Después de diez años en el mismo colegio de Takoradi, al oeste de Ghana, el profesor Yaw Agyekum decide enfrentar el asunto. “Desde que doy clases de historia aquí, sé que hay toda clase de rumores sobre la cicatriz que llevo en la cara. Pues bien ¿quién quiere contar la historia de por qué la tengo?”, pregunta a una clase de niños azorados. Las respuestas se deshilachan entre maldiciones de dioses o luchas a navajazos contra espíritus rebeldes. Agyekum no niega ni afirma. Sólo dice: “Creemos al que tiene poder. Él es quien consigue contar la historia. Por eso deben preguntarse: ¿De quién es la versión que no me contaron? ¿Qué voz fue silenciada para que ésa se oyese?”.
Volver a casa es una novela edificada sobre esas preguntas. Y más de una decena de personajes intentan contar de qué están hechos sus silencios y cicatrices. Para esto, Yaa Gyasi crea un árbol genealógico desde el siglo XVIII hasta el presente. El planteo narrativo es ambicioso. Pero quien se sumerja, recibirá recompensa. Porque la primera novela de esta autora de origen ghanés que actualmente vive en Berkeley es atrapante y escrita con un fino sentido poético. Su publicación en Estados Unidos en 2016 posicionó a Gyasi –que entonces tenía sólo 26 años– entre las elegidas por la revista Granta. Además, a fines de ese año el New York Times incluyó el texto en su top ten de libros notables. Homegoing (así es su título original) también ganó en 2017 otros premios, como el American Book Awards.
A los dos años, la escritora junto a sus hermanos y sus padres –él, profesor; ella, enfermera y activista feminista– dejaron Ghana y se mudaron a Alabama. La historia de Volver a casa se inició cuando la Universidad de Stanford, donde la autora estudió Literatura, le dio una beca de investigación para volver a su país de origen. “¿Cómo explicar que lo que quería captar era la sensación de haber formado parte de algo que se remontaba hacia atrás en el pasado y dentro de lo cual él y otros seguían existiendo?”, se pregunta Marcus, uno de los personajes, también universitario, también con deseos de investigar sus raíces. Yaasi se hizo ese interrogante durante un recorrido en 2009 por un castillo de Costa del Cabo, donde se inicia la novela. “Aún se respiraba miedo en esas mazmorras oscuras. Ahí empecé a pensar que esta historia tenía que ser contada. Quería estructurarla en el presente, con flashbacks al siglo XVIII. Pero cuanto más escribía, más me interesaba ver el esclavismo, el colonialismo y sus efectos a lo largo del tiempo”, contó luego.
La historia comienza con Maame, esclava acusada de provocar un incendio en una plantación cercana a su aldea. La mujer huye y deja a su hija Effia, recién nacida, cerca de las llamas. La nena sobrevive y con el tiempo, un oficial inglés decide casarse con ella aunque no comprenda el idioma ni las costumbres de esa bellísima chica de piel azabache, cuyo padre es un hombre poderoso con muchas esposas. En el mismo castillo donde Effia goza de cierto bienestar, hay unas cuantas mazmorras. Allí cae Esi (su media hermana), hacinada con otras miles. Al fin, es vendida y llevada al sur de Estados Unidos. La transacción, claro, corre por parte de los tratantes enviados por el imperio británico. Las hermanas jamás se conocerán. El telón de fondo político son las luchas entre asantes y fantes, grupos étnicos de enorme poderío en la Costa del Cabo, donde se formaría Ghana. Ambos se desangraron en guerras civiles tras la irrupción blanca.
Cada capítulo es contado por un hombre o una mujer representativos de su generación y de cada una de las dos líneas de sangre: la de Effia y la de Esi. Así, la novela recorre desde las guerras internas en África hasta la lucha por los derechos civiles en Estados Unidos, pasando la Ley de Esclavos Fugitivos en 1850, el renacimiento de Harlem en los años veinte e incluso la naturalización del consumo de heroína en los setenta. Ahora, en el siglo XXI, dos jóvenes, Marcus Clifton y Marjorie Agyekum, se preguntan sobre la paradoja de sentirse inmigrantes todo el tiempo aunque hayan nacido en San Francisco. De hecho, Marjorie es hija de Yaw, el profesor de historia, y su abuela ghanesa le contará por fin la verdadera historia de la cicatriz que el padre lleva en la cara.
Volver a casa empezó a tomar forma en un departamentito de Iowa donde la escritora se mudó sola por primera vez. A lo largo de tres años, ella fue encontrando sus personajes. Por ejemplo, Ness, hija de la esclava asante Esi, que en 1796 es vendida a una plantación de algodón en Alabama. O Kojo Freeman que llega a Virginia cuando la abolición de la esclavitud era un hecho sólo en los papeles, a mediados del siglo XIX. Su hijo H, a la vez, estará condenado por décadas a trabajar en las minas de carbón sólo por el color de su piel. Akua Collins, descendiente de aquella mujer fante que se casó con un británico, soñará con el fuego sin saber que allí está el origen de su familia. Willie Black y su marido Robert Clifton se mudarán a Harlem en los años veinte: él es mestizo, de piel blanca; ella, no. La segregación racial los obliga a andar separados en la calle. Incluso Clifton cierra la boca cuando unos amigos suyos violan a su esposa en el baño de un club nocturno. El hijo de ambos, Sonny, dirá a mitad de los sesenta: “El problema de América no es la segregación sino el hecho de que es imposible aplicarla. No recuerdo un tiempo donde no haya tratado de alejarme de los blancos. Pero ellos son propietarios de prácticamente todo, incluso de Harlem”. Más tarde se enamorará de una cantante de voz magnífica, Amani, adicta a la heroína, y la seguirá por esos infiernos.
De todos modos, finalmente la autora elige la esperanza como respuesta. No una esperanza amnésica sino aquella florecida en una tierra que, en ambos lados del océano, aún recuerda la sangre derramada.
Gyasi se declara admiradora de Toni Morrison. Pero también dijo que para escribir su libro tuvo en mente Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez. Además, su novela tiene mucho en común con la de otra ghanesa, Taiye Selasi, que en Lejos de Ghana construye un árbol genealógico de hombres y mujeres transplantados de África a Estados Unidos. No es casual que meses atrás, Selasi entrevistara a Gyasi para el New York Times. Ahí, la autora de Volver a casa dijo: “Crecí sabiendo de las múltiples realidades bajo el mismo paraguas: ghanés, fante, asante. América no entiende estas complejidades: aquí, todos somos negritud. Pero una puede crear una pluralidad de identidades dentro de una única persona. Es eso lo que quise contar en mi novela”.