Una tarde de 2008 un peón rural recorría a caballo el paraje El Sombrero, una pequeña localidad en Mártires, en el interior de la provincia de Chubut. El hombre cabalgaba por la estancia La Flecha y del medio de la nada vio sobresalir una punta. Esa punta era el extremo de un hueso, y ese hueso era un enorme –muy enorme– fémur. La información llegó a los dueños del campo, la familia Mayo. Y de ahí, la flecha lanzada al mundo: los Mayo –los hermanos Oscar y Alba– dieron aviso a los técnicos del Museo Egidio Feruglio, el centro de investigación y exposición más importante de la zona. La mecha, entonces, estaba encendida.
Años pasaron de esos días, entre expediciones, excavaciones, sorpresas y conclusiones hasta que en agosto de 2017 el ejemplar encontrado tuvo su nombre oficial: Patagotitan mayorum. Sería el animal terrestre más grande de la historia. Y está, ahora, en algún lugar de este museo al que acabamos de entrar.
VALLE INFERIOR Trelew está apretada entre el turismo de Puerto Madryn y el polo estatal de Rawson. Y lo fantástico es que por la vía que se llegue nos recibe un viaje de millones de años. Entrando por la tierra o por el aire. Por un lado, el aeropuerto Marcos Andrés Zar está repleto de imágenes y hasta reproducciones de dinosaurios, que van anunciando que se está en una zona paleontológica caliente. Por otro, al salir del aeropuerto, en medio de la llanura patagónica y pegado a la RN 3 camina un enorme dinosaurio. Literalmente. Se trata de la réplica –artística, aclaran– de este megadinosaurio que ahora es un emblema de la región y de la Patagonia toda. Tamaño natural y trabajado hasta el más mínimo detalle. Un saturado contraste entre lo llano del paisaje y este monstruo de casi 40 metros de largo, con ese cuello que se estira hacia el cielo y lleva a imaginar el pasado.
Acá en Trelew se levanta como una bandera el MEF, el Museo Paleontológico Egidio Feruglio, una institución sustentada entre el municipio y la fundación del mismo nombre, que nació en 2001. En realidad el museo nació varios años antes, y del enlace con la fundación empezó a despegar. Claro que el espaldarazo grande llegó con el titán. Unos primeros pasos dentro del museo y la guía nos recibe en la sala central, junto a un tubo transparente, casi como una probeta gigante en la que reposan huevos reales de dinosaurios completamente fosilizados. Cada uno del tamaño de una pelota de fútbol, uno de ellos cortado exactamente por la mitad. Como una piedra preciosa, una bola en la que el mineral fue deglutiendo y reemplazando todo tejido vivo. Esa es la primera imagen. Y lo primero que hacemos es algo que nos pide la guía, justamente todo lo contrario a lo que nos piden en los museos: tocar. Un hueso enorme, real, de millones de años está expuesto para ser tocado. Y el resultado es gráfico. Al tacto –y a la vuelta de estos millones de años– lo que sentimos es piedra.
En cuanto al titán, nos cuentan que después del hallazgo los científicos del museo empezaron a visitar la zona en 2012. Sin caminos, hubo que construirlos. Sin máquinas pesadas, hubo que buscarlas. Así las cosas, recién en enero de 2014 pudieron comenzar a desenterrar los restos y descubrir lo que realmente guardaba el suelo. Y descubrieron que junto a este ejemplar se encontraban los restos de otros seis, todos adultos, a lo largo de un gigantesco cementerio de fósiles, en un llamativo y poco común estado de conservación. Y vieron las dimensiones. De los fémures encontrados, el menor medía dos metros y treinta centímetros.
Los datos duros indican que es una especie de “dinosaurio saurópodo titanosauriano del género monotípico Patagotitan”. Los datos blandos dicen que es el Patagotitan mayorum y que debe su nombre, en primer lugar, a su rol de titán de la Patagonia. Y en segundo, en homenaje a la familia Mayo, dueña de las tierras. Vivió a mediados del período Cretácico, hace aproximadamente 101 millones de años. Por ahí paseaba sus 37 metros de largo y 77 toneladas de peso, y la estadística lo pone hoy como el animal terrestre más grande de todos los tiempos. Se encontraron otras especies grandes de una época similar en la Patagonia argentina, y una de las cosas que se descubrieron –según cuenta el investigador Diego Pol, en un video de difusión del hallazgo– “es que estos gigantes estaban muy relacionados entre sí, pertenecen a un mismo clado (agrupación que contiene un antepasado común y todos sus descendientes). Eso nos indica que pasó algo especial para que estas especies hayan desarrollado un gigantismo extremo. Esta familia patagónica rompió el molde”.
