El consumo eléctrico está tan naturalizado que solo advertimos sus virