Pobre el periodista, nadie lo quiere. Regularmente aparece al tope de las encuestas de las profesiones menos confiables y vilipendiadas, junto a los políticos y los banqueros. Cuando no están escuchando conversaciones ajenas o acampando en la puerta de personas en horas de desesperación, están escribiendo historias estúpidas sobre patos en skateboards o siguiendo a celebridades menores con la esperanza de que podrán entreverle un muslo, o atosigando el ancho de banda con fotos de gente enojada. Están en un pozo.
Por eso resulta tan sorprendente que las películas sobre los muchachos de los medios sean tan populares. La última de ellas, The Post, que se estrenará en la Argentina el próximo 1º de febrero, fue producida y dirigida por Steven Spielberg, y está protagonizada por Meryl Streep y Tom Hanks. La película documenta la batalla entre periodistas de The Washington Post y The New York Times, a comienzos de los ‘70, para publicar las revelaciones del alcance del involucramiento del Gobierno de Estados Unidos en la Guerra de Vietnam. The Post es el más reciente capítulo en la historia del periodista como héroe, el obstinado cruzado por la verdad, el enemigo del autoritarismo, el determinado perseguidor de hechos. Aunque en rigor, la película debería llamarse The Times, porque fue el NYT el que finalmente publicó los llamados “Papeles del Pentágono” que detallaban el encubrimiento que cruzó cuatro presidencias.
Joe Saltzman es un investigador de periodismo en la Universidad de California, y un estudioso en particular del modo en que se retrata el negocio de las noticias en el cine y otros medios; de hecho, es director de un proyecto de investigación llamado “La imagen del periodista en la cultura popular”. En una entrevista de hace algunos años con su colega de la Universidad Henry Jenkins, Saltzman apuntó que el retrato del periodista en forma dramática va aún más atrás de lo que podría pensarse. “Lo sorprendente es que la imagen del periodista no ha cambiado demasiado a través de los siglos”, dijo. “En Antígona, Sófocles resumió la opinión popular 400 años antes que Jesucristo naciera: ‘Nadie ama al mensajero que trae malas noticias’. Por la misma época, otro drama popular contó la historia de un heraldo que le trae noticias impactantes a un héroe que se supone envuelto en una trama de asesinato. El héroe agarra al heraldo y le rompe la cabeza contra una piedra”. Sin dudas el público lo celebró, y con eso se inició la imagen.
“La imagen básica del periodista, del cine mudo a estos días del siglo XXI pletóricos de medios, es la del héroe algo defectuoso que pelea contra todo y contra todos para llevar los hechos al público”, dice Saltzman. “El reportero o el editor pueden salirse con la suya con lo que sea, mientras el fin sea de interés público. El periodista puede mentir, engañar, distorsionar, sobornar, traicionar o violar todo código ético siempre que esté exponiendo corrupción, resolviendo un asesinato, atrapando un ladrón o salvando a un inocente. La mayoría de las películas sobre el periodismo terminan con el reportero o el editor ganando la batalla, si no la guerra”.
The Post ocupa el subgénero de películas basadas en hechos de la vida real, que en 2015 vio el estreno de En primera plana: allí el foco estaba puesto en los periodistas del Boston Globe que revelaron la escala de los abusos sexuales en la Iglesia Católica desde los años ‘70. Los gritos del silencio (1984) se basaba en las experiencias del periodista estadounidense Sydney Schanberg y el reportero y traductor camboyano Dith Pranm durante el régimen del Khmer Rouge que provocó un genocidio en el país. Pero el padrino de las películas de periodistas de la vida real es Todos los hombres del Presidente (1976), la película dirigida por Alan J. Pakula en la que Robert Redford y Dustin Hoffman son Bob Woodward y Carl Bernstein, los tenaces reporteros del Washington Post que descubrieron el escándalo Watergate e hicieron caer a la administración de Richard Nixon. Estas son las películas que presentan a los periodistas como caballeros blancos, con sus escudos de libertad y sus lanzas de verdades rompiendo las redes de mentiras que las autoridades suelen tender para ocultar sus oscuros manejos. Pero a través de la historia del cine y la televisión los periodistas no siempre han sido los chicos buenos.
Para aquellos que están en el mercado, hay un constante revolear de ojos ante el perezoso retrato de los periodistas en los programas televisivos y especialmente en las telenovelas, donde se los suele ver empleando tácticas rudas o invadiendo propiedades privadas. La mayoría de los reporteros modernos apenas pueden alejarse de sus escritorios, menos aún van a andar acosando personajes públicos. Aún más hilarante es cuando un personaje atropella un perro o tiene un romance y un grupo de prensa con las proporciones y el temperamento de una horda mongola se le va al humo, cuando buena parte de los periódicos apenas si pueden sostener una planta mínima que se encarga de todo en el frenesí de un día.
