Las nuevas formas de explotación, la precarización del trabajo y un llamado de atención sobre la situación de los inmigrantes fueron los tres temas centrales de la homilía con la que Francisco se despidió de Chile en Iquique e inició la etapa peruana de su viaje. Pero también hubo lugar para una respuesta al borde del enojo del Papa para defender al obispo Juan Barros, a quien se señala como encubridor de abusos sexuales cometidos por el sacerdote Santiago Karadima. En el balance puede decirse que en Chile el papa Jorge Bergoglio dio continuidad a los ejes centrales de su prédica centrada en el respeto de la dignidad de las personas, tuvo en cuenta en forma particular a los mapuche y también asumió la responsabilidad de la Iglesia en los abusos contra niños, niñas y jóvenes. Hubo grandes concentraciones populares en cada acto, si bien en algún caso esas multitudes estuvieron por debajo de las estimaciones previas de los organizadores. La popularidad y el carisma de Francisco no lograron remontar la imagen institucional negativa de la Iglesia y, en particular, del episcopado chileno. Parte de la comunidad mapuche se sintió interpretada y contenida, mientras otros grupos indígenas calificaron de “tibias” y “ambiguas” las definiciones del pontífice. Lo mismo puede decirse de aquellos católicos que esperaban gestos más contundentes que podrían haberse traducido en anuncio de sanciones a quienes fueron cómplices de los abusos cometidos por ministros eclesiásticos. Es más. En la diócesis de Osorno hubo manifestaciones pidiendo la destitución del obispo Barros. Nada de esto ocurrió. Barros estuvo en todas las misas y el propio Francisco se encargó -respondiendo molesto a una pregunta periodística- de señalar que no existen pruebas de las acusaciones tras recordar que el eclesiástico fue absuelto por la justicia civil.
En medio de este escenario el Papa se dio el tiempo para visitar la tumba, recordar y homenajear al obispo Enrique Alvear, un hombre a quien muchos chilenos consideran “el obispo de los pobres”.
También para dedicarle un saludo especial a sus compatriotas argentinos, “porque Argentina es mi patria”, sabiendo que desde aquí se lo critica reiteradamente por no programar su visita al país. Este es un tema que seguirá dando que hablar en la Argentina.
Son los claroscuros de una visita que de antemano se sabía difícil y que si bien no puede calificarse de exitosa, por lo menos puede decirse que fue sorteada sin grandes obstáculos y reafirmando los postulados centrales del magisterio de Francisco.
Perú tampoco será una escala fácil. Allí también el prestigio de la Iglesia católica está seriamente dañado por la imagen de Sodalicio, una congregación religiosa conservadora de origen peruano acusada por abusos sexuales y todo tipo de corrupción. Su fundador, Luis Fernando Figari (70 años) vive en Roma, confinado por decisión vaticana, pero impedido también de regresar a Perú, país en el que pesa sobre él una orden de captura emanada de la justicia. Los delitos sexuales contra 19 niños y niñas y 10 adultos, cometidos entre 1975 y 2002, fueron admitidos por la congregación actualmente intervenida por el Vaticano y el Papa descabezó a sus autoridades y nombró al cardenal Joseph Tobin como interventor para que gobierne, investigue y despeje todas las dudas sancionando a quienes sean responsables.
Muchos se preguntan si la medida será suficiente. Porque en Perú el papa Francisco se encuentra también con un episcopado casi dividido en partes iguales entre quienes le responden a Bergoglio y un grupo ultraconservador que se resiste a sus enseñanzas. Estos últimos tienen como cabeza visible nada menos que al cardenal de Lima, Juan Cipriani, enrolado en el Opus Dei y con inocultables vinculaciones con la derecha política peruana. Un escenario eclesiástico difícil para un Papa que mostró signos de proximidad con Gustavo Gutiérrez, uno de los padres de la teología latinoamericana de la liberación y que hoy vive fuera de Perú debido a la persecución de Cipriani.
En Perú, país que lo recibe en medio de una grave crisis política, también existirá un capítulo destinado a las comunidades originarias, en el que seguramente no habrá cuestiones novedosas en el discurso papal que continuará insistiendo en el respeto a las comunidades, sus derechos y reafirmando su apoyo a la cosmovisión del “bien vivir”.