Fue visto desde la perspectiva del género, de la violencia verbal y simbólica, pero las expresiones de Cacho Castaña también se pueden leer como una señal –extrema, alta, por cierto-- de la noche oscura de la farándula que lo endiosó, y que ahora atraviesa por un mal momento. Algo curioso si se tiene en cuenta que debería irle bien con el revival noventoso de la Argentina. Pero no anda bien la farándula vernácula. Veamos.
Hasta hace poco, Cacho Castaña contaba barbaridades desde el living de Susana o la mesa de Mirtha y todo estaba relativamente bajo control. A lo sumo, sus exabruptos autoritarios (el paredón que propuso levantar en Plaza de Mayo para fusilar ladrones) generaban polvareda entre las voces progresistas. Ahora, se sabe, la inseguridad ya no existe. Pero esta vez traspasó el límite del hartazgo. En el espectáculo de Fátima Flórez imitaban a Cacho y lo suspendieron. Fátima primero dijo que nada que ver, que las imitaciones eran rotativas. Después admitió que sí, que a ella misma le habían desagradado las declaraciones de Cacho Castaña (“si la violación es inevitable, relajate y gozá”).
En estos dos años de macrismo, la farándula se reacomodó rápidamente, sobre todo en el primer año, la mayoría de figuras mediáticas se mostraban esperanzadas y sobre todo repetían la línea de la pesada herencia y de la corrupción como los mantras que justificaban a un gobierno que al mismo tiempo provocaba el inolvidable cuarenta por ciento de inflación y la alarmante baja de entradas en los teatros de Mar del Plata y Carlos Paz. Y, sobre todo, se notaba que buscaban acomodarse rápidamente a las circunstancias y no malquistarse con los canales y programas ultraoficialistas. El clima triunfalista en los programas de Mirtha Legrand, Susana, Luis Novaresio y otros, llevaban a retroceder a cualquiera que quisiera u osara enfriar las expectativas de la fiesta que se estaba viviendo pero cuyo cotillón resultaba visiblemente magro. Personalmente, esperaba más menemismo explícito, más pizza con champán. Pero 2017 fue apaciguando los tonos y dejando al descubierto una absoluta devaluación de la relación entre política y farándula, lo cual no queda todavía muy claro si es un mérito de la política o una deficiencia de la farándula.
Empezó a notarse una mutación, un cambio de época. Por ejemplo, la absoluta falta de relevancia social del programa de Marcelo Tinelli en este año que transcurrió. Nada de lo que sucedió allí parecía hincarle el diente a la realidad. Uno puede especular que Marcelo Hugo “cayó en desgracia” pero da la sensación de que lo que carecía de peso en verdad eran las figuritas que desfilaban como en un baile de fantasmas, sus problemitas, sus rencillas. Inclusive, quedó desenfocado el papel de la Bomba Tucumana, que se diluía en problemas de “vieja” contra jóvenes cuando en verdad nadie reparaba en el formidable desprecio clasista con el que la recibían los más diversos prototipos de mediáticos y mediáticas, algo que sí parecería conectar con el clima de época. Otro dato: en las mesas de Mirtha Legrand –único cuadro político que le queda realmente al espectáculo argentino—era ostensiblemente más importante la presencia de personajes de la política, así fuera un opaco Ceo que la figura o figurita que iba a vender su porción de producto televisivo o teatral. Es difícil competir con los actings de Carrió, Patricia Bullrich o José Luis Espert, por citar a algunos actores notables del periodo. Salvo los explosivos Midachi o una Catherine Fulop, la mayoría de los mediáticos se mostraban excesivamente pulcros, correctos y carentes de glamour. Flor de la V se fue convirtiendo en una persona razonablemente aburrida y Lizzy Tagliani se nos va como aburguesando, cuidando los peldaños ganados con tanto esfuerzo. Podemos Hablar abrió el juego de cruzar la nueva política y la nueva farándula y, una vez más se encontró con el dilema de que eran los políticos los que más levantaban temperatura. Hasta terminaron invitando a Aníbal Fernández que se trenzó en varios cruces con Federico Andahazi que –será lo que sea—pero tampoco es un miembro de la farándula.
Hasta Intrusos, que en su terreno de chimentos y desacralización de la farándula y gente del espectáculo en general, resulta imbatible, languideció por el exceso de oficialismo de algunos del equipo y si se salvan del desinterés general, es porque Jorge Rial es un animal político así viva enredado en el mundo de Charlotte Caniggia (mientras su madre la Nannis, educada en la vieja escuela de los ricos y famosos, levantó polvareda haciendo declaraciones fuertemente “sociales” en la cara de la Bullrich).
Queda verificar en los próximos tiempos si efectivamente estamos ante un caso de pizza sin champán o de champán sin pizza; si la dieta austera a la que la ceocracia somete a los mortales terminará por hartar a alguna parte de los faranduleros. O si la depresión económica de teatros y programas de TV hará que dejen de bancar el “proyecto”. Pero por ahora y promediando la velada, ni pizza ni champán.