Estaba parado ahí, en un entrenamiento de la selección argentina. No quería ni respirar porque estaban Cadillac, el Negro Romano, Rafaelli, y había una bolsa con las pelotas en el medio del gimnasio. En un momento del entrenamiento, se da vuelta Alberto Finger (el entrenador) y dice ‘Oveja, alcanzame las pelotas’. Yo me quedé helado. Porque no me conocía nadie y de repente sabían mi apodo. Y lo repetían. No sabía qué hacer. Pero cuando estaba por ir al bolso a pasarle las pelotas, viene el utilero gritando ‘ya va’. Lo que yo no sabía que al utilero de la Selección le decían el Oveja Coronel”. Ese mismo Sergio Hernández que se tomaba un colectivo para llegar de Bahía Blanca a Buenos Aires y pedía permiso para ver los entrenamientos de la selección siendo un desconocido, es el que hoy, más de treinta años después, dirigió tres Juegos Olímpicos, dos Mundiales y ganó más de una veintena de títulos. Es el mismo que se sentó delante de la Generación Dorada y aprendió tanto como lo que enseñó. Ese tipo que dice que nunca soñó con nada y que gracias a la pelota naranja vivió creciendo lección tras lección.
-Tomemos a Messi y a Ginóbili, los dos grandes referentes de las últimas décadas del deporte argentino. ¿Cuánto tienen de talento, cuánto de trabajo y si a ese nivel se reparte la carga de esos dos ítems?
-En principio, no me gusta la hipocresía ni tampoco vender sueños, porque es peligroso ese tema, sobretodo cuando sale de protagonistas. Porque hoy está muy de moda decirle a un chico: “Si vos querés ser como Messi, trabajá duro, comé como él, entrená como él y vas a ser como Messi”. Y es una gran falacia. Es peligrosa. Incluso, si la querés ver del otro lado, hasta puede ser una mirada mediocre, porque en algún momento va a haber uno mejor que Messi. Si vos se lo decís a un millón de chicos eso, vos tenés el 0,00000001 por ciento de estar bajando la expectativa de uno que puede ser mejor que el otro. A los demás los estas llevando a la frustración. La cuestión del talento es previa al trabajo que le agregues, que va a ser fundamental, pero que es posterior. Si vos me preguntas: ¿Qué son Ginóbili y Messi, productos del trabajo o de su propio talento? Si tenemos que elegir una, elegimos talento.
-Entonces, dándole la preponderancia que le diste al talento, ¿qué pensás de ese mito urbano del “hermano que era mejor que el profesional” o “el amigo que no llegó pero no sabés lo que jugaba”?
-Vos mismo te respondiste al arrancar la pregunta diciendo existe 'este mito'. Si es un mito, es un mito. Hay cosas que son inevitables, suceden y hasta yo puedo participar de una cosa así. Y hasta Manu puede participar. “Yo puedo decir que tenía un compañero, Vigna, que tenía más talento que yo, pero no se dedicó”, me dijo una vez. Yo lo dudo tremendamente. Esto habría que hablarlo con un psicólogo. Vos tenés un potencial y después tenés que tener la voluntad y la fuerza de voluntad de explotar ese potencial. Y el interés.
-Bielsa dice que para ser el mejor del mundo hay que estar dispuesto a dejar un montón de cosas de lado y que eso hay que entenderlo a la hora de tomar la decisión de intentar serlo...
-Es verdad. A todos nos pasa y en todos los ámbitos. Para bajar de peso hay que estar dispuesto a un montón de cosas. Para sentirte mejor físicamente, lo mismo, quizás hasta dejar de hacer zapping boludo por media hora y en ese tiempo ir al gimnasio. Todo los sabemos. Por eso hay pocas personas que tienen esa disciplina y esa convicción, más allá de que esto es por dinero, claro. Me cuido y gano más dinero por más tiempo. Pero, por hablarte de Manu, ni siquiera es eso. El motor de él es la búsqueda de la excelencia en todo aspecto. Cuando Manu fue a Italia tenía 21 años. Ni bien llegó le empezaron a preguntar sobre la situación de Argentina, de su historia y de la política. Y le daba vergüenza no saber qué responder. Entonces, no había internet. Lo que hizo Manu fue pedirle a la madre que cuando fuera le llevara todos los tomos de la historia argentina que había en la casa, porque él quería estudiar para poder tener respuestas a las preguntas. Él es así. Estamos en una etapa en la que muchos, me incluyo, debemos estar teniendo un sistema de trabajo de entrenamiento obsoleto con respecto a lo que hoy se puede hacer. Porque todo evoluciona tan rápido que te lleva puesto. Bueno, en ese contexto, seguro que Manu está jugándole al último método.
