La situación fiscal no es el problema principal de la economía. El desafío central continúa siendo la transformación de la estructura productiva para evitar chocar con la restricción externa. El gobierno de Cambiemos marcha en sentido contrario. Por ejemplo, el desequilibrio de las cuentas externas es creciente y muy pronunciado. En ese sentido, la consultora Ecolatina señaló que el déficit de cuenta corriente -considerando los últimos cuatro trimestres- “es el peor de los últimos 19 años”.
A pesar de eso, el discurso oficial continúa centrado en el resultado de las cuentas públicas. Por caso, la principal razón esgrimida para sancionar la ley de reforma previsional fue la necesidad de reducir el déficit fiscal. La modificación de la fórmula de movilidad de jubilaciones y prestaciones sociales permitirá “ahorrar” cerca de 100.000 millones de pesos anuales.
Los funcionarios plantean que es necesario achicar el déficit fiscal para disminuir el ritmo de endeudamiento externo. Esa confusión conceptual entre pesos y dólares está muy difundida en la sociedad. El Estado sufraga sus gastos en pesos y no depende del financiamiento externo para, por ejemplo, pagar las jubilaciones.
El desorden teórico que mezcla peras con manzanas genera diagnósticos incorrectos. El régimen económico vigente requiere de endeudamiento externo aún con equilibrio fiscal. El déficit de cuenta corriente alcanzó los 22.476 millones de dólares en los primeros nueve meses del año. ¿De qué manera se financiaría esa brecha externa suponiendo un hipotético escenario de equilibrio presupuestario?
El discurso “fiscalista” no es novedoso. En 2002, los representantes de la ortodoxia explicaban que la convertibilidad había estallado por la irresponsabilidad fiscal. Según esa visión, el régimen cambiario colapsó por culpa del desequilibrio presupuestario. El entonces director del Departamento de Investigación del FMI, Michael Mussa, declaró que “el gobierno argentino actúa como un alcohólico crónico: una vez que empieza a disfrutar de los placeres políticos del gasto financiado mediante déficit, sigue haciéndolo hasta alcanzar una situación económica equivalente a estar totalmente ebrio”.
Los datos duros desmentían la existencia de ese supuesto “derroche” fiscal. Las dos principales causas del desequilibrio presupuestario en ese período fueron: 1) menores ingresos tributarios (por retracción económica y drenaje de recursos previsionales a las AFJP) y 2) aumento de la carga de los intereses de la deuda.
Entre 1993 y 2001, el gasto público creció un modesto 19,3 por ciento (a precios constantes). Ese promedio es engañoso porque mientras el gasto primario apenas aumentó un magro 7,5 por ciento, la suba por pago de servicios de la deuda fue del 208 por ciento. En otras palabras, las dos terceras partes del incremento del gasto fueron explicadas por la cancelación de intereses de la deuda pública.
La historia económica mundial tiene muchos ejemplos de crisis cambiarias con cuentas públicas equilibradas. Analizando el caso argentino, el economista Andrés Asiain sostiene en Déficit y deuda que “aún cuando se lograra una reducción del déficit fiscal, se seguirá precisando un creciente e insustentable endeudamiento de divisas”. La disminución del déficit fiscal no implica menor endeudamiento externo.
@diegorubinzal