Su vida neoyorquina haría vomitar a Serge, cree Charlotte, la tercera de los cuatro hijos que tuvo la figura más importante de la música popular de Francia. Al menos el imaginario optimista que suponen sus nuevas costumbres: pasear en bicicleta por Manhattan, dibujar, cocinar con los hijos, hacer deporte. “Lo obligatorio era ser poeta maldito y sufrir mucho”, dice sobre la familia que ensamblaron Gainsbourg y la actriz inglesa Jane Birkin, que tenía una hija de su relación con John Barry, el compositor de las bandas sonoras de James Bond. Kate es la nena más grande de esas fotos espectaculares al aire libre, los cuatro de la mano descalzos, con perro y canasto de mimbre. Serge y Jane habrán sido la pareja más retratada de la época (estuvieron juntos entre 1968 y 1980). Porque él –que venía de un affaire con Brigitte Bardot, nada menos– era el dios de la canción con su cara camélida increíble; y ella era el ícono de Blow Up, la belleza convencional y extraordinaria, con una sonrisa limpia y la distinción de las primeras fashionistas. Serge y Jane cruzaban carreras –ella cantaba, él actuaba– y eran todo lo famosos y bon vivants que se podía ser en ese entonces. Charlotte se integró a los doce años al mismo trabajo. Durante el rodaje de La Pirate (1984), su madre vio que miraba con envidia a la niña actriz de la película, y la llevó a la audición para Paroles et musique (1985), donde debutó como hija de Catherine Deneuve. 

Charlotte lleva a los padres en el cuerpo de un modo sutil. No tomó el porte de ninguno de los dos. Ni el sex appeal de Jane ni la híper personalidad de Serge, que fue ganando extroversión con el alcohol y al volverse también un ídolo de las nuevas generaciones. Su pureza quedó grabada en una entrevista en televisión de 1986, que dio con Serge. Es el año de Charlotte Forever, la película que protagonizaron y dirigió él (sobre un hombre que queda viudo y empieza a sentir deseos por su hija), y el disco llamado igual, que escribió para ella, como si ya fuera una leyenda. Charlotte tenía quince años, el pelo en una cola desarreglada, jean y buzo grandes, una timidez deslumbrante. Le preguntan: “¿Te sentís actriz? ¿Actuás o sos vos?” Ella apenas levanta la vista: “Lo hago como me sale, no sé si soy actriz o no”. Y después: “¿Por qué hablás tan bajito?”. Responde: “Porque no me gusta hablar”. Serge habla todo el tiempo: hace el payaso con clase. Le preguntan si no cree que está haciendo exhibicionismo con su hija. Él, sin enojarse, manda al presentador a la mierda. Ella se sonríe. Dos años antes habían cantado juntos “Lemon Incest”, un tema pop que dice: “El amor que nunca haremos es el más hermoso, escaso y desconcertante”. Fue escandaloso en el momento. Hoy sería imposible que exista una canción así, cree Charlotte: “Tenemos más miedo y menos sentido del humor”.

Hace poco contó sobre su primer amor, un hombre mucho mayor. Tanto que les ocultaba la relación a los padres, que se llevaban casi veinte años. “No creo que se aprovechara y no siento que estuviera mal. Debería, pero no lo siento”, dijo en The Guardian al recordar al hombre que la hizo empezar a escribir (le pidió que llevara un diario íntimo para leerlo juntos la vez siguiente que se vieran). Al poco tiempo de terminar con él, la segunda noche de marzo de 1991, Serge Gainsbourg murió a los 62 años de un paro cardíaco. Había sufrido infartos pero no dejó de beber ni fumar sus Gitanes. Charlotte se enteró por televisión. Cuatro días estuvo en la casa de la Rue de Verneuil, donde Serge vivía solo, hasta que el cuerpo empezó a oler bajo la sábana. Su hermana Kate también estuvo ahí, y la nueva mujer, la actriz Bambou Paulus, madre del último hijo de Serge. La casa quedó al cuidado de Charlotte, que dejó todo intacto hasta hoy. Tuvo la intención de convertirla en museo, pero el proyecto no fluyó. Sólo puso un cartel de no fumar en la puerta para los fans, que van renovando los graffitis.

