“La sala de estar está bien para los ensayos, pero los relatos hay que escribirlos en el dormitorio”, decía la escritora estadounidense Susan Sontag (1933-2004), más recordada por sus ensayos que por sus ficciones, estableciendo una división donde la intimidad queda en el campo de maniobras de la narrativa breve. A trece años de la muerte de una de las intelectuales más importantes de la segunda mitad del siglo XX, en febrero llegará a las librerías Declaración. Cuentos reunidos, publicado por Literatura Random House, revisado y prologado por Aurelio Major, que incorpora cuatro nuevas piezas a la edición británica, hasta ahora no recogidas en libro. Los cuentos que se añaden son: “Descripción (de una descripción)” (1984), “El cómico lamento de Píramo y Lisbe” (1990), “Diálogo entre un descendiente de Noé y un pájaro” (1992) y “Un Parsifal” (1991), este último en versión castellana de Carlos Mayor, que aún permanecía inédito en español.
Declaración reúne cuentos de Sontag escritos a lo largo de casi tres décadas. La diversidad de estilos constituye uno de sus mayores atractivos: la alegoría, la parábola, el diario, el cuento autobiográfico, el documental o la escena teatral son algunas de las formas de las que se sirve para atrapar fragmentos de vida y dar respuesta a sus miedos y aflicciones, algo que no podía hacer en el ensayo. Al volumen de relatos Yo, etcétera, publicado en 1978, se añaden piezas posteriores como “Peregrinación”, en la que una Sontag adolescente conoce al escritor alemán Thomas Mann (1875-1955) en su casa de Los Ángeles, o “Así vivimos ahora”, en el que da cuenta de la devastadora crisis que trajo consigo la irrupción del sida en determinados círculos sociales. Benjamin Taylor, autor del prólogo, plantea que fue una autora de cuentos “esporádica, más que empedernida, y recurrió al género en la medida en que surgían determinadas necesidades expresivas que de otro modo no podían satisfacerse”.
Taylor advierte que en los relatos se libra “una batalla campal por la sabiduría: a un golpe experiencial le sigue una declaración”. “Semejantes confesiones no eran cómodas para Sontag. Al leerlas –sobre todo las más personales–, se descubre el motivo. Antón Chéjov, el mayor cuentista, se refirió a su ‘autobiografifobia’, un padecimiento con el que Sontag se identificaba. En relatos maestros como ‘Proyecto para un viaje a China’, ‘Declaración’, ‘Viaje sin guía’ y otros, burla esa reticencia natural. El peso de la dificultad que dichos cuentos desplazan –la muerte de un padre; el suicidio de una amiga; la amenaza de una enfermedad mortal–, los aleja de su producción ensayística, mucho más extensa y frecuente. Si esta última siempre será más célebre, los cuentos son adonde debemos dirigirnos para conocer a Sontag más íntimamente”, plantea el prologuista. “Algunos críticos han señalado que sus cuentos bien podrían llamarse ensayos personales. Pero ello es no entenderlos”, aclara Taylor. Sontag consideraba que los ensayos eran una palestra para llegar a comprender lo que pensaba, para decidirse. Sus cuentos emanan, por el contrario, de la necesidad de permanecer en suspenso, de aferrarse a las contradicciones, aunque también de lograr que dicha perplejidad rinda frutos”. Taylor cita como ejemplo un fragmento de “Proyecto para un viaje a China”: “Consentiría gustosamente en permanecer callada. Pero entonces, ¡ay!, es difícil saber algo. Para renunciar a la literatura debería estar realmente segura de que podría saber. Certidumbre que demostraría groseramente mi ignorancia”.
Por su vasta formación filosófica y su pasión por la literatura de vanguardia, Sontag se convirtió, “más que ningún otro estadounidense, en el eslabón con la literatura europea actual”, opinaba su colega Gore Vidal (1925-2012), al editar tempranamente textos escogidos de Roland Barthes y Antonin Artaud. En 1963 publicó su primera novela El benefactor, a la que seguirían Estuche de muerte (1967), El amante del volcán (1992) y En América (1999), con la que ganó el National Book Award en 2000, uno de los premios más prestigiosos de su país. “Tengo la impresión de que la literatura amplió mi capacidad de compasión”, estimó la escritora, por “la forma de llevarnos a mundos diferentes, envolvernos en su contexto, y hacernos sentir partícipes de una historia ajena”. Cuando a mediados de los 70 le diagnosticaron cáncer, con la misma actitud combativa con la que se comprometía en luchas políticas y sociales, le torció el brazo a la muerte escribiendo uno de sus ensayos más conocidos: La enfermedad y sus metáforas (1977).
Al final del prólogo de Declaración, Taylor augura que una nueva generación de lectores descubrirá que los cuentos de la escritora estadounidense son absolutamente contemporáneos. “Sontag, como siempre, iba por delante de la gente”, concluye el prologuista.