El oficialismo gobernante se obsesiona en hablar del futuro. Antes como una promesa ahora como pretexto, sencillamente porque el presente que ellos mismos construyen no les favorece, no puede ser exhibido como un éxito. Y en consecuencia no alcanzan los giros discursivos para disimular los atropellos que intentan presentarse siempre apenas como "errores" del "mejor equipo de los últimos cincuenta (y dos) años" empeñado en su permanente tarea de "haciendo lo que hay que hacer".
Para hablar del futuro los voceros oficiales (también los oficiosos mediáticos) insisten en borrar el pasado. Aunque en esa tarea también son selectivos.
En algunos casos, como lo propone el diputado Nicolás Massot, equiparando "reconciliación" con desmemoria para llevarse puesta la difícil y valiosísima construcción que la Argentina hizo en torno a memoria, verdad y justicia. Adolfo Pérez Esquivel suele recordarnos sabiamente que "un pueblo sin memoria está condenado a ser dominado”. Massot también lo sabe, aunque difícilmente admita que coincide con el Premio Nobel de las Paz. Pero, en definitiva, su propuesta de borrar el pasado es una forma de adelantarnos el tipo de futuro que pregonan los hombres y las mujeres de Cambiemos.
El recurso discursivo no es diferente al que se usa para hablar de la "pesada herencia". Se trata de aplicar la etiqueta "corrupción" de manera indiscriminada para echar todo en la misma bolsa y presentar los avances en materia de derechos sociales y las mejoras objetivas de la calidad de vida como resultado de acciones delictivas (reales o presuntas). Suponiendo también que la ciudadanía no tiene capacidad de discernimiento, ni conciencia ni memoria para distinguir que el logro de determinados derechos económicos, sociales, políticos y culturales no fueron apenas la consecuencia de la dádiva de un determinado gobierno, sino el resultado de la conjunción de fuerzas y actores, de la lucha de un pueblo en busca de mejores condiciones de vida.
La memoria no opera solamente para recordar lo que nos pasó durante los atroces años de la dictadura militar. Massot dice que hay que dejar atrás un pasado que las actuales generaciones no vivieron y dar vuelta la página. Sin embargo, la historia es una sola, no hay capítulos que cierran en sí mismos sin antecedentes y consecuencias. A pesar de que muchos no hayan vivido los años en que las condiciones laborales en la Argentina eran similares al trabajo esclavo, en su propia historia estas personas vieron plasmados los avances de derechos por los que sus antecesores pelearon. Y en la memoria social siguen gravadas las luchas que permitieron los progresos de los que hoy gozamos.
Por eso la reacción social ante los dichos de Massot y los atropellos verbales y fácticos del ministro Jorge Triaca. Por eso también, a pesar de todos los aprietes y las negociaciones, la reforma laboral no termina de avanzar. Porque la sociedad argentina tiene memoria. Y el pasado, bueno y malo, está lleno de enseñanzas gravadas en la conciencia ciudadana que no pueden borrarse con las promesas de un futuro carente de raíces en nuestro recorrido como pueblo. Y para traer a cuento a alguien muy mencionado en los últimos días, vale recordar lo que Francisco dijo en Paraguay en el 2015: "Un pueblo que olvida su pasado, sus raíces, no tiene futuro. Es un pueblo seco". También porque quizás hoy la sociedad argentina comienza a vivir aquello que José Mujica, el ex presidente de Uruguay, suele recordar: “Hay cosas que tienen valor cuando se pierden”.