Exomologesis: 7 puntos

(Argentina, 2016)

Dirección y guión: César González.

Producción: Facundo Castillo, Manuel Cabral, Joel Aguiar.

Fotografía, Música, Montaje: César González.

Reparto: Alan Garvey, Sofía Gala, Juan Minujín, Patricio Montesano, Mariano del Río, Javier Omezzoli, Guillermo Romano, Ricardo Artipini, Tino Vera, Gustavo Pardi, Victoria Lagos, Nadia Rodríguez, Alberto Valente, Jorge Sandoval, Manuel Cabral.

Duración: 110 minutos.

 

Es el cuarto largometraje de César González, el título es Exomologesis, y se proyecta hoy a las 18 en Distrito 7 (Ovidio Lagos 790). Además, el realizador y poeta acompañará personalmente la proyección, con una entrevista que le realizará el periodista Federico Fritschi.

Ingresar al mundo de González (Morón, 1989) tiene nombre bautismal: es el de Camilo Blajaquis, su alias combativo, capaz de sortear escollos institucionales para situar poemas como fisuras sensibles. Los libros y las películas salvaron la vida de González, de niñez pobre y vida delincuente; un salvataje que recuerda otro nombre querido por todo cinéfilo: François Truffaut.

Con Exomologesis, González indaga en la presión de la palabra institucionalizada, la que rige dentro de paredes sin adornos, blancas. Para presentar este film, la sinopsis poética del autor arroja sonoridades como las siguientes: "Aventureros sociológicos/ construyeron una nave inmobiliaria/ una antropología de los decorados (...) una escalera horizontal de interrogatorios/ ofertas excitacionales/ enrolamientos arteriales/ máscaras editoriales (...) el movimiento de los artilugios hidráulicos/ al servicio de un inmueble hechizado/ la obsesión por la higiene moral/ el orgasmo de la humillación".

La propuesta de la película provoca asociaciones. Una de ellas es la de Titicut Follies (1967), el film con el que Frederick Wiseman documenta la vida de rutina de pacientes y enfermeros dentro de un psiquiátrico de Massachusetts. El pavor que desprenden sus imágenes fue referencia para La isla siniestra, de Martin Scorsese. La otra relación viene de la mano de Saló, o los 120 días de Sodoma (1975), del también poeta Pier Paolo Pasolini. Tanto en Wiseman como en Pasolini, el encierro se confunde de maneras ambiguas: ¿pacientes o prisioneros?, ¿enfermeros o guardias? La dualidad no parece casual; más aún, Pasolini la acentúa de manera insoportable.

El caso de Exomologesis toca tales instancias, dentro de un departamento cuya puerta suena de manera estruendosa cuando es golpeada. Cada uno de los ingresantes habrá de cumplir un rol. Entre ellos, cuatro pacientes tolerarán las humillaciones o vejaciones que correspondan, de acuerdo con el plan de sanidad al que han sido sometidos. La funcionalidad de esta casita depende de sus integrantes, cada uno un engranaje; o también, el denigrado como figura que acepta su lugar para que la violencia sea posible. Al hacerlo, los lugares de poder trastocan, porque se relacionan de maneras mucho más complejas. Evidentemente, González conoce el tema y lo aborda desde su instancia más filosa.

Lo hace de manera densa cuando recurre, preferentemente, a los primerísimos primeros planos. Exomologesis, vale aclarar, se vale del blanco y negro, y sus numerosos primeros planos son estatuarios, sobre rostros que parecen de cera. Tal vez intencionadamente, uno de ellos, en contrapicado y sobre el (notable) rostro del actor Guillermo Romano, semeja al de María Falconetti en La pasión de Juana de Arco de Dreyer. La asociación vale porque en ambos casos hay fricción entre fe y razón, con inquisidores de cruces varias.

Al respecto, en el film de González los punitivos vienen de la mano de psicólogos, pastores, familiares, y similares. Hay dos que destacan, a partir de la tarea de sus intérpretes: Sofía Gala y Juan Minujín; éste, en la piel de un asesor de imagen o coach, de esos que saben cómo degradar. En cuanto a ella, la praxis actoral a la que somete a los pacientes bordea límites que están más allá del guión. Es decir, hay momentos en donde los golpes dados suenan un poco más que lo señalado por el diseño sonoro. Además, el film tiene la virtud de encontrar planos detalle suficientes, como los dedos del pastor, de uñas comidas al ras y sobre la Biblia. Más la reiteración alterada del falso raccord, es decir, cuando lo visto no se condice con lo que se escucha y rompe con la linealidad del montaje. Su repetición produce impaciencia, todo un logro del cineasta.

¿Se puede salir de este lugar? Hacer cine es saber preguntar; al hacerlo, César González también interpela.