Un regalo de fin de año fue la publicación de Buenos Aires capital del espectáculo, de Mimi Böhm y Fabio Grementieri, otra pieza importante en lo que ya es una serie única sobre el patrimonio porteño. El libro publicado por Ediciones Larivière es un lujo de investigación visual, una historia visual de una de las grandes capitales del entretenimiento y las artes. Pero como tantos libros de este tipo, corre el riesgo de no ser leído, apenas mirado. Como es verano y hay más tiempo para leer, vale la pena entrarle a este tomo porque uno termina viendo edificios que uno cree conocer de un modo diferente. Vaya por ejemplo, un fragmento sobre el Cervantes:
“Una de las piezas más encumbradas del eclecticismo dentro de la arquitectura del espectáculo porteño es el teatro Cervantes. Fruto de la apasionada devoción de la actriz castellana María Guerrero por la España más gloriosa, el edificio es un compendio inigualable de las artes y los estilos hispánicos. La construcción de esta obra, diseñada por los arquitectos Aranda y Repetto, tuvo características de epopeya: cambios en el diseño por relocalización del proyecto desde un terreno en la diagonal Norte a otro en la plaza Lavalle, largos trámites de aprobación municipal, recaudación de fondos en Argentina y España con la participación del mismísimo rey Alfonso XIII, importación de decoraciones y equipamiento desde diversas regiones de la península. El resultado fue una pieza teatral sin par, homenaje tangible a la historia de la cultura hispana justo en el momento en que el mundo comenzaba a cambiar y la vanguardia a tronar”.
“El juego del Cervantes no termina con la fachada, inspirada en la de la Universidad de Alcalá de Henares, o los interiores concebidos como escenografía para representar obras de Lope de Vega, Calderón de la Barca o Tirso de Molina. Esta composición decididamente historicista utilizó recursos modernos para resolver una espacialidad de inusual matriz horizontal –proporciones más propias de un set de filmación que de un palacio renacentista– y proveer de instalaciones de avanzada”.
“La inauguración el 5 de septiembre de 1921 fue una suerte de embrujo para la sociedad porteña. ‘Había, realmente, más emoción que curiosidad entre las damas, las niñas y los caballeros que se detenían frente a los hierros de la fundición de San Antonio de Sevilla, frente a los azulejos de Montalbán, que pisaban los alambrillos y los azulejos del marqués de Benamejía, que admiraban los reflejos lesivos de los baldosones de Valencia, los faroles sevillanos de Ortega, los yesos maravillosos de Santiago González, que abrían y curioseaban los bargueños de Diego Martínez, que se sentaban en las sillas de Ronda o en los butacones de Medina. Un candil de Lucena, una araña, una simulación de aceitera, un testero, un velón, todo, lo pequeño y lo grande, promovía comentarios de admiración desbordantes’”.
“Se podría decir que el Cervantes fue una operación casi posmoderna, un pequeño parque temático de la época con guión bien definido por una actriz refinada, con apoyo institucional de la Corona, respaldo de la colectividad hispana local y participación de talleres de artes y oficios de la península. Diferentes de las historietas de cartón piedra de los cines que pronto invadirían la escena urbana, el relato del Cervantes pretendió ser perenne, didáctico y sincrético”.
Genios financieros
Una breve reflexión sobre los que invierten millones –muchos millones– sobre garantías de que “no pasa nada” de ciertas ventanillas. La obra del Palacio Roccatagliata, en Coghlan, sigue frenando y arrancando, con un retraso inaceptable para cualquier empresario serio. El monstruo, de una fealdad aumentada por el descalabro en la escala entre la quinta italiana en la esquina de Balbín y Roosevelt, y los dos bodoques de hormigón desangelado, tiene 340 unidades de las que ya se vendieron 270. ¿Quién es tan zonzo como para comprar en una obra tan cuestionada? ¿Quién es tan vivo como para vender igual, pese a la red de amparos y fallos?
Recientemente, en una nota del diario Clarín, insospechado de preservar el patrimonio, uno de los “inversores” se quejaba de que el fallo de la Cámara porteña “puede desalentar otros proyectos similares en la ciudad, ¿Quién va a animarse a invertir si tan fácil se puede parar una obra?” Justamente, esa es la idea, que los “inversores” piensen y mucho antes de destruir el patrimonio o dejarlo reducido a una maqueta, como es este caso.
Y lo mismo le cabe a los genios financieros de la obra en Moreno al 500, que se cargaron muy contentos la cisterna de la casa de los Ezcurra, casa de gobierno de Rosas. Para “no perder el tiempo” con los molestos arqueólogos le entraron a la rara pieza con la pala mecánica y lo único que lograron fue que les clausuraran la obra. Ahora, en vez de tiempos de ingeniería y obra, los trabajos entraron en el tiempo judicial. Buena suerte a ellos también y felicitaciones por cuidar tanto a sus inversores, que deben estar muy contentos y orgullosos.