Operativo Seriedad. Ese es el emprendimiento que en relación con el cine de género parece haber encarado el encumbrado cineasta canadiense Denis Villeneuve (Québec, 1967). No se conocen sus inicios (tres largos en su país entre 1998 y 2009), pero la nominada al Oscar Incendies (2010) no perdía los aires de importancia al tratar el conflicto armado entre cristianos y musulmanes en Medio Oriente, con recursos de culebrón. La sospecha (2013) era el típico thriller dramático de búsqueda de la hija desaparecida por parte de su padre –una nueva Búsqueda implacable, puede decirse– narrado por alguien al que le hubiera gustado ser Bergman. En El hombre duplicado, del mismo año, no necesitaba autoimponerse un tono filosófico: la película estaba basada en una novela de José Saramago. La siguiente Sicario (2015) volvía a vestir las convenciones más ramplonas con el traje mejor cortado. Basada en el cuento The Story of Your Life, escrito por el muy premiado Ted Chiang, La llegada es una de ciencia ficción en la que el protagonista es… el lenguaje.
“Prenda el televisor”, le pide en medio de la clase uno de sus alumnos a la profesora de Lengua Louise Banks (la siempre infalible Amy Adams). Lo prende (tiene una TV gigante detrás del pizarrón: lujos del hemisferio norte) y se encuentra con la noticia de que varias naves extrañas han desembarcado en puntos distantes de la Tierra: todo el mundo a refugiarse. Pronto, la doctora Banks, que es lingüista y arrastra una tragedia personal, recibirá la visita del coronel Weber (Forest Whitaker), que la conoce de una ocasión anterior en la que se lució trabajando para la CIA. ¿Qué tiene que hacer una especialista en lenguas en este embrollo? Traducir a los alienígenas. ¿Cómo? Ah, bueno, eso se verá. Estamos en Hollywood, al fin y al cabo, y ya se sabe que aquí todo es posible. Así que más temprano que tarde la doctora se calza la escafandra y el traje de astronauta y se sube a la nave alien (que es como si a la de 2001 la hubieran estirado un poco hacia los costados) en compañía del doctor Ian Donnelly (Jeremy Renner), que es físico. Allí, pantalla de por medio, se las verán con dos visitantes, que tienen forma de pulpos y se expresan mediante unas manchas de tinta que parecen del Test de Rorschach.
A propósito de la pantalla podría pensarse en una analogía con el cine mismo, pero más vale olvidarlo: Villeneuve no es un cineasta cinéfilo. Lo del Rorschach es más pertinente, ya que el cuento de Chiang trabaja sobre la llamada “hipótesis de Sapir–Whorf”, que postula una relación entre las categorías gramaticales del lenguaje y la forma en que la cultura que lo produce entiende el mundo. O sea, una forma de proyección de una en otra, si se quiere. Más allá del disparate de poder llegar a entender en cuestión de días un lenguaje alien, que tal vez constituya el mcguffin de La llegada, el nudo del asunto parecería ser el modo en que la doctora Banks se deja permear, a partir de su conocimiento de la gramática de los pulpos, por la conceptualización del mundo de éstos. En particular su concepción del tiempo, que no es lineal. Así, Louise comienza a habitar un tiempo “enrulado”, que permite a la película hallar a la vez un carácter reparador y un final sorpresa.
Más allá del tono alla Terrence Malik (incluyendo pasturas y cuartetos de cuerdas) que adopta Villeneuve en esta ocasión, hay un problema estructural en la película, relacionado tal vez con una indefinición temática: si el tema es el de la compenetración de la protagonista con el lenguaje ajeno, ese tema llega demasiado tarde; si es el de la posibilidad humana de decodificar lenguajes extraños, el cine no parece el lenguaje más apropiado (con perdón por la redundancia) para tratarlo.