Han pasado poco más de diez lustros desde que Valentina Tereshkova, ex obrera textil de Yaroslavl, pasara a la historia como la primera mujer en viajar al espacio exterior; frontera final -dirían los trekkies- que la damisela rusa conquistó entonces con apenas 26 años. Empero, a pesar de las décadas y décadas, se estima que las señoras y señoritas apenas componen el diez por ciento del total que ha volado hacia ese más allá. De hecho, recién a comienzos de este año la NASA pudo anunciar que, por primera vez en su historia, su clase de astronautas estaba compuesta en igual número por muchachas y varones (anunciando además que todas ellas podrían integrar el viaje inaugural que en quince años arribe a Marte). De allí que, cuando de tripulantes de astronaves se trata, no es salirse de órbita aseverar que cada pequeño paso cuenta como un gran paso para la humanidad. Como el dado por Peggy Annette Whitson, que con 56 pirulos (cumplirá 57 en febrero, en los aires), se ha convertido en la cosmonauta con más edad en pasar una temporada en el espacio, superando los 55 años -marca anterior- que su compatriota Barbara Morgan tenía cuando viajó en 2007. 

Logro que incluso ha sido aseverado por los récords mundiales Guinness, que ya ha entregado a la veterana del éter Whitson el título de Oldestastronaut-female. Explicando, además, algunas minucias de la misión actual que la tiene flotando desde hace varias semanas y que le ha permitido coronarse como la profesional más longeva. “A bordo de la cápsula Soyuz MS-03, ella y dos compañeros se lanzaron hacia la Estación Espacial Internacional (ISS) desde el Cosmódromo de Baikonur, en Kazajistán, la mayor y más antigua instalación de lanzamiento espacial del mundo”, advierte la publicación de plusmarcas globales. Contando cómo, tras dos días de traslado en un petit módulo de 2,5 metros de largo en compañía de sus colegas Thomas Pesquet, de Francia, y Oleg Novitskiy, de Rusia, el trío finalmente arribó a ISS, donde llevará adelante diversas tareas hasta mayo del año próximo. Seis meses de experimentos científicos, más específicamente, donde la norteamericana -considerada una de las astronautas más experimentadas de la NASA- realizará, entre otras, pruebas sobre el impacto de la luz sobre el ciclo del sueño.  

Nada nuevo bajo -y fuera de- el campo gravitatorio de la Tierra; después de todo, la resistente señora tiene en su haber dos estancias previas en la ISS. Y descollaba ya con otros récords personales: ser la mujer que pasó la mayor cantidad de horas en el espacio (a razón de 376 días y seis salidas extravehiculares por un total de 39 horas); y haber sido la primigenia comandante femenina de la Estación Internacional allá a lo (no tan) lejos en el tiempo, en una expedición de 2007. Apenas algunas marcas personales a las que, de completarlas labores espaciales previstas hasta mayo, se sumará ¡otro! récord histórico…

Y es que, cuando regrese a su Estados Unidos natal a mediados del año próximo, Whitson habrá pasado más tiempo en el espacio que cualquier otro astronauta norteamericano, hombre o mujer, pasándole el trapo a los 534 días de Jeff Williams. Nada mal para una bioquímica nacida y criada en una granja –como el ficcional capitán James Kirk, de StarTrek, siguiendo las comparaciones–, en Monte Ayr, zona rural de Iowa. Que ya desde purreta soñaba con viajar a las estrellas, y, siendo jovencísima, crió y vendió muchos, muchos pollos para poder pagar su licencia para pilotear aviones privados. Sobre la primera chispa, cuenta la excepcional Peggy: “Cuando tenía 9 años, vi al hombre caminar por primera vez sobre la luna, y me impactó mucho. Mi padre tenía el sueño de aprender a volar, y lo hizo cuando yo tenía 10, así que ya de niña pude estar en altura. Creo que todo esto contribuyó al hecho de que yo pudiera ser lo que quería ser. Con el apoyo de mis padres, que siempre creyeron en mí, incluso en tiempos en los que las jóvenes no debían interesarse por este tipo de profesiones”.  

Dice además ser introvertida por naturaleza (aunque se esfuerza por salir de su zona de confort); que aún disfruta de levantar pesas, andar en bicicleta y jugar al básquet; que está obsesionada con la jardinería; que su madre era una maestra que adoraba el espacio y su papá, ingeniero con símil pasión; que ha rechazado laburos interesantes, amén de perseguir el sueño de volverse astronauta; y que en más de una ocasión, varones científicos han intentado desalentarla de su evidente vocación. Lejos de achicarse, la incansable Whitson le dio para adelante, comenzando una ascendente carrera en NASA afines de los 80s, donde ha profundizado investigaciones en áreas médicas y biológicas, sirviendo en paralelo como profesora de diferentes universidades en Texas. Hasta que en 1996 el organismo la seleccionara como candidata a cosmonauta, y el resto, como suele decirse, es historia. Con tantas marcas sin precedentes como poquitos arrepentimientos. Después de todo, lo único que abate a la señora es la posibilidad de no llegar a vivir en Marte. “Quizás no esté viva cuando suceda, así que ¡mejor se apuran mis colegas!”, bromea la tenaz pelicorti, con tantos honores (su nombre, por ejemplo, figura en el Iowa Aviation Hall of Fame) que ya no alcanzan los renglones…