El crítico de cine, periodista y docente Leonardo D’Espósito escribió un libro ambicioso: 50 películas para ser feliz (Cómo el cine puede hacerte la vida más fácil). Para algún despistado: no se trata de una manual de autoayuda a través del séptimo arte, pero a lo largo de 359 páginas D’Espósito brinda indicios para que el lector disfrute del cine tanto si conoce las películas que se mencionan como si no las ha visto. En ese caso, la lectura puede funcionar como estímulo frente a lo desconocido. Para hablar de la felicidad que generan las películas, el autor se basó en tres criterios: las que buscan que el espectador salga feliz del cine, las que tienen como tema la felicidad y las que fueron hechas en absoluto estado de felicidad. Dividido en cinco partes, el libro aborda films en los que está presente la infancia y la juventud, aquellos que muestran la felicidad de la aventura, musicales que generan felicidad, los que hacen reír. La última división tiene en cuenta a “Todos juntos: la felicidad en grupo”. Allí D’Espósito habla de películas que, a priori, no parecerían generar felicidad como, por ejemplo, El ciudadano, de Orson Welles (1941), pero se encarga de señalar cómo entiende que pueden generar ese sentimiento films de ese tipo. Al término de cada relato, D’Espósito brinda un consejo sobre cuándo o cómo mirar determinado largometraje acerca del cual escribió y una simpática sección: “Acompañar con...”, donde señala que a la película sobre la que escribió, el lector puede complementar su visualización con otras, pero también con determinados CD’s, series, novelas, ensayos, comics e incluso comidas y bebidas.
“50 películas para ser feliz fue una idea que siempre tuve: escribir sobre films que no pude escribir en otro lado porque no eran estrenos y no entraban dentro de mi trabajo de crítico semanal; aparte, escribir sobre los que me ponían feliz a mí”, cuenta D’Espósito en la entrevista con PáginaI12. A partir de eso, buscó analizar algo que siempre sintió respecto del arte en general: “Una de sus funciones es que te provee felicidad”. En ese sentido, el autor considera que en el libro “hay una proporción grande de películas de Hollywood básicamente porque es la misma proporción que las que se estrenan, pero también hay films iraníes, franceses, italianos, un par argentinos”. D’Espósito buscó romper con los lugares comunes. “Y en este caso, tenía que ver con eso de que las películas que tienen final feliz son tontas, cuando, en realidad, es muy difícil que una película te convenza cuando tiene final feliz, básicamente porque nuestra vida no es feliz. Somos felices a veces. Entonces, busqué romper con ese lugar común y ver por qué una buena película con un final feliz es realmente una obra de arte muy compleja”, argumenta el autor.
–¿Es posible ser feliz gracias al cine o más bien una película puede regalarle momentos de felicidad?
–Sin ser sociólogo ni psicólogo sino crítico de cine, mi hipótesis es que uno no puede ser feliz, que la felicidad como un estado continuo no existe. Incluso, en el peor día de tu vida, hay un momento quizá en el que tengas la iluminación de la felicidad, esa combinación de alegría y satisfacción. Como el cine son momentos y se hace siempre en pasado porque las películas están hechas antes de que los espectadores las vean, si una imagen o un momento de una película o si la misma completa te regala ese instante de satisfacción y de alegría es probable que lo puedas recuperar. Y al igual que con el arte en general, al contemplarla nuevamente guarda el eco del momento en que la viste por primera vez. El cine te puede proveer la felicidad de la forma y la felicidad del tono. No te va a hacer feliz pero sí es posible que puedas recuperar la energía o la fuerza de la felicidad cuando volvés a ver una película o cuando te acercás por primera vez a algunas de las que seleccioné. Después, bueno, uno no puede legislar el gusto: tiene mucho que ver con el lector.
–¿Por qué cree que una película dramática puede dar felicidad?
–Justamente porque combina cierta satisfacción y cierta alegría de la forma. Incluso, la alegría de la forma en que fue hecha. Hay un caso raro en la lista que es El ciudadano. Hay, además, previsibles, imprevisibles, películas muy secretas que tengo ganas de que la gente conozca, como Princess Raccoon, de Seijun Suzuki. Pero me preguntaban por qué El ciudadano si es una película filmada medio gótica y parece un thriller de suspenso. Está filmada casi como si fuera una película de terror aunque no lo es. Pero también es muy dinámica, con lo cual, cuando la ves te enganchás y te das cuenta de que eran doce pibes de veintipico de años a los cuales les dieron el contrato de su vida para hacer la película que quisieran sin intervención de nadie. Hicieron el “Rompan todo”. Hicieron todo lo que podían hacer y todo lo que no se había hecho antes en el cine. Es una película muy dramática de una persona que intenta comprar la felicidad y nunca lo consigue, que termina sus días de una manera tristísima, pero que contagia la alegría de la forma. Podés recurrir a eso como refugio y eso recupera un poco la felicidad del ver. Hay una cosa que últimamente se está desestimando bastante: la forma. No significa que solamente te tenga que importar la forma de un film. Es cierto que también hay un tema, pero la gran felicidad es cuando se combinan ambas cosas.
–Eligió las 50 películas, según cuenta en el libro, en base a tres criterios. ¿Cree que en cualquiera de ellos la felicidad que se puede experimentar es la misma?
–En realidad no lo sé porque eso depende de cada espectador. Tampoco son felicidades distintas. El felicidadómetro no lo tenés nunca. Una película te puede hacer feliz, otras aun más y otras mucho menos. Eso también es bastante subjetivo. Hay que hacer una salvedad que tiene que ver con el crítico cinematográfico. Sobre el crítico hay un montón de preconceptos, como por casi todas las profesiones: los abogados son siempre unos aprovechadores y mentirosos, pero no es tan cierto en los casos particulares. Una de las cosas que parece que los críticos somos es gente que legisla el gusto. Y uno de los deberes del crítico cinematográfico (y creo que es lo más difícil de lograr) es despojarse absolutamente de todo prejuicio y entrar a la sala virgen e ingenuo ante cualquier película. Y basarse en lo que sí me parece un credo personal: todas las películas nacen libres e iguales, no hay diferencias entre una que hizo en Estados Unidos y otras en Francia, entre una que costó trescientos millones de dólares y otra que costó veinte. Uno tiene que enfrentarse de la misma manera. Dicho esto, una vez que el crítico vio la película, también debería poder comunicar un punto de vista posible para que esa película genere algo en el espectador. Eso es lo que intenta el libro. Cuando recién empezás, querés escribir críticas en contra porque es divertido. El arte de injuriar es divertidísimo. Cuesta muchísimo escribir a favor. Y, de pronto, te das cuenta de que lo más querés es compartir con el espectador, que sea tu compañero: “Che, vení a ver lo que vi”. Incluso la película mala, la que no te gusta. Yo quiero que la gente vaya a ver El renacido, de Alejandro González Iñárritu, que a mí no me gusta nada. Pero quiero que la vaya a ver. A mí no me gustó, pero quiero compartir lo que vi. Algo vi. En ese caso, como vos no podés legislar eso, estos tres criterios tratan de separar las películas para entender mejor cómo han sido construidas, pero lo que se busca es que la persona comparta una cierta predisposición para enfrentarse a algo a lo que, quizás, no se había enfrentado porque sí.