-¿Perdiste el norte alguna vez por el vicio de entrenar?
-A mí lo que me comió la cabeza fue la competencia, fue estar veinticinco años levantándome todos los días pensando ‘hoy no se puede perder’, como grita la hinchada. Eso me mató, porque terminé consumiéndolo. Si vos vas a una charla mía, yo lo primero que digo es que el éxito no significa lo mismo que ganar. Vos podés ganar y no tener éxito, y perder y tenerlo. Porque para ser medalla de bronce en Beijing tuvimos que perder, sino hubiésemos sido oro, y sin embargo, eso fue un éxito. Si Estados Unidos hubiera ganado el bronce, para ellos si hubiese sido un fracaso, porque lo único que les servía era el oro. Yo lo tengo claro ahora, pero en algún momento no lo tuve claro. Yo no aceptaba una derrota. Me condicionaba el resto de mi vida, de mis días, mi relación con mis amigos, con mi familia y con mi salud, entonces dije: “Pará, tengo que salir un poco de esto porque soy un resultado caminando”. Porque al final te das cuenta que podés ganar veinte títulos o ninguno y la persona siempre es la misma. No cambia absolutamente nada. Te lo puedo asegurar. Puede mejorar tu economía, porque hay gente que confía en vos y te paga más, pero te pasan las mismas cosas que le pasan a los demás. Tenés desamores, miedos, dudas y cosas lindas. El tema es cómo vos llevás todas esas cosas con o sin títulos. Al final, la vida siempre te acomoda. En dos minutos.
-¿Si te enamorás de ganar podés llegar a traicionarte?
-Es difícil. Si hubiese un atajo para ganar lo tomaríamos todos, aunque nos estuviéramos traicionando. Si hubiera una manera de ganar como fuera, lo haríamos. Salvo que vos me digas pagando. Ahí no. Porque yo soy de los tipos, supongo que habrá de todo, que si está por tirar un tiro libre definitorio y viene alguien y me ofrece veinte millones de dólares por errar el tiro libre, y yo lo meto igual. Porque la competencia está por encima de todo. Vos en el básquet tenés veinticuatro segundos para tener la pelota y se la podes dar al rival como máximo cada veintitrés segundos. Hay equipos, como los míos, que arriesgan un poco más y se animan a tomar más decisiones de diez segundos para abajo, y hay otros que baja la cantidad de posesiones. Pero ganar como sea no existe.
-¿Cuál es tu desafío al plantarte ante tamañas estrellas y qué puede pasar si te hacen saber que no están de acuerdo cuando decís algo?
-Yo hablo mucho sobre cómo liderar a un grupo que tiene un conocimiento muy elevado, partiendo de la base que el liderazgo es el conocimiento. Y estos tipos lo que exigen es que vos estés a la altura de ellos. Exigen entre comillas, porque son tipos súper educados, que respetan la investidura del entrenador. Sobre todo los que se formaron en Estados Unidos y en Europa. Nosotros acá tenemos el ‘ladrón, andate’ instalado. En España el entrenador es el Míster y en Estados Unidos es el Coach. Me acuerdo que en mi primer viaje a Estados Unidos, Manu me presenta a los compañeros. Me estaba presentando a Michael Finley, un gentleman, y el tipo, súper consagrado, venía con la bebita en la mano, con cosas en la otra y estaba por subirse a su Aston Martin para volverse a su casa y Manu le dice: “Mike, mi coach en Argentina”. Al tipo no le daban las manos para dejar la nena, las cosas y venir a saludarme. El tipo no sabía cómo dejar todo lo que estaba haciendo para pararse al lado mío hasta que yo decidiera que se terminaba la charla. Yo era el coach. Ya por el hecho de serlo tenés una jerarquía que ellos respetan de una manera irrevocable. No preguntan. Te respetan. Yo tenía a los doce jugadores formados así. Y ellos lo que exigen es idoneidad. Pero también saber manejar la autoridad. No te hace menos líder el saber decir no sé. Pero si ellos ven que vos no estas a la altura o no utilizas todos los medios para hacer mejor al equipo y a ellos en particular, fuiste. Porque al jugador lo que le interesa es que vos lo hagas mejor. Hasta desde el punto de vista egoísta. El jugador inteligente sabe que va a ser mejor si el todo funciona bien.
