Un fetiche es un objeto al que se le atribuyen propiedades que no le son propias. Se lo muestra como un Dios al que hay que rendirle culto. En sentido similar suele hablarse de que la realidad, o una parte de ella, se mistifica, se naturaliza. Con la fuerza de los fenómenos naturales, los fetiches encantan y ante el encanto, invitan a la contemplación, a la aceptación e incluso a la fascinación.
Hace 150 años Karl Marx escribía en el primer tomo su obra más célebre, El Capital que, en la sociedad capitalista, los productos del trabajo humano (las mercancías) presentan la curiosa y misteriosa propiedad de dominar a sus propios creadores. Sólo se puede acceder al consumo si primero logramos cambiar algo por el representante general de la riqueza, que aparece portado en un objeto material inanimado: el dinero. Parece entonces (y efectivamente así lo vivimos a diario) que las cosas tuvieran la propiedad sobrenatural y mágica de cambiarse por dinero y el dinero, el poder sobrenatural de cambiarse por lo que sea: todo se rinde ante el dinero. Pero como el propio Marx se ocupó muy bien de demostrar, tal propiedad “sobrenatural” o “mágica” del dinero y de la mercancía brota de una relación social de producción históricamente determinada. En eso reside todo el misterio del fetichismo. No hay ningún poder sobrenatural en la mercancía o en el dinero. Son tan sólo partes que permiten establecer la unidad de la producción y el consumo sociales (el todo) cuando entre ambos media el mercado. Pero el fetichismo nos lleva a tomar la parte por el todo o peor aún, como si fuera un todo en sí mismo: aparece así, como una propiedad “propia” del dinero el convertirse en mercancía (y a la inversa) y no de una relación social.
Existe una forma más desarrollada del fetichismo (y más fascinadora aún), también expuesta por Marx, y que hoy en Argentina tiene una presencia muy notoria: el capital prestado a interés. Sin mediación alguna (sea productiva o siquiera comercial) el dinero parece tener la propiedad mágica de valorizarse, es decir, de generar más dinero. La elevada tasa de interés que tiene hoy la economía argentina (cercana al 28 por ciento anual), la eliminación de todo tipo de control de cambios (el denominado “cepo al dólar”) y la liberalización del flujo de capitales, dan la posibilidad de adelantar un capital y obtener un ingreso rápido, sin riesgo, convertirlo a dólares y fugarlo. El fetiche de la especulación financiera, denominado por Marx como “capital ficticio”, aparece como una de las expresiones más características de la actual política económica macrista.
Preguntas
El neoliberalismo construye un imaginario en el que, por ejemplo, invertir en una Lebac (u otro activo financiero) es percibido, sentido (y vivido) sólo como la opción individual de un ahorrista sin otra consecuencia que las que asume ese inversor individual. Desde los tiempos en que Marx escribía, los fetiches han sabido alimentarse de discursos y prácticas hegemónicas y, en la actualidad, un mundo de posverdades sigue haciéndolo. Previo a las festividades navideñas podía leerse en el portal de TN “Pesos o dólares. Tres opciones para invertir el aguinaldo”.
Pensar críticamente la realidad implica más que dar respuestas hacerse preguntas, precisamente hacerse las preguntas que el fetiche invisibiliza a través de un mundo plagado de evidencias y aparentes obviedades.
¿Quiénes cobran aguinaldo? ¿Quiénes aun cobrándolo, piensan y pueden invertir en Lebac? ¿Qué es lo que se esconde detrás de la posibilidad de convertir un ahorro (o el aguinaldo por caso) en más dinero “gracias” al capital prestado a interés? En la Argentina neoliberal hay más de tres millones y medio de personas desocupadas o subocupadas, un tercio de las ocupadas no se encuentran registradas, más de tres millones de jubilados cobra el haber mínimo y un millón y medio son beneficiarios de pensiones no contributivas recibiendo el 70 por ciento del haber mínimo. Difícil que puedan ni siquiera imaginar, en caso de percibirlo, en invertir el aguinaldo.
Especulación
Asimismo, como se mencionó, la existencia de dicha alternativa de inversión no es gratis. Más allá de pagar una cifra superior a 200.000 millones de pesos al año de intereses, el ciclo especulativo implica como contrapartida un ingreso constante de dólares que se explica por la entrada generada por las mercancías agrarias (portadoras de renta de la tierra) y principalmente, por endeudamiento externo. Cabe aclarar que los capitales destinados a la especulación lejos de ser neutrales son precisamente los mismos que no tienen la industria, la ciencia y la tecnología para potenciar procesos de desarrollo, incluir a más personas, disminuir la desocupación y la pobreza. Concomitantemente el ciclo especulación-fuga- endeudamiento conlleva el pago de intereses y capital que impactan negativamente en el presupuesto público absorbiendo recursos que necesariamente se restan a otros destinos (ejemplo, Educación, Salud, Ciencia)
Una Letra del Banco Central (Lebac) que paga el 28 por ciento no es sólo un instrumento financiero es, en ese mismo acto, parte integrante y partícipe necesaria, de toda la red de especulación descripta.
Ese es el todo invisibilizado y que permite esa apropiación de riqueza social para unos pocos y la reafirmación del fetiche. Es, desde ese “todo” situado e histórico, que debemos leer su significado.
Individualismo
En el mundo de los fetiches neoliberales los hechos sociales parecen significar por sí mismos, no tienen contexto ni historia. Una marcha es sólo el derecho de la “gente” a expresarse, el despojo de los ingresos futuros de las y los jubilados es presentado y leído por la comunidad como una adecuación técnica de la fórmula de actualización de los haberes.
Historias fantásticas de emprendedores son comentadas y exhibidas con una leyenda invisible pero que se siente y penetra de igual modo en cabezas y corazones: “si ellos y ellas pudieron, vos también podés, sólo tenés que proponértelo”. El fetiche neoliberal inhibe toda posibilidad de pensar (por la sencilla razón de que no aparece la pregunta) la responsabilidad de un Estado que, con la implementación de determinadas políticas públicas, destruye miles de puestos de trabajo y mucho menos la de un sistema capitalista incapaz de generar y promover la vida digna para todas y todos. Y, además, presenta la generación de riqueza y la posibilidad de salir de la pobreza como si brotara mágicamente de un “emprendimiento” individual y no como resultado del trabajo social y colectivo. El círculo se cierra cuando ese desocupado se convence de que el problema es él (o ella), deja de buscar trabajo, confirmando los estigmas que la sociedad ya había depositado sobre su cuerpo.
Las y los trabajadores de la cultura (investigadores, docentes, artistas, comunicadores, entre otros) debemos conocer que dar la batalla por los significados implica necesariamente desmitificar la realidad para construir conocimiento que permita la organización para la acción colectiva que enfrente la utopía neoliberal (y ponga al desnudo todos sus fetiches) en defensa del salario, los ingresos y las condiciones de vida del conjunto de la clase trabajadora.
* Docente UNGS-ICI-IDH y capacitador en Economía del CIIE. [email protected]
** Docente UNLZ FCS. CEMU. [email protected]