La prepotencia del deseo es –a veces– irrefrenable. Todo comenzó en una de esas trasnochadas cenas que tienen los actores y directores después de una función de teatro, cuando la energía baja y el hambre acecha. Una calurosa noche de fines de 2016, Cecilia Roth y Dolores Fonzi fueron a ver Entonces bailemos, la obra de Martín Flores Cárdenas, en la que también trabajaba Ezequiel Díaz. Tras la función, todavía envueltos en la energía del hecho teatral y con el entusiasmo a flor de piel, uno de los cuatro tiró como al pasar lo lindo que sería poder hacer “algo” juntos. Una de esas tantas fantasía que surgen cada vez que un grupo de amigos se juntan a comer y charlar de bueyes perdidos, copas de distintos varietales de por medio. Iniciativas que por lo general se olvidan el mismo instante en que se sorbe el último trago. Sin embargo, a veces las cosas suceden de otra manera. Aquel anhelo entre copas se convirtió, un año después y con la incorporación de Guillermo Arengo al elenco, en Entonces la noche, la obra que esta semana se estrenó en la sala Pablo Picasso del Paseo La Plaza (con funciones de miércoles a domingo). “En un contexto como el actual, cada vez más las expresiones artísticas van a ser el resultado del deseo que de cualquier otra cosa”, subraya Roth. “No creo que haya fuerza más productiva que el deseo”, agrega Fonzi, en la entrevista de ambas actrices –y amigas– con PáginaI12.
Entonces la noche es producto de aquel primer encuentro, cuando no había ni siquiera obra sino apenas –o sobre todo– las ganas de trabajar juntos, de compartir escenario. Así fue que las actrices transitaron cercanamente todo el proceso de escritura de la obra, la búsqueda de un productor y hasta de una sala. Un germen poco habitual para artistas de su trayectoria. “Nunca me había pasado en teatro algo así”, reconoce Fonzi. “Fue un proceso hermoso, pero de mucha ansiedad, porque no nos contrataron directamente con un libro y a punto de empezar los ensayos. Haber soñado la posibilidad, acompañado la escritura de Martín y todas las reuniones necesarias terminó de ponerle un final ideal al proyecto. Probablemente hubiera sido más fácil que nos contrataran con todo cerrado, pero seguro no hubiera sido tan satisfactorio”, puntualiza. A su lado, Roth acota: “Siempre tenemos muchas ganas de trabajar con gente que respetamos y queremos, pero no siempre se da, lamentablemente. Esta vez fue posible y eso se percibe en lo que pasa arriba del escenario”.
Lo que sucede sobre el escenario en Entonces la noche no es otra cosa que cuatro personajes que cuentan sus propias historias, que a priori parecerían unidas sólo por el hecho de que todas suceden después del ocaso. Un niño que decide salir a buscar a un padre que los abandonó sin razón una noche, una mujer a la que la persiguen hechos misterosos pero no casuales, un policía que investiga una serie de crueles asesinatos y una prostituta que intenta sobrevivir como puede protagonizan la obra estructurada en monólogos que se encastran. Piezas sueltas de un rompecabezas confuso e incierto, en el que los personajes se sumergirán en la oscuridad de una ciudad misteriosa sin saber muy bien qué buscan ni con qué se pueden encontrar.
“El tema de la obra es la noche, la oscuridad, todo aquello que el día por su luz impide ver”, reflexiona Roth. “Las cosas no se ven igual en las penumbras que a plena luz. Un gato ve más en la oscuridad que durante el día. Hay un poco de eso: uno siente, percibe, que en la oscuridad ve cosas que en la luz se le pasan por alto. La oscuridad no trae la dificultad en la mirada, sino otra mirada. La obra cuenta la historia de estos personajes nocturnos, que ven de una particular manera porque viven de noche. Los personajes atraviesan la noche como si fuera el día”, define la actriz.
–¿Que características tienen esos personajes?
Cecilia Roth: –Ninguno de los personajes tiene nombre. Lo mismo me pasó en Una relación pornográfica, la obra que hicimos junto a Darío Grandinetti. Creo que es una manera de no etiquetarlos, de no mirarlos desde una faceta, de poder traspasar la convención para asimilar su historia. Se trata de personajes de múltiples rostros, complejos pero reconocibles, que se descubren a través de la siempre sensibilizada mirada nocturna. Mi personaje es el de una mujer a la cual el pasado vuelve a cobrarle vaya a saber qué factura, una herida que no cerró, o aquello en dónde hirió sin darse cuenta, en los dolores que la luz del día suele tapar. El pasado no cerrado siempre aparece. Todo vuelve. Esperemos... (risas).
Dolores Fonzi: –El mío es una criatura de la noche, una mariposa nocturna, una puta, que relata sus experiencias en la calle. Es el personaje mas expuesto de todos los de la obra, por su trabajo y por las situaciones que atraviesa.
–¿Cuál es el significado que ustedes le dan a la noche?
D. F.: –La noche muestra cosas que no se ven de día. A la noche se apaga todo y emerge una tranquilidad que siempre resulta inspiradora. La noche despierta los sentidos. En mi caso, la noche depende mucho de mi vida laboral. Ahora que empezamos con etapa de ensayos y funciones, se convierte en el período del día más fructífero. Cuando empiecen las clases de los niños, la noche es el momento para reponer energías. Más allá de los momentos, es cierto que a la noche se aplacan las energías del mundo y se activan las más sensibles de uno.
