, como un extraño. ¿Qué queda del amado si de pronto le quitamos el revestimiento amoroso? Hay varios cuentos donde se sobrevuela la vida matrimonial, pero también hay cuentos de amantes. Lo interesante es que tanto en uno como en otro, se deja al descubierto el equívoco de la complementariedad. Nunca se está bien, ni al calor del hogar ni en el fragor de lo prohibido.
“Es como si nada hubiera mejorado en 30 años. Hombres y mujeres hoy siguen luchando por quién va delante, molestándose mutuamente de la misma manera que siempre lo han hecho “, expresó Drabble en su última entrevista con The Guardian en su residencia de Londres donde alterna convivencia con su marido, el escritor y biógrafo Michael Holroyd, porque tienen casa separadas. Drabble es Dama Comandante de la Orden del Imperio Británico y dueña de una prolífica carrera que incluye 17 novelas -con las que obtuvo importantes premios - guiones, obras de teatro, las biografías de Arnold Bennett y Angus Wilson y el análisis de las obras de William Wordsworth y Thomas Hardy. En 2006, tras la publicación de su novela The Sea Lady, Drabble anunció que dejaba la literatura pero al poco tiempo volvió. (“Al escribir damos forma a lo que necesitamos ser”). En 2013 publicó La niña de oro puro (llegó a nuestro país el año pasado publicada por Sexto Piso).
El último relato del libro está atravesado por los versos de William Wordsworth, uno de los más importantes poetas románticos ingleses. La protagonista es una profesora de literatura: “Los ojos se me llenaron de lágrimas pensando en el pasado. Había sido joven y feliz, y mi felicidad había quedado impresa en las colinas. ¿Estaba feliz, estaba triste? Quién sabe. Tenía por delante la vejez, la enfermedad, la soledad”.
Drabble llega al final del mismo modo en que empezó, poniendo en cuestión las vidas aparentemente completas de sus mujeres; aunque dejando cada vez, una puerta abierta: la del pensamiento y la subjetividad.