“La fotonovela sí que ha tenido mala prensa. A menudo se la tilda de tontería sentimental, de frivolidad, de ingenuidad. E incluso hasta la fecha, rara vez ha capturado la atención de historiadores de la imagen, menos aún de museos y galerías de arte ¡Gravísimo error! Porque la fotonovela tiene muchas cosas para decirnos... y no solo son palabras de amor”. Con tan incitante parrafito, invita el Museo de las Civilizaciones de Europa y el Mediterráneo (MuCEM), en la portuaria Marsella, al sur de Francia, a sumergirse en las revoltosas aguas del denostado género popular, hoy casi extinguido. Y es que, como apuntan las curadoras Frédérique Deschamps y Marie-Charlotte Calafat, responsables de la amorosa exposición Roman-Photo (hasta el 23 de abril), “recuperar estas pequeñas mitologías sentimentales permite reinterpretar el advenimiento de la sociedad de consumo y la evolución de la moralidad; también la emancipación y la liberación de las mujeres durante la segunda mitad del siglo XX”. En resumen, buscan las comisarias despojar de tontos prejuicios a un género por muchos tildado de vulgar, reconociendo su carácter subversivo, artístico, en ocasiones humorístico y político. Además de subrayar lo largamente sabido: que fue un tremendo fenómeno masivo. “El invento más exitoso de la industria cultural durante la posguerra europea”, según ciertos especialistas.
Como sucede con la pizza y el bel canto, a los italianos hay que agradecer la invención de la fotonovela, digno pimpollo del cine, el folletín y la historieta. Fueron ellos quienes, bajo la influencia del neorrealismo, encauzaron melodramáticas historias dignas de bolero, como una de las iniciáticas: la pionera Nel fondo del cuore, de revista Il Mio Sogno, protagonizada por una joven y aún ignota Gina Lollobrigida. O bien, la revista Bolero Film, que inauguró sus páginas con otra trama del corazón: Catene y Tormento. Casi de inmediato, conquistó la fotonovela nuevos territorios, con sonados booms en Francia, España y Sudamérica. A veces con argumentos originales, a veces adaptando clásicos literarios, a veces condensando libremente películas. “Que se expandiera en países de cultura católica debe de explicar su iconografía, llena de claroscuros y lánguidos rostros de mujer, dignos de una virgen lastimera, y sus subtextos proclives a la redención, en una defensa de la moral dominante entre los últimos cuarenta y los sesenta prerrevolucionarios”, propone el crítico ibérico Álex Vicente en un enjundioso artículo de Babelia de los pasados días.
Hasta el casi inevitable final feliz, empero, las turbulentas tramas se zambullía de lleno en controversiales adulterios, con heroínas interrogándose acerca de su lugar en la pareja, sugiriendo abortos o evocando el fantasma de la separación. En palabras de las curadoras, “aunque las fotonovelas puedan parecer conservadoras por su resolución, por el camino hablan del divorcio, de las dificultades de la mujer para integrarse en el mercado laboral y emanciparse de la religión y del poder masculino”. Suscriben a la idea de que la fotonovela participó activamente de ese gran movimiento que, previo a la revolución sexual de los 70, cuestionaba al matrimonio burgués, y del que formaron parte feministas, sexólogos, filósofos…
Con todo, recibió la fotonovela cachetada tras cachetada, juzgada como infantil por los intelectuales esnob, condenada por los ultracatólicos –que aseguraban pervertía la moral y ponía en jaque la familia–, acusada de anestesiar al pueblo por los comunistas. Por fortuna, las críticas no hicieron mella en el público: en Francia se estima que hacia los 60s 1 de cada 3 habitantes la leía. En Argentina también representó explosivo fenómeno, llegando a venderse en su pico de gloria hasta 30 millones de ejemplares en un año. Según un artículo de fines de los 90s del diario Clarín, la primera fotonovela argenta salió gracias a la editorial Creaciones en la segunda mitad de la década del 40. “Por esos años, las fotonovelas publicadas en (la icónica revista) Idilio (de editorial Abril) eran más pedidas que la deportiva El Gráfico”, anota el artículo, y relata cómo, en el transcurro de una década, sus lectoras se apiñaban en los puestos de diarios para hacerse de Nocturno, María Rosa, Anahí, Chabela, Cuéntame… Oh, y muchas fueron las estrellas que dieron sus primeros pasos en este formato del corazón; Alfredo Alcón, una de ellas. Ningún invento nacional: también en otras latitudes era habitual toparse con (futuras) celebrities como Sophia Loren, Dalida, Johnny Hallyday.
“Con sus relatos desbordantes de afectación y remilgo, este humilde formato caló hondo en el lenguaje visual de la segunda mitad del siglo XX, cuando numerosos artistas se reapropiaron de sus códigos para criticar la rigidez moral de la época o celebrarlos con la ironía y exageración propias de la sensibilidad camp”, advierte el citado Vicente, refiriéndose a otro logro de la exposición francesa: mostrar cómo influyó en el arte contemporáneo. Almodóvar, por caso, no se resistió a crear su propia fotonovela (la porno Todo tuya de revista El Víbora, donde McNamara hacía de Cicciolina). En otro registro, está el caso emblemático: La Jetée, excepcional film experimental del genial Chris Marker, creado a base de fotografías, al que el propio director francés definió como fotonovela. Apenas algunos ejemplos; siguen, por supuesto, las firmas...