C. R.: –Es un momento de mucha intimidad. La vida y nuestras actividades, en general, están organizadas durante el día. Pero en la noche los seres humanos podemos hacer uso de nuestra soledad, en el mejor sentido de la palabra. En la noche uno hago cosas que durante el día no hago, miro todo con otros ojos y otros tiempos. La noche es como un juego sin estructuras ni reglas. Me pasan cosas distintas en la noche. Soy de las que buscan y esperan la noche. Mientras algunos prefieren la noche para dormir, otros la esperamos para disfrutarla. En general, no quiero dormirme. La noche me da ganas de transitarla. Haciendo esta obra, además, esa manía se intensifica, particularizándose la percepción de la nocturnidad, lo que sucede de noche, lo que no todos los ojos ven, lo que está escondido en la vida de uno. Una acción tan sencilla como leer un libro, no es igual haciéndola a la noche que durante el día.
–¿Por qué?
C. R.: –Durante el día hay más distracciones y otras urgencias que nos atraviesan. A la noche uno está menos poroso, más encerrado en sí mismo.
D.F.: –Hacer teatro es, prácticamente, vivir de noche.
C. R.: –El teatro es la disciplina que más energía exige.
–¿Sí? uno podría suponer que requiere mayor esfuerzo las largas jornadas de grabación de una tira diaria televisiva, por ejemplo.
C. R.: –Aunque sean dos horas de función y dos horas antes para concentrarse, yo manejo mejor la energía en 14 horas de filmación que mientras hago teatro.
–Ustedes son dos actrices de larga trayectoria. ¿La mirada del público sigue interpelándolas mientras actúan en el escenario o tienen las herramientas para abstraerse de que están actuando ante la mirada de centenares de personas sentadas a unos metros?
D. F.: –¡Ni en pedo podés abstraerte de la mirad del público! Nunca podés olvidarte de que estás actuando frente a un público ahí presente. Sentís las miradas extrañas. Si estoy haciendo un monólogo y hay una persona con cara de aburrida o bostezando, ¡no puedo abstraerme de esa situación! Incluso cuando uno quiere mirar esas caras, hay una energía que circula y que percibo. Si hay alguien aburrido, me obsesiono en tratar de despabilarlo. Si noto a alguien entusiasmado, se lo dedico.
–¿Tiene esa capacidad?
D. F.: –Siempre me resultó algo natural. En esta obra, en la que uno le habla al público y poco a sus compañeros, las miradas están muy presentes. En el teatro hay que incorporar siempre al público. Mucho más si se trata de monólogos. Una tiene que incorporar al público sin que termine de interferir en su trabajo pero que pueda usarlo para potenciar el hecho artístico.
C. R.: –Yo uso la idea de la gente sentada allí. Prefiero no saber quién está ni personalizar. Veo la totalidad de la gente, la escucho, vibro con el público, pero no miro fijo. Una vez lo hice y la pasé muy mal. Estaba haciendo hace años Días contados, y vi en la platea una persona que conocía hacía mucho tiempo y que hacía años que no veía. La descubrí en pleno escenario. Y al verla y prestarle atención, me pareció que estaba aburrida. Me dio un ataque de pánico y me fui del escenario. Fue la única vez que me pasó algo así. Cuando una está diciendo monólogos, que es el genero que hice en las ultimas cuatro obras en las que actué, necesita estar muy concentrada: estás sola poniendo tu cuerpo, tus herramientas y tu mente en medio del escenario. Una no tiene la contención de la escena compartida, la mirada del otro, el apoyo de los compañeros ante cualquier situación.
D. F.: –Es verdad también que cuando una se empieza apropiar de los monólogos es un viaje de ida, produce mucho regocijo tener el control y el poder de cada frase, de cada marcación.
–En tanto actrices que transitan por el teatro, la televisión y el cine, ¿cómo ven este momento de la cultura en la Argentina?
D. F.: –En la TV hubo solo una ficción diaria argentina el año pasado. No hay mucho más que decir. En el cine están cortados los subsidios para todo 2018. Esa imagen también dice mucho. La situación de la cultura argentina es un desastre. Esperemos que cambie, en algún momento.
C. R.: –Estoy profundamente preocupada. Veo que la cultura argentina está perdiendo apoyo. Me preocupa por la cotidianidad económica de los artistas, me preocupa porque la cultura es la identidad de un pueblo. Perder la identidad es lo peor que nos puede pasar. Analizar las políticas culturales desde un tamiz mercantil es una barbaridad.
D. F.: –De cualquier momento, nuestra capacidad de adaptación, la necesidad de contar que tenemos harán que encontremos otros métodos de producción. La cultura crea sus propios anticuerpos. Nadie podrá callar al pueblo, de ninguna manera: no lo lograron las dictaduras y tampoco pasará ahora. Lo doloroso es que hemos avanzado mucho en un montón de cuestiones y ahora estamos retrocediendo nuevamente. Habrá que reinventarnos para seguir haciendo.
C. R.: –Una cosa es la cultura, las expresiones artísticas y la posibilidad de todos acceder a producirlas o verlas, y otra es el show business. Cuando se mezclan, la que siempre pierde es la cultura. Es maravilloso que un hecho artístico se popularice y se vea masivamente.
D. F.: –Una película que acá ven 10 mil personas, que según la lógica que está tomando el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (Incaa) no valdría la pena filmar, en Festivales son premiadas y llevan nuestra identidad al mundo. Siento que falta sentido común. El interés económico ni debe ni puede ser el criterio de la cultura. Y el Estado no puede manejarse como una empresa.
C. R.: –Yo no veo sentido común en la política cultural.