Ayer se realizó la segunda edición de la Women’s March en distintos puntos de Estados Unidos y hoy continúa con el evento #PowerToThePolls (el poder a las elecciones), con epicentro en Las Vegas. El objetivo es alentar a las mujeres a registrarse para votar y elegir candidatas en las legislativas de noviembre. Como en 2017, la Women’s March inaugura una temporada que desembocará el 8 de marzo en el segundo Paro Internacional de Mujeres, este año articulado a nivel global por las recién nacidas Internacional Feminista y Paro Internacional de Mujeres.
Entre las decenas de ciudades del mundo que replicaron la Women’s March estuvo Buenos Aires, donde unas 150 referentes de las Defensorías de género, de la rama femenina del Partido Piquetero, Red de Personas Trans de Latinoamérica y el Caribe y residentes norteamericanas, se reunieron frente a la Embajada de Estados Unidos. Se concentraron en apoyo al reclamo del movimiento de mujeres de ese país de mayor representación en el Congreso y en las gobernaciones. “Entendemos que una mayor cantidad de mujeres en los espacios de poder podría generar condiciones favorables para un impeachment del presidente Trump. Marchamos en señal de repudio a las políticas xenófobas y misóginas que marcaron el clima político del 2017, con las decisiones de Trump a la cabeza. Aprovechamos el encuentro para convocar al Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo”, le dijo a este diario Daiana Asquini, del Partido Piquetero.
¿Cómo resuena en Latinoamérica la Women’s March 2017 y la de 2018, que le dijeron que no, no sólo a los discursos de odio de Donald Trump, sino también a las condiciones que permitieron la afluencia de un Trump? ¿Se puede considerar a ese hito histórico ocurrido al día siguiente de la asunción del presidente de Estados Unidos el puntapié que dio inicio, dos meses después, al paro internacional de mujeres en más de cincuenta países? Desde Argentina María Pía López, de Ni una Menos, entiende que la Women’s March 2017 fue parte de un clima de época, una cantidad de esfuerzos colectivos que se amasaron a partir de entonces de cara al 8 de marzo de 2017, pero que ya venían acumulando potencia: “Antes del 21 de enero de 2017 ya había mucho entusiasmo con la idea de un paro de mujeres. De cualquier modo la marcha en Estados Unidos fue un gran aliciente: empezamos el 2017 con la percepción de que el movimiento de mujeres aparecía en cada región del mundo como sujeto central de la lucha contra el neoliberalismo y la restauración conservadora”.
En los dos meses que faltan para el 8M, la cuenta regresiva se convierte en margen para pensar cómo sumar esfuerzos, ideas y conversaciones. Por estos días toda Latinoamérica se organiza. La semana pasada hubo reuniones en Perú y Bolivia. En Uruguay, Brasil, Costa Rica, Guatemala, Paraguay habrá asambleas las próximas semanas. Buenos Aires tendrá la suya el dos de febrero convocada por Ni Una Menos, y antes de fin de mes habrá encuentros en Rosario, Chaco, Corrientes y Tucumán. Pero las alianzas regionales no empezaron este año. Los sentidos que adquiere la idea de un paro internacional de mujeres son dinámicos y van tomando distintas formas en cada país y región.
Muchas activistas coinciden en que el desafío del 8M de este año será interpelar a sectores más amplios, más allá de los que tradicionalmente se reconocen en el campo de los feminismos. Para María Pía López ésa no es una tarea difícil para la Argentina, un país con una tradición de militancia de fuerte impronta femenina: “Desde el movimiento de Derechos Humanos liderado en general por mujeres, hasta el movimiento piquetero que en los 90 puso en escena un estilo muy feminizado de construcción comunitaria frente a la pobreza. Todo eso fue forjando con tenacidad por las activistas de distintas generaciones y eso desembocó en la calle el 3 de junio de 2015 con la consigna Ni una menos. Lo mismo pasó en el 8M de 2017. Muchas de las que estuvieron allí tal vez hasta el día anterior no se hubieran reconocido feministas”.