La predilección de Donald Trump por las frases de alto impacto, varias de ellas en tono racista, misógino y potenciado por el uso intensivo de Twitter, le granjeó múltiples detractores entre inmigrantes, musulmanes y otros colectivos, además de consolidar el estilo directo que lo llevó al poder hace un año y hoy parece complicar el apoyo de los estadounidenses a su gestión.
Hace una semana, en una reunión con legisladores que debatían temas inmigratorios en la Casa Blanca, Trump llamó “agujeros de mierda” a países latinoamericanos y africanos, además de sugerir que sería mucho mejor recibir inmigrantes noruegos en lugar de los de esas naciones, según informó el diario The Washington Post.
La incontinencia verbal de Trump constituye una de sus características político-comunicacionales más relevantes. Durante el primer año de gestión sus frases desataron la furia de los colectivos a los que estaban dirigidas, sobre los que el por momentos irascible mandatario no oculta su desprecio. “No quiero nada con México más que construir un muro impenetrable y que dejen de estafar a Estados Unidos”, tuiteó en marzo de 2015 y apenas dos meses, “México no se aprovechará más de nosotros”. El mensaje seguía con otra sentencia poco amigable: “No tendrán más la frontera abierta, les voy a construir el muro más grande que jamás hayan visto. Y adivinen quién lo va a pagar: México”.
El 26 de abril de 2017 cumplió otra promesa de campaña y decretó el cierre temporal de las fronteras para los inmigrantes de siete países de mayoría musulmana y para refugiados de todo el mundo, una medida que aún tiene varias idas y vueltas en la Justicia norteamericana.
La decisión potenció otro flanco en su guerra verbal –ahora con los seguidores del Islam–, iniciada también en campaña electoral, y que tuvo dos momentos paradigmáticos durante 2017. Uno de ellos fue poco después de los atentados del Estado Islámico (EI) en las Ramblas de Barcelona, el 17 de agosto, cuando tuiteó: “Estudien lo que el general Pershing de Estados Unidos hizo a los terroristas cuando fueron capturados. ¡No hubo más terrorismo radical islámico durante 35 años!”, aludiendo a una historia narrada hace un siglo, según la cual el general de marras capturó en Filipinas a 50 musulmanes resistentes a la invasión estadounidense y mató a 49 de ellos de ese modo.
El otro momento, a fines de noviembre, se produjo cuando retuiteó tres videos islamófobos publicados por la líder del grupo ultranacionalista británico Britain First, lo que fue entendido como un insólito aval a este tipo de movimientos, brindado por un gobernante de la primera potencia mundial. La clase política británica se mostró perpleja con el hecho y la premier Theresa May mostró su rechazo, pero Trump replicó en Twitter: “Theresa, no se centre en mí, céntrese en el terrorismo islámico radical que está teniendo lugar en Reino Unido. ¡A nosotros nos va bien!”.
Las relaciones con Corea del Norte también fueron tema de los ácidos tuits presidenciales. “Estados Unidos tiene mucha fuerza y paciencia, pero si se ve obligado a defenderse a sí mismo o a sus aliados, no tendremos otra opción que la de destruir completamente a Corea del Norte”, dijo en septiembre
Las declaraciones de tono misógino tampoco se quedaron atrás. Durante la campaña, aludiendo a Hillary Clinton, escribió que si no fue “capaz de satisfacer a su marido, cómo va a ser capaz de satisfacer a Estados Unidos”, poco después de calificarla de “nasty woman” (un asco de mujer). En 2015, acusó a una periodistas de atacarlo personalmente “por culpa de su menstruación” y minimizó la idoneidad política de Carly Fiorina, candidata a obtener la nominación presidencial republicana, alegando que “no sólo es mujer, sino que además es fea”.
Los 280 caracteres que permite Twitter a sus usuarios (140 hasta hace poco) no son un espacio propicio para la reflexión política, pero sí para la difusión de clichés, ideas cortas de alto impacto simbólico y “Fake News” (noticias falsas), esa autopista por donde circula la “posverdad”, un campo que Trump critica, pero conoce y utiliza con maestría.
Hasta su llegada a la presidencia, este estilo sin filtro le permitió sumar apoyos, pero 2017 le trajo al presidente una sorpresa: concluye su primer año con los índices de aprobación más bajos jamás registrados por un mandatario en este ciclo.