-¿Por qué ponés tanto acento en eso?
-Mirá cuando nosotros vamos al Mundial de Japón en 2006, en mi primera experiencia grosa a nivel internacional, tenía quizás al mejor equipo que se formó. Una mezcla de madurez, la edad justa. Pepe Sánchez, Prigioni, Ginobili, Delfino, Nocioni, Hermmann, Scola, Oberto, Wolkowyski, Leo Gutiérrez, Gaby Fernández y Farabello. En la previa vamos a jugar un amistoso con Eslovenia en Singapur. Termina la charla técnica con video colectivo e individual y quedaban veinte minutos para ir a la cancha. Me voy a la habitación y me golpean la puerta mis asistentes enojados con Pepe Sánchez, porque les había ido a decir que no les preguntábamos nada a ellos. ¡Claro! El base de Eslovenia había jugado con Pepe o contra Pepe muchas veces y él tenía razón en pedir que le consultáramos en vez de basarnos sólo en videos. Mis asistentes estaban enojados, porque Pepe es bravo para decirte las cosas, pero los eché de mi habitación y me quedé riéndome. “Tiene razón Pepe. Es una barbaridad lo que estamos haciendo”, pensé. Obviamente no lo dijimos nada a Pepe, ni le dimos la razón, pero llegado al próximo partido, pongamos que era Eslovenia, para graficar mejor, que tenía a dos jugadores que jugaban con Manu en San Antonio, preguntamos. ¿Cómo no le voy a preguntar qué hacían esos tipos en momentos calientes, en momentos fríos o al cerrar los partidos?
-¿En esos tipos hay miedo?
-¿En Ginóbili?
-En la Generación Dorada.
-Hay nervios. Ansiedad. Miedo no. Miedo es una buena palabra, porque la Generación Dorada, para mí, tenía como su mayor potencial el aceptar la derrota como parte del juego. Cuando vos logras aceptar el fracaso como parte de algo, te ponés mucho más peligroso. Es como pelear con alguien que no tiene miedo a morir. Entonces, yo me puedo pelear con alguien en la calle, pero no me quiero morir, ni tampoco quiero matar. Pero si al otro no le importa… Quizás yo soy más fuerte, pero voy a terminar corriendo por la calle. Estos tipos son iguales. Se te plantan en una cancha y te dicen “acá estoy, a ver si sos tan bueno”.
-¿Y vos?
-Los entrenadores somos un poco más temerosos porque no podemos ejecutar. El entrenador durante la semana maneja el coche, entonces es seguro. Los jugadores te ven con energía. Pero eso pasa porque vos vas manejando a 200 kilómetros por hora. El día del partido vas al asiento del acompañante y le das el auto a los jugadores. Y te ponés el cinturón de seguridad, te agarrás de todos lados y que sea lo que dios quiera. Además, no lo descubro yo, pero la derrota es del entrenador y el triunfo es del jugador, vamos a ser sinceros. Salvo que seas Guardiola o Popovich. Ahí ya ganaste tanto que, cuando pierden sus equipos, dicen: “Lo burros que tienen que ser los jugadores para que este tipo no los pueda hacer ganar”. Así y todo estoy seguro de que Popovich siente temor al fracaso.
-Se habla mucho del liderazgo del plantel, porque en ese equipo Luis era líder, Manu era líder, Pepe era líder. ¿Cómo hacés para que en un caso así no choquen y se rompa todo?
