“Dos greñudos sueltos en el Colón”. Así podría haberse llamado el desembarco de Chris Cornell y su camarada Bryan Gibson en el templo argentino de la “música culta”, si al tándem estadounidense le hubiera dado lo mismo actuar allí que en Cemento (dixit Adrián Dárgelos, antes del recital de Babasónicos en el mismo lugar, en octubre). Pero no. Al punto de que el otrora líder de Soundgarden, a lo largo de la primera de sus dos fechas en Buenos Aires (la de ayer fue en el Gran Rex), el miércoles pasado, se tomaba su tiempo para contemplar en silencio el aforo o para manifestar su inverisimilitud por lo que estaba experimentando. Lo que sin duda influyó en el acabado del show, el mejor que dio en la Argentina, y, por supuesto, en su estado de ánimo. Y es que desde que irrumpió en el escenario, a las 21 hs, con teléfono inteligente en mano registrando el recibimiento del público, el icono del grunge evidenció su faceta más carismática y elocuente. Aunque precisamente no fueron esos rasgos los que vino a mostrar en esta ocasión, sino su hasta entonces desconocida veta folk, con la cual sorprendió en su más reciente álbum de estudio, Higher Truth, y cuya gira lo trajo de vuelta al país.
Como sucedió con Andrés Calamaro, quien se encuentra presentando en Buenos Aires un contundente show acústico basado en su disco Romaphonic Sessions, Cornell aprovechó su nueva encarnación para, además de develar su flamante repertorio, reinventar a través de la desconexión eléctrica los clásicos de esas bandas con la cuales hizo estremecer a dos generaciones de público (aparte de Soundgarden, también integró Temples of the Dog y Audioslave). Asomaron influencias obvias como Neil Young, así como el impacto que causaron Daniel Johnston y Nick Drake en su obra. Esto denota lo bien que ha manejado no sólo su madurez musical, sino emocional, pues no todo artista llega inmune de complejos e inseguridades a los 50 años (en julio pasado cumplió 52). A pesar de que, a manera de chiste, reconoció las malas pasadas que le juega su voz interior en ese sentido. Pero si de algo puede estar seguro es que su voz exterior, esa que sostiene por igual las notas altas y las graves, y con la que transformó el dolor en un grito, se mantiene intacta.
De ello dio fe desde el vamos, cuando inició la lista de temas con “Before We Disappear”, incluida en Higher Truth. Siguió con “Can’t Changes Me”, de su álbum debut solista, Euphoria Morning (1999). En ese hiato, entre su pasado y presente sonoro unipersonal, Cornell estrenó un single manufacturado en 2016, “‘Til The Sun Comes Back Around”, para luego darle paso al primer cover de la noche, el siempre bienvenido “Nothing Compares 2 U”, de Prince. La adaptación, si bien mantuvo la intensidad del original, apostó más a la elegancia que a la pasión. Mientras que en “Nearly Forgot my Broken Heart”, de su último trabajo de estudio, desbordó barroquismo. Hasta ese momento, Gibson dejó constancia de su versatilidad (al recurrir al teclado, el violonchelo y la mandolina), de la misma manera que de su compenetración. Aunque después abandonó el escenario para que el ídolo de Seattle se colgara la viola y la armónica en “The Times They Are A Changing”, clásico de Bob Dylan que presentó como uno de los mejores del rutilante Nobel de Literatura.
Una vez que quedó atrás la filosa versión de “Fell on Black Days”, himno de Soundgarden que provocó que el público se levantara para ovacionarlo, Cornell bajó un cambio con “Thank You”, de Led Zeppelin. Sin embargo, apeló a la ciclotimia con “Doesn’t Remind Me” y “Like a Stone”, ambas de Audioslave, y repitió la misma fórmula con sendos hits de Temple of the Dogs: “Wooden Jesus” y “All Night Thing”. También hubo momentos rarísimos como cuando el músico estadounidense, fiel a la consigna acústica del tour, prefirió cantar “Misery Chain”, parte de la banda de sonido de 12 Years of a Slave, sobre un vinilo antes que apelar al sample. Poco antes de que se acercara el fin del recital, y tras hacer “I am the Highway” y el country “Rusty Cage”, el cantautor invocó una adaptación deslucida de “Black Hole Sun”, el mayor éxito de Soundgarden, sorpresa que supo remendar con un exquisito cover de “A Day in a Life”, de los Beatles, que, con guitarra y violonchelo, supo respetar el caos de esa pieza maestra. Cuando el Colón se sumergió en el delirio, el artista regresó al escenario para interpretar “Hunger Strike”, “Be Yourself”, y “Seasons”. Y, claro, para confirmar que es una leyenda del rock en plena reinvención.