Enseguida se enamoró de Yvan Attal, el compañero de cartel en Amoureuse (1992) de Jacques Doillon, la nueva pareja de Jane Birkin. Seguir adelante como actriz fue natural. Su tío Andrew Birkin la dirigió en El jardín de cemento (1993), la adaptación de la novela de Ian McEwan, la película que descubrió la sensualidad anfibia de Charlotte, el poder de ese rostro que “te puede hacer llorar sin mover un músculo”, dice la madre. Volvió a actuar con el novio en la adaptación de Hablando del asunto, la novela de Julian Barnes; y en 1997, a los 25 años, tuvo al primer hijo. Más adelante, Attal le escribió My Wife Is An Actress (2001), que fue un pequeño éxito en Francia. En 2002 nació la segunda hija, y por entonces algo cambió, según recuerda Charlotte. Dejaron de llegarle guiones como ofrendas a una diosa, y tuvo que empezar a buscar los papeles que quería, si quería trabajar. “No estaba tan segura de quién era como para decir ‘puedo hacer ese papel, confiá en mí’. Necesitaba que me deseen”, dijo en 2014 en Vulture. 

Las nuevas historias la sacaron del entorno protegido y la expusieron a otro público. 21 Gramos de Ignacio González Iñárritu, La ciencia del sueño de Michel Gondry, I’m Not There, las vidas de Bob Dylan por Todd Haynes. En el medio, Charlotte regresó a la música. Desde un lugar al que no había llegado Serge, que había tocado muchos géneros, y que mientras vivió decidió qué escuchaba su hija y qué no. Fue la gran inspiración Beth Gibbons de Portishead, su preferida, una vocalista “con una generosidad distinta”, dice. Y Attal le presentó a Nigel Godrich, el productor histórico de Radiohead. Contrató a Air para componer (venían de su hermoso tema en Perdidos en Tokyo) y al inglés perfecto Jarvis Cocker para escribir las letras. 5:55, que salió en 2006, es una gran belleza tenebrosa. La obra de un ensamble anecdótico que puede haber anunciado a Lana Del Rey. Para el siguiente álbum, Charlotte lo quiso a Beck, un fan culto de Serge. Viajó a trabajar a Los Ángeles, con poemas de Apollinaire y el ruido de un tomógrafo de referencias (se hizo varias resonancias por entonces porque sufrió derrame en un accidente de ski acuático). Beck intentó que escriba las letras, pero Charlotte quería que IRM (2009) fuera todo de él: “Ver al maestro en acción”. 

Se consagró con la trilogía de la depresión de Lars Von Trier (2009-2013). Su cuerpo grácil con mirada inocente degradado al papel de Anticristo –el devenir de una mujer que está teniendo sexo mientras su hijo se cae por la ventana– es difícil de olvidar. A la trash Ninfómana le hubiera gustado interpretarla desde el comienzo, la adolescencia del personaje (el volumen 1 es otra actriz): “Me resulta interesante ponerme en esas posiciones. Lo disfruté mucho, de hecho. Así que sí, me he preguntado si tal vez soy masoquista. Algo debo tener. No me gusta la violencia en la vida real, pero algo me resulta tentador, supongo. No lo quiero analizar mucho”, dijo ahora en The Guardian. Pero, de los tres personajes, el más difícil fue la mujer decente y devota de su familia de Melancolía. La escena final, cuando espera con la hermana y el hijo el colapso del planeta y es la única que llora, fue una tortura, dice. Y que Von Trier sufre tanto como sus actores y es un director al que necesita complacer. Le preguntan por las denuncias de abuso en su contra (Björk fue una). Responde que tal vez Von Trier sea capaz de algo así, pero a ella nunca le hizo nada.

