Un millonario desaparece y la policía ofrece una recompensa a quienes puedan ayudar a localizarlo. Lo buscan por una estafa, y su desaparición sucedió justo cuando iban a arrestarlo en su hogar. Dos adolescentes se enteran de la noticia y deciden ir en busca de la recompensa. Son compañeras de la secundaria, y una de ellas –se entera de pronto la más decidida, la que encabeza la búsqueda– supo ser amiga del hijo mayor del millonario. Ante la insistencia de su amiga, ambas se dirigen hacia la opulenta casa en la que una de ellas jugó con su amigo de infancia. Y así es como, de una cámara digital olvidada en medio del amplio parque que rodea el lugar, destinada a sacar fotos de los animales que pasen por ahí, las chicas consiguen una foto que nadie tiene del fugitivo.
Hasta aquí, la nueva obra de John Green parece apenas un sucedáneo de aquellas viejas series de detectives adolescentes que supieron tener su momento en las librerías. De hecho, una de sus protagonistas se apellida Holmes, ni más ni menos. Pero cuando un guardia de seguridad las descubra donde no tienen por qué estar, serán llevadas ante el hijo del millonario, que sigue viviendo en la casa luego de la huida de su padre, junto a su hermano menor. Así es como los dos jóvenes que dejaron de verse justo antes de terminar la infancia se reencuentran y se reconocen, y la trama –hasta allí sospechosamente acelerada– se detiene súbitamente. Y recién entonces es cuando Mil veces hasta siempre, la demorada sucesora del megasuceso mundial que despertó Bajo la misma estrella, empieza finalmente a demostrar no sólo ser capaz de seguir los pasos de aquel éxito sino que también poder ir un poco más lejos.
Porque la excusa detectivesca de su trama es apenas eso, una excusa. Una muy buena excusa, hay que decirlo, porque se mantendrá durante toda la novela e incluso será el hilo del que tirará para empezar a encontrar su desenlace. Pero la verdadera historia de Mil veces hasta siempre es la de Aza Holmes, una adolescente de 16 años encerrada en su propia cabeza, una que le tiende trampas todo el tiempo. Aza –o Holmesy, como la llama con cariño su amiga Daisy Ramírez– sufre de Trastorno Obsesivo Compulsivo, o TOC, que en su caso la pone a merced de pensamientos que toman por asalto su cabeza y de los que no puede escapar. Teme todo el tiempo estar a merced de gérmenes que la terminarán matando, y es ese temor el que –por ejemplo– no le permite besar al que terminará siendo su novio, el amigo millonario. Ambos se conocieron cuando niños superando, él, la muerte de su madre, y ella, la de su padre. En su reencuentro, el que ha desaparecido es su padre, mientras que Aza se aferra al recuerdo del suyo manejando su antiguo coche y atesorando su viejo celular, lleno de fotos familiares.
Una de las claves de las novelas de John Green es que sus personajes no temen pensar en la muerte. Es más, no pueden dejar de pensar en ella, como los adolescentes con cáncer de Bajo la misma estrella, pero siempre lo hacen cara a cara, ni romantizan ni se ponen sentenciosos. Dark a su manera, a pesar de la blancura de la tez de casi todos sus protagonistas, Green tiene un particular don para dar vida a los habitantes de sus novelas. Hay un magnetismo en la construcción de sus personajes, que permite atravesar ciertos esquematismos, como el romance con el chico-rico-con-tristeza que protagoniza Aza, una suerte de extraño sucedáneo del que unía a Hazel con Gus en su novela anterior, la que convirtió a Green en una estrella internacional de la literatura juvenil. Mil veces hasta siempre es su segunda novela narrada a partir de una primera persona femenina, y lo que seguramente ayuda en la candorosa sensación de verdad que transmite es el hecho de transitar –sin miedo a los sentimientos pero sin caer nunca en la sensiblería– lugares que Green conoce muy bien. Después de todo, su padre murió de cáncer y él fue voluntario cuidando adolescentes que luchaban contra lo mismo. Y también lleva conviviendo con su propio TOC desde su temprana infancia, al que supo ahuyentar con la escritura.
En las entrevistas que ha concedido acompañando la edición de su novela, Green explicó que en los seis años que pasaron desde la anterior sufrió la peor recaída de su enfermedad en mucho tiempo. Contó que le resultaba difícil ponerse a escribir sin sentir sobre sus hombros el peso de la mirada de todos los que habían celebrado Bajo la misma estrella. Tal vez por eso Mil veces hasta siempre en algunos momentos pareciera ir y venir, dudar entre qué clase de libro tiene que ser. Pero eso mismo es lo que la convierte en una novela única, que termina siguiendo los devaneos de la mente de su protagonista, al punto de que hay momentos en que termina siendo claustrofóbica, transmitiendo de la manera en que sabe hacerlo Green –siempre empático pero cortando hasta el hueso– los momentos límites de la mente dando vueltas sobre sí misma.
Pero de la misma manera en que Bajo la misma estrella –al menos la novela original– atravesaba sin vueltas un tema limite como el cáncer adolescente, construyendo una historia emotiva, inteligente y divertida a la vez, con Mil veces hasta siempre sucede algo parecido. Los peligrosos desvaríos de la mente de Aza terminan siendo la honesta escenografía de una enternecedora y divertida historia de amistad adolescente, la de la protagonista con su cómplice detective, que en realidad es una joven con un empleo mal pago y al mismo tiempo una celebridad que escribe historias online sobre Star Wars, en las que se pregunta si salir con Chewbacca vendría a ser zoofilia. Y el relato de un amor imposible con un joven privilegiado, que se entera que su padre le ha dejado toda su fortuna a una Tuatara, un extraño lagarto australiano. Todo enmarcado por la personalísima voz de una autor obsesionado por lo mejor que tienen los adolescentes, esa mirada intensa y sin ironía ante el vacío de la existencia, fascinado al acompañarlos cuando lo atraviesan por primera vez. Como el título original de la novela, traducible como Tortugas y más tortugas hasta el infinito, haciendo referencia al mito del animal gigante sobre cuyo caparazón supuestamente descansaba el mundo plano. Y que en la novela no sólo se refiere a la infinita espiral enfermiza capaz de atrapar el pensamiento de su protagonista, sino también a la importancia de las historias que contamos sobre nuestro mundo, que siguen ahí y nos acompañan aún cuando sepamos que no son ciertas.