A una mujer enfurecida porque la violación y asesinato de su hija aún no tienen culpables se le ocurre una idea que va a romper -por lo visto mucho más que el crimen- la monotonía del pueblito de Missouri en el que vive: pagar para que en tres enormes carteles publicitarios al lado de una ruta abandonada, justo donde atacaron a su hija, aparezca la leyenda “Violada mientras se moría”, “¿Y todavía no hay arrestos?”, “¿Qué pasa, jefe Willoughby?” Aunque sea de modo indirecto y solo porque la película se estrena justo ahora, el comienzo de Tres anuncios por un crimen dialoga con una cuestión tan actual como son las estrategias con las que el feminismo están visibilizando los abusos sexuales, convirtiendo en grandes carteles lo que antes se ocultaba en la normalidad o en el secreto. Pero lo hace con toda la libertad de la ficción, y este es uno de sus mayores méritos. Porque en lugar de un estereotipo de madre sufrida, Mildred Hayes -a cargo de una Frances McDormand con aires de Rambo, de mameluco y bandana, en pie de guerra- es un personaje en el que la bronca y el dolor se mezclan de una manera explosiva, como esas molotov que en un momento arroja contra la comisaría.
Mildred camina en la cuerda floja, entre la lucidez y la locura. Tenía una hija adolescente que fue violada y asesinada varios meses atrás, y le da rabia que la policía local no se ocupe del caso. Así que hace, como tantas víctimas que no encuentran otra manera de hacerse notar, un gesto desmesurado. Solo que Mildred está lejos de ser solamente eso. Y la película que se construye a su alrededor tiene aires de comedia negra, porque no hay nada que no se aproveche para el humor violento en Ebbing, el pueblo donde vive: el jefe de policía que está muriendo de cáncer, el agente interpretado por Sam Rockwell, un tarado que vive con la mamá white trash que toma cerveza mientras lo maltrata, el enano galante que quiere tener una cita. El pueblo de Ebbing es tan homofóbico y racista como el mundo al que podría representar, pero eso no lo convierte exactamente en el infierno ni en objeto de horror. Por el contrario, lo que la película despliega es un juego entre los personajes donde cada cual tiene sus razones, y sobre todo donde las ideas de cada unx no son motivo de rechazo porque el diálogo –aunque sea desde la confrontación en un principio, y luego desde la solidaridad– es posible.
Tres anuncios para un crimen es la tercera película de Martin McDonagh, director y dramaturgo británico-irlandés que en In Bruges (2008) y Seven psycopaths (2012) desplegó una galería de personajes violentos, asesinos a sueldo o perdedores en la que Mildred Hayes encaja perfectamente, tanto como forma parte del medio en que vive. No es ella contra el mundo, sino ella en ese mundo violento haciendo lo que está a su alcance. Tampoco se trata de que haber perdido a su hija en manos de un asesino y violador la vuelva cualitativamente distinta: el dolor, parecería decir Tres anuncios por un crimen, es de todxs y no justifica nada. Pero sí hay pequeños gestos, en un personaje al que Francis McDormand le presta una cara pétrea, que revelan el corazón casi candoroso de la película detrás de su superficie brutal, llena de cuerpos que se lastiman y palabras que se escupen como veneno: en un momento Mildred ve una pequeña cucaracha negra patas para arriba en el marco de la ventana y en un gesto rápido, quizás porque sí, la da vuelta con la punta del dedo. Ella es eso, y también es la bestia que dice en tono de burla “Me parece que el enano quiere coger conmigo”, así como la portadora de una sed de venganza que se inscribe en el ámbito violento en que vive. El recorrido de los personajes femeninos en el cine reciente tuvo sus altibajos pero es cierto que hay una tendencia a que las “mujeres fuertes” deban ser también heroínas impolutas, y hasta tuvimos que soportar a la Mujer Maravilla dando una perorata sobre el amor después de la culminación violenta de su película. Cuando cada vez más películas parecen guiarse por un criterio de ejemplaridad, un personaje que pueda estar equivocado es un alivio.