-Es verdad que los líderes son fundamentales en un equipo, pero también hay una cosa que es que si un equipo es bueno, unido y tiene claro el objetivo, se termina transformando en un solo cerebro, en una sola cosa. Por lo tanto, los liderazgos individuales pasan a ser de segunda índole. De todas maneras, como vos decís, son liderazgos diferentes. Y el ejemplo grande es Leo Gutiérrez, el más grande líder que tuvo esta Liga, con diferencia, exagerada, sobre los demás. Pero en ese equipo no. Ahora, cuando Leo tenía que tomar la palabra, aunque jugara un minuto por partido, no volaba una mosca. Manu hablaba poco y cuando lo hacía era solo sobre el juego. Me acuerdo que una vez no podía jugar por la medalla de bronce debido a su tobillo y estábamos diseñando el juego en la Villa Olímpica y el tema era estratégicamente aprovechar que era el último partido y que el lituano Jasikevicius venía muy desgastado. Él era la cabeza de esa Lituania. El tema era tirarle toda la responsabilidad de anotar puntos a él, pero que no pudiera generar juego para los demás. Entonces, diseñamos algo defensivamente parecido a lo que le hicimos a Marcelino en Brasil, y ofensivamente usamos a Delfino de base. Como Jasikevicius iba a estar defendiendo a Prigioni y Pablo podía jugar doce partidos seguidos por su estado físico, lo hicimos correrlo por la línea de fondo con dos pantallas permanentemente para que se desgaste. Como plan general. Y era un partido por una medalla, entonces había voces con dudas: “¿Y si pasa esto? ¿Y si pasa lo otro?”. Manu estaba callado porque no jugaba. Ahí, levanta la mano y dice: “Sergio detectó que la cabeza de la serpiente es Jasikevicius y lo que vamos a hacer es pisarle la cabeza a la serpiente. Porque si a la serpiente la cortás en muchos pedacitos sigue viva y la única manera de matarla es pisarle la cabeza”. Listo. Tema terminado. Se metía para eso.
-¿Sino hubieses sido entrenador de básquet a qué te dedicarías hoy?
-Monologuista. Haría stand up (se ríe). No sé. Creo que haría algo que tenga que ver con brindar servicio, hacer docencia. Me hubiese gustado ser profesor universitario. Me gusta mucho, sobre todo, esa edad del alumnado, porque me parece una edad y un ámbito en el que el tipo va a aprender. Disfrutaría mucho de eso.
-¿Cómo haces para que en un deporte lógico como el básquet se entienda que, al ya no tener a la Generación Dorada, los objetivos son otros?
-Primero, no diciéndolo. Es como cuando te gritan: “¡Tranquilo!”. Es imposible que lo esté si me lo pedís gritándome. Este equipo tiene una personalidad y una característica y hay que sacarle el mayor jugo posible a eso. Y aunque parezca ridículo, en un mundo tan competitivo no hay que pensar en ser mejor que el otro, sino en buscar cómo podemos hacer para ser el mejor equipo posible. Para que eso nos alcance para ganar, porque todo lo hacemos para ganar. Ya sé que hay que ganar. Gané veinte títulos. A este equipo hay que buscarle eso. Tiene jugadores suficientes como para decir: “Basta de hablar de la Generación Dorada”. Campazzo, Deck, Garino, son tipos que te miran y te dicen: “Acá estamos nosotros”. Después tiene otros que están superados por la situación, lo que es normal. Yo sería uno de esos si fuera jugador. Y a esos hay que ayudarlos a sentirse cómodos. Después hay que educarnos a nosotros, porque ningún deporte está siempre arriba, salvo Estados Unidos en el básquet, que a la vez también cayó. Los demás somos normales y encima Argentina no es una potencia mundial. Es un buen país de básquetbol, pero tenemos que tener paciencia.
-¿Quién sos vos?
-Un charlatán. (Mira el reloj). Es difícil esta pregunta. Pero te voy a contar algo. Cuando voy a una charla me piden datos para ver cómo me presentan. Mando mi currículum y, cuando me presentan leyéndolo, pienso que el locutor está hablando de otra persona. No por lo que gané, sino por la cantidad de cosas que nunca imaginé que iba a vivir. Mil quinientos partidos dirigidos, veinte títulos, tres Juegos Olímpicos, dos Mundiales. Ese soy yo. Un tipo que no entiende cómo vivió todo lo que vivió. Nunca lo imaginé, porque no soy un soñador. Parezco un soñador pero soy bastante pragmático. Voy viviendo el día a día. Y muchas cosas de las que me pasan, yo pensaba que eran para otros.