El MEF Y EL GEOPARQUE La guía es pura electricidad. Habla a una velocidad de rayo y desenreda la historia de adelante hacia atrás. En sus palabras pasa por una Patagonia que fue tropical, con cocodrilos de seis metros de largo. Por “pájaros del terror”, por la Era del Hielo –si, las películas–, por herbívoros, carnívoros y millones de años, entre salas con iluminación tenue y esqueletos, algunos originales y muchas réplicas. En la visita se nos va sumando gente y ya somos una manada atenta formada por grandes y chicos, que cada tanto disparan alguna pregunta. Aunque la propia guía es quien pregunta y se responde. “¿Y cómo saben eso? Quiero pruebas”, se dice ella misma a cada rato, y arranca con una nueva explicación meteórica.
Otro de los puntos interesantes del MEF es lo que se conoce como el Geoparque Bryn Gwyn, un campo operado por el museo en la zona de Gaiman. Se trata de una reserva natural que trasciende la experiencia de museo y se puede hacer un turístico “trabajo de campo”. Se sube a una barda –una especie de meseta– y comienza un recorrido de 40 millones de años. Al avanzar se pueden ver fósiles que, hilvanados por las explicaciones, relatan una historia de cambios geológicos y climáticos que afectaron a la región desde el período Terciario hasta hoy.
Los primeros fósiles de insectos y mamíferos cuentan sobre las condiciones previas al levantamiento de la Cordillera de los Andes (durante el Mioceno), luego se sigue avanzando y las huellas de ballenas y delfines nos descolocan: de un golpe, tenemos ante los ojos las pruebas de los días en que esto fue el fondo del mar. Un poco más arriba, aparecen bancos de ostras. El mar había empezado a bajar, pero con la reaparición de la tierra llegó otro fenómeno: las glaciaciones –recientes, contundentes– que en el último puñado de años –cien mil años, en perspectiva, son solo un puñado– crearon este valle en el que estamos.
SE AGRANDA LA CASA El recorrido con nuestra guía que nos inunda de palabras llega a la parte final, y lo hace con lo que hoy es una promesa. Llegamos ante el fémur enorme –una réplica, en realidad– del Patagotitan. Lo reciente de su bautismo queda claro en el cartel que lo acompaña: en el casillero donde figura el nombre, donde decía “en estudio” un informal papel pegado con cinta revela la nueva identidad. Como un juego, uno puede pararse a su lado y comparar las alturas. Hasta ahora, se puede hacer poco más que eso. El porqué es bastante simple y físico: el esqueleto completo descansa agazapado en algún lado del museo, porque armado no entra.
Por eso, el museo y la fundación encararon el proyecto de expansión para triplicar el espacio para exhibición, en el marco de lo que plantean como cuatro grandes objetivos. El primero obviamente tiene que ver con ampliar la casa para el titán, y que por fin pueda mostrarse el esqueleto original completo. De alguna manera, de ese paso se desprende el resto: involucrar aún más a los visitantes en la comprensión de la evolución de la vida en la Tierra; apoyar el aumento de la investigación científica y dar más volumen al rol del MEF como referente.
En la práctica, a largo plazo será una ampliación de 5000 metros cuadrados, con área de exhibición, área científica (investigación y análisis para los especialistas) y un gran centro de convenciones. La primera etapa llevaría el espacio de exhibición hasta los 2400 metros cuadrados, apurando el paso para la nueva estrella, su esqueleto completo, montado en una reconstrucción ambiental y en un contexto con otros 30 dinosaurios y proyecciones 3D. El total de la idea es de unos 15 millones de pesos, y la cosa ya está en marcha: la fundación dio el inicio con tres millones en septiembre de 2017, y la “alcancía virtual” está abierta para quien quiera colaborar.