A Luis Salinas no hay que hacerle ninguna pregunta para que se largue a hablar. Apenas un saludo y sus palabras empiezan a circular con misma fluidez que arpegios, yeites y fraseos. Puede hablar de su hijo Juan, con quien tocará hoy a las 21 en el Centro Cultural Tasso (Defensa al 1500). Puede hablar de los premios recibidos o casi (gardeles, grammys, etc). O de por qué tarda tanto en sacar un disco, pero cuando lo saca se manda con dobles, triples y hasta quíntuples, como en el caso de El tren, último a la fecha. Nunca se sabe para donde pueden disparar ni sus notas ni sus palabras. “Con Juan ya hicimos algunos viajes. Fuimos a España, a Francia, y también tocamos varias veces acá. Está bueno que a él le guste todo tipo de música, que se nutra de todo”, es la temática elegida: su hijo, que ya tocó solito y solo en Mr Jones de Ramos Mejía, y le hizo una suplencia cuando el experto guitarrista enfermó. “Le viene desde chico la cosa de la música. En las reuniones familiares se subía a una silla, terminaba de tocar y se iba para que le pidieran otra. Así arrancó”, se ríe Salinas padre, que desdoblará su presentación veraniega: en la fecha de hoy pondrá el foco en la música argentina, y en la segunda (viernes que viene) en un mosaico de latin jazz, funky, candombe y salsa. “Tocar con un hijo es una emoción permanente… cualquier cosa que diga queda chica. El sabe tanto como yo que la música no es una carrera de caballos, sino disfrutar y hacer disfrutar”, se vuelve el músico hacia su sangre.
Ambos, entonces, estarán acompañados por un elenco musical que no les va en saga: el uruguayo Martín Ibarburu en batería, Juancho Farías Gómez al bajo, el pianista Javier Lozano y Alejandro Tula en percusión. “Estoy rodeado por gente que también sabe que la mejor maestra es la canción… que si te metés dentro de ella, y tocás lo que la música necesita, la pasás mejor. Lograr eso es una inyección a todo nivel”, destaca Salinas, hombre que no solo tocó para treinta mil personas junto a Chucho Valdez en La Habana, sino que también pisó los escenarios del UMEA en Suecia, del Montreux Jazz Festival (Suiza), y el del Festival Patrimonio de Córcega (Francia), entre otros, además de publicar catorce discos desde 1996. “Voy a arrancar el año tranquilo, con música argentina. La primera parte de este recital va a estar signada por clásicos del tango, y la segunda, por clásicos de folklore”, prevé. “Igual, toque lo que toque, estoy viendo el fruto de haber peleado muchos años por mi libertad personal, y mi libertad artística”.
–¿A qué le llama “fruto”?
–A que venga una persona y me diga: “yo te vengo a escuchar, tocá lo que quieras”. Eso me pasó por primera vez en Rosario, por eso siempre quiero volver allí. Fue el primer lugar que aceptó mi libertad artística. A propósito, un día estaba tratando de explicar qué significaba la libertad artística para mí, y Rubén Juárez me dijo: “no expliques nada, tocá”.
–¿Cuánto gravita subjetivamente que haya sido nominado para el Grammy latino, y que haya ganado un premio Gardel, por su último disco?
–La verdad es que siempre hice lo que sentía, más allá de que me convenga o no. Cuando empecé a tocar, después de haber acompañado a mucha gente, lo hice tras haber escuchado a Charlie Parker, a John Coltrane, a todos esos gigantes. Entonces, eso te habilita para decir mucho con la guitarra, y decirlo de distintas formas. Y cuando no paraba de tocar –que era una crítica que me hacían algunos– era porque no podía parar, no para demostrar algo. La verdad es que el público no tiene porqué entender de armonías o de ritmos, pero sabe cuando uno es sincero. Es como mirar a los ojos y decir, “mirá, esto es lo que soy, esto es lo que hay”. Siempre he luchado con eso, en todo lo que hice, y creo que fue lo que me hizo ganar ocho premios Gardel, y cuatro nominaciones para el Grammy.
–Entonces gravita.
–Motiva, sí, pero de ninguna manera te tiene que agrandar en nada. Es solo una motivación que pone muy feliz a la gente que te quiere… a tu familia, a la gente que te iba a ver a bolichitos chiquitos y creyó en vos, eso. En este sentido, disfruto mucho de los premios, porque ratifican el camino que tomé.
–El tren, disco quíntuple, lo publicó hace dos años; y el anterior (el triple, llamado Sin tiempo que grabó con Tomatito y Spinetta), había visto la luz seis años antes que aquel. ¿Por qué prefiere graduar frecuencia y cantidad de esta manera?
–Bueno, estar en una compañía de discos es difícil, porque te exige hacer un disco por año, por ejemplo, y a veces pasa que por ahí no tenés nada que decir. Entonces tenés que andar buscando temas de otros, porque hay un contrato firmado. En cambio, cuando te manejás de manera independiente como lo hago yo, podés grabar cuando necesitás hacerlo, y yo siempre fui fiel a una sola cosa: agarrar la guitarra en casa y fijarme qué sale para luego ordenar todo eso en un disco. No sé, cuando hice los discos de música argentina, por ejemplo, fue porque necesitaba volver a mis raíces.
–Que son más criollas de lo que muchos piensan...
–Al punto de que había gente que me decía: “¿qué hacés tocando folklore si vos tocabas otra cosa?”, y la verdad es que muchos no saben que lo primero que toqué fue chamamé. Y que en Monte Grande, donde nací y me crié, iba de peña en peña tocando zambas y chacareras.