El escenario la aterraba porque no sabía cómo comportarse: “No escribo las canciones, no toco instrumentos, nos soy performer, ¿qué vendrían a ver?”, dijo antes de organizar su primera gira, con la banda de Connan Mockasin, el extraño talento de Nueva Zelanda. En un retiro con él, que la animaba y tocaba la guitarra, probó empezar a escribir letras con el material de sus diarios. Llamó para producir el siguiente disco a Sebastian Ackoté, multi-instrumentista una década menor, conocido por sus remixes de Daft Punk y su trabajo con Frank Ocean. Ya se habían presentado cuando el mundo de Charlotte estalló otra vez. En diciembre de 2013, la hermana murió al caer del cuarto piso de su departamento. Kate Barry tenía 46 años, había superado problemas de alcohol y drogas y se dedicaba al retrato fotográfico. Charlotte prefiere creer que fue un accidente. Dice que su hermana era una persona frágil, pero con ella era protectora. Planeaban envejecer en la misma casa. Jane Birkin entró en una gran depresión. Charlotte también. Siguieron meses de aislamiento y una canción con Guy-Manuel de Homem-Christo (Daft Punk) llamada “Rest”, que dice: “Agarrame de la mano, no me dejes volar. Quedate conmigo, no me dejes olvidarte”. Entendió que si no quería hundirse tenía que tomar distancia, y en 2014 se fue de París con la familia entera (la tercera hija nació en 2011). En Nueva York no se siente tan observada y la muerte de Kate parece menos real. 

El duelo fue muy distinto al que vivió por Serge. Todavía hoy evita ver fotos y escuchar la música del padre, pero al morir Kate sentía necesidad de recordarla todo el tiempo, y de escribir, sobre ella, sobre él, sobre el pasado, el amor, la muerte, el constante volver a empezar de la vida. Como el poema “Canción de amor de la joven loca” de Sylvia Plath, que cita en un tema club de su nuevo álbum. Charlotte necesitaba esa contradicción entre letra y música. SebAstian supo combinar pasajes enérgicos, pop estilizado, con un tono general de película retro, hecho de cuerdas (arregladas por Owen Pallett) y pianos antiguos. “La tristeza tiene miles de sombras”, dice el productor. Describe a Charlotte en el estudio sentada en el piso, horas tallando frases que sacaba de papeles desparramados alrededor. Había pensado en pedirle las letras a Michel Houellebecq, cuenta ella, y después pagó para que le corrijan sus textos, pero finalmente usó los suyos. Rest, el disco que lanzó en noviembre, que trabajó a lo largo de estos años sin abandonar la actuación, está cantado mayormente en francés con estribillos en inglés. El juego de idiomas –versos recitados, nudos melodiosos– lo vuelve inquietante, y las contracciones de la música lo mantienen en un fabuloso claroscuro como un jazmín en temporada.

Rest continúa en YouTube con los hermosos videos que dirigió, por primera vez en el rol (a los 47 años, Charlotte tiene aún todo por hacer; también estuvo filmando a Jane Birkin: le gustaría hacer un documental). Actuó en los cinco, también, con los hijos en dos de ellos, aunque no llega a haber interacción. El mayor, ya un hombrecito bello, protagoniza “Ring-A-Ring O’ Roses”, la apertura del disco. Las dos mujeres son su versión niña y adolescente en “Deadly Valentine”, sobre una pareja de amigos que llega a la vejez, ella con un velo de novia (Charlotte no se quiso casar porque es supersticiosa: sus padres tampoco lo hicieron). Estremece por sí sola “Lying With You”, donde recuerda al padre muerto en la cama: “Toqué un rostro de cera, en la comisura una mueca que no te habría gustado”. El piano conductor es animado y angustiante, y el video está filmado en la casa de la Rue de Verneuil, donde sigue en su lugar el último atado de Gitanes de Serge. “Mis pies planean sobre la tierra esperando seguirte. Mi boca susurra en éxtasis, celebrándote”, dice el estribillo. “Kate” no tiene video por ahora, pero su recuerdo aparece en el de “Les Oxalis”, hecho de imágenes fijas en blanco y negro del cementerio de Montparnasse. Se ve su tumba y una fotografía que tomó alguna vez su hermana, un retrato precioso de Charlotte bajo una sábana blanca, con los ojos recién abiertos y un cigarrillo en los labios. Después el video se transforma y se ve a Charlotte correr por un paraíso de arena, hasta el final de la canción, que cierra el disco y podría musicalizar un desfile de modas.