“Nada puede ocurrir por azar/ en la gran rueda del ser”. El buscador de pequeñas epifanías –un místico que sabe que hay cosas que no pueden decirse con palabras– no las descubre: las respira con el ojo, el oído y la mente. O mejor: se le aparecen. Los insomnes –y quienes padezcan “trastornos del sueño”– se sentirán como en casa en las páginas de Aprender a dormir, del poeta y narrador escocés John Burnside, una excepcional edición bilingüe con traducción y notas de Daniel Lipara, publicada por Audisea. El primer poema, “Un ensayo sobre el duelo”, marca una atmósfera signada por la pérdida. Hay un gato muerto. Un padre y su hijo cavan la tierra para poder enterrarlo: “Sin nada que decir, desmigajás un puñado de tierra/ para que se entibie en tus manos/ y espolvoreás la tumba que improvisamos/ con esas migas frescas, negras;/ y después de un momento sigo yo, respetando el silencio”. Ese ritual necesario abona el terreno para desplegar las similitudes y diferencias entre ese padre y su hijo, propensos al dolor, “un tesoro que hay que cuidar/ como el latido de un pájaro cantor”. Impresiona cómo despoja al dolor de la zona de lugares comunes para convertirlo, por obra y gracia de su extraña manera de establecer fecundas conexiones, en una experiencia luminosa.
Burnside (Dunfermline, Escocia, 1955) cuenta en la introducción que la idea original era seleccionar poemas que ya habían aparecido en inglés, en libros o en revistas. Esta tradición, aunque tenga sentido y sea la práctica más habitual, no le resultaba cómoda al autor de poemarios como The Hoop (1988), Feast Days (1992), The Asylum Dance (2000), The Light Trap (2001) y el más reciente Still Life with Feeding Snake (2017), entre otros. “Publicar una selección de lo que estoy escribiendo ahora (...) me parece mucho más ‘vivo’, más orgánico que el enfoque habitual”, asegura el poeta, cuentista y novelista, que confiesa que cada uno de los poemas de Aprender a dormir –que se publican por primera vez en la Argentina y permanecen inéditos en inglés– los escribió de noche, mientras luchaba con un conjunto de “trastornos del sueño” que aún no ha resuelto. También reconoce que muchos de los poemas del libro son, de una forma u otra, un eco de la gran oración del poeta griego Yorgos Seferis (1900-1971): “Danos la serenidad fuera del sueño”. El ganador del Premio T.S.Eliot, que actualmente enseña Escritura Creativa en la St. Andrews University, dice que su deseo no era que los poemas fueran “acerca” del dolor, sino que tocaran el proceso mediante el cual, a través del duelo, el dolor se cura.
En el segundo poema, “El sustituto”, juega con una antigua leyenda europea en la que un niño es intercambiado por algún hada, trol o elfo. Cuando el sustituto es descubierto por los humanos, lo matan. “El niño que fui se perdió y nunca fue encontrado”, afirma en un verso para luego agregar que “el doble perfecto” se sentó en la parte trasera de un auto y rechazó todas las golosinas. Las heridas por la pérdida del tiempo pasado y la infancia, al menos en este caso, sólo se cauterizan a través de la poesía. “La política que importa es aquella que revaloriza y recupera lo cotidiano, lo común, lo supuestamente ‘ordinario’ y las maravillas ocultas de la vida diaria –plantea Burnside–. En un poema que escribí hace mucho, describí a las personas con las que crecí (mineros y trabajadores temporales, comerciantes y docentes) caminando por nuestra pequeña ciudad minera en la nevada mañana invernal, y viéndose de nuevo a sí mismos, ‘asombrados por lo misteriosos’ que eran. En ese momento no pensé en eso como una suerte de manifiesto de una sola línea pero, al menos en mi mente, se ha convertido en un lema, en la chispa de una idea que me importa más de lo que puedo expresar. Aunque un intento de expresarlo podría ser algo así: ¿qué tenemos para armarnos y nutrirnos cuando nos despertamos (...) en la lucha diaria contra una cultura venial y una sociedad esencialmente injusta, que no sea la gracia de lo cotidiano, en toda su riqueza?”
Sólo el poeta escocés puede escribir un comienzo increíblemente perfecto en “Indeleble”: “Muerta hace cuarenta años, mi madre está cortando un corazón/ en la mesa de la cocina”. La madre aparecida y la evocación de una luz “que nadie podía explicar”; niños que juegan a que están muertos, argonautas sin nada más para decir; ovejas que miran pasar a Rimbaud como si fueran fieles que miran al pastor; todo lo que el poeta toca, mira y escucha se vuelve insoportablemente vivo, como si él lograra que brillara más el primer rayo del día, una gota de lluvia esperando caer desde la punta de una hoja, la iguana y la cabra salvaje de los Alpes, y un campo diminuto con flores de lis. Como diría el poeta norteamericano Charles Wright, admirado por el autor de Aprender a dormir, “el otro mundo está aquí, justo debajo de la yema de los dedos”. Los poemas “noctámbulos” de Burnside intensifican el milagro de la existencia.