Lohana ya estaría protestando porque el martes no es día para hacer una inauguración en nombre suyo: ¡debe ser un sábado en horario principal! Estoy muy conmovida por muchas cosas que vine recordando anécdotas de los tercetos. Lohana y yo formamos dos tercetos: primero, con Nadia Echazú y después con Diana. Todas nos hicieron unos celos terribles y yo tenía que sostener esa tensión.
Estoy en recuperación. Llevo ya siete meses y diez días con mi cuerpo libre de sustancias. Y Lohana fue la única que me pudo poner los puntos. Varias veces me tiró un: ¡Basta, marica! Estaba esa tensión: somos amigas, no podemos ser mala onda (habrá pensado ella). En esos últimos días en los que nos empezó a dar órdenes de cómo cerrar su paso por nuestras vidas, directamente me lo ordenó: yo me tenía que recuperar porque tenía mucha responsabilidad por delante. Fue la única que pudo decírmelo. Ninguna de mis otras amigas pudo, ni mi vieja, ni mi hermano, ni mis parejas, ni yo misma. Y ella me lo ordenó. Al final de este recorrido le estoy agradeciendo mi vida, la vida por venir. Parece mucho, redundante, edulcorado, pero es así y no hay nada más importante. Y todos los momentos con ella fueron así: en la marcha, en la vida, haciendo arroz para su sobrina. Todos los momentos con Lohana eran vitales. Fue la única que me llevó a festejar por la Virgen de Urkupiña y después a bombardear catedrales. La contradicción misma. Nos peleábamos porque ella era muy peronista en el fondo. Podía llevarse bien con Dios y María Santísima, pero era recontra peronista, y la que iba al choque era yo. Lohana se convirtió en institución para permitirnos entrar a romper la institución. Sin ella no hubiésemos podido estar en la Legislatura, en la Casa Rosada, en las plazas, en los encuentros feministas. Hoy esos lugares son símbolos de lo ganado, de lo arrebatado al Estado, a los machos. Ella se quejaba: yo a los machos los ablando, los ablando, y se los comen ustedes. Ella es vida, está, estará, seguirá nutriéndonos por siempre.
Hoy me encuentro casi cualquier persona y resulta que siempre el vínculo es Lohana Berkins. Tenía esa potencia de poder siempre llegar, de tomar la palabra, de caer siempre bien, la humorada a flor de piel para romper las estructuras armadas, las creencias pasadas, lo rancio, aún cuando la misma Lohana se definía como una señora conservadora. Me gritaba: “Marlene: ¡juicio!”. Ella no quería un mundo disparatado, era bastante tranquila: cenaba a cierta hora, se iba a dormir temprano con la televisión y demás. Pero no quería ese mundo para todo el mundo. Quería un mundo para cada uno, como cada uno lo sueñe. Eso nos tiene que guiar para que podamos abrazar a la infancia, que es en lo único en lo que podemos poner esperanza. El resto estamos quemados, venimos de la guerra, somos sobrevivientes y tenemos que tener la lucidez de saber que es para los niños y las niñas el trabajo que estamos haciendo. Quienes piensen que los réditos que saquemos de esto van a ser para disfrutarlos nosotras, están equivocados. Mucho menos para usufructuar nada material. Se lucha por la lucha misma. Ella lo tenía claro, tenía una cultura boliviana. Como en cualquier verdulería: ella tenía que tener el dinero en el delantal porque sabía cómo repartirlo. Son pocas las personas que tienen esto medio zapatista de gobernar obedeciendo. No conocí a otra que tuviera esa cualidad de poder ser una líder absoluta en el barro y en la Casa Rosana y además tener la humanidad de no descuidar que a nadie le falte la comida, ni el abrazo, que a nadie le falte lo que a muchas de nosotras nos ha faltado. Por eso: a recordarla con alegría, seguir luchando, a no dejar que muera en frases que la vuelvan bronce. Lohana tiene que ser un monumento vivo. Y a eso lo tenemos que hacer día a día, distinguiendo dónde está la línea que nos separa del enemigo. Ella sabía que en el calabozo está de un lado la gente que te encierra y del otro todos nosotros. No importa si sos punga, puta o un obrero que te llevaron porque sí: estamos todos de este lado. No se pregunta, no se juzga, se actúa con solidaridad.