Después del escándalo que reveló la pinchadura de teléfonos en la prensa tabloide inglesa, el público quizá tuvo una visión disminuida del periodismo de épocas anteriores. Como dice Saltzman, “quizás la imagen más dominante y dañina del periodista en la cultura popular es la de reporteros anónimos persiguiendo una historia. En incontables películas, programas televisivos y novelas, viajan en grupo, usualmente armados con cámaras de televisión y micrófonos. Cubren noticias de último momento en patota, gritando, acosando, atropellando, abriéndose paso a empujones en los eventos noticiosos. “Siempre en las películas hubo esa clase de turbas de periodistas agresivos persiguiendo al héroe, y han tenido un impacto negativo a través de los años, pero su celo fue generalmente tomado con buen espíritu”, dice Saltzman. “En estos días aparecen mucho más amenazantes y fuera de control por sus luces, cámaras, micrófonos y grabadoras metidas en la cara de personas reales en los noticieros televisivos y de actores favoritos en las películas y programas de entretenimiento televisivo”.
Pero a la vez en los sabuesos de ficción debe haber algo de diversión y escapismo. Superman debutó en los comics en 1933, y desde el comienzo su alter ego Clark Kent fue un reportero del Daily Planet de Metrópolis, junto a Lois Lane, su batalladora colega e interés amoroso. En la comedia de Howard Hawks Ayuno de amor (1940), Cary Grant era un editor de periódico en una complicada relación con su ex mujer (interpretada por Rosalind Russel), a la vez su reportera estrella. Hoy sería interesante descubrir cuán bien se les pagaba a las mujeres entonces en comparación con sus colegas masculinos.
Como dice Saltzman, la historia es el fin de todas las cosas y todo es utilizado para llear a eso, y el juego no siempre tiene que ser justo. En 1951, Kirk Douglas protagonizó Ace in the hole (escrita y dirigida por Billy Wilder): allí interpretaba a Chuck Tatum, un ex reportero caído en desgracia desesperado por volver al juego. Tatum ve una oportunidad cuando aparece la historia de un buscador de tesoros que queda atrapado en una cueva colapsada y lo explota complotándose con un sheriff inescrupuloso para prolongar la situación. Una década después, el film catástrofe El día que la Tierra se incendió presentó Edward Judd, reportero del Daily Express que tropieza con el secreto de una serie de tests nucleares simultáneos han forzado a la Tierra fuera de su órbita, acercándola al Sol. O, para ponerlo en los términos de la encarnación actual del diario, “¡Usted nunca adivinará por qué dos grandes BANGS nos están poniendo tan calientes!”.
En En primera plana, el editor del equipo de investigación es interpretado por Michael Keaton, pero no es su primer intento en esa silla. En 1994 apareció en el ficcional New York Sun, en la comedia mezclada con thriller El diario, de Ron Howard: allí detallaba el período de 24 horas en el que Henry Hackett cubre un asesinato, encuentra evidencia de una conspiración y tiene una pelea con la editora general en la sala de prensa para detener la impresión de un titular falso e inflamatorio. El diario es una tontería pero muy disfrutable, aunque tiene poco en común con En primera plana y está más en vena con las buenas vibraciones del show televisivo de los ‘70 de Lou Grant. Pensado originalmente como un spin off del Mary Tyler Moore Show (más volcado a la comedia), el programa presentaba a Ed Asner como el editor de un diario de Los Angeles, cascarrabias pero con un corazón de oro. Lidiaba con temas a menudo serios y solía tocar el tema de la ética periodística, a menudo con un toque cálido.
En rigor, las películas más memorables y exitosas centradas en el periodismo son aquellas que saben tomar cierta perspectiva y tienen conciencia del tiempo. Los años setenta parecen un terreno especialmente fértil, combinando la tormenta perfecta de corrupción a alto nivel, un desprecio por la transparencia en el poder y una era dorada en la que los diarios estaban bien financiados y con equipos de trabajo numerosos, y tenían tiempo y recursos, y la intención de hacer una diferencia. Con la manera en la que muchas organizaciones de noticias, locales y nacionales, son financiadas en estos tiempos, no pasará mucho tiempo antes de que películas como The Post sean ficciones de época retratando una industria que, si no se tiene cuidado, se habrá perdido para siempre.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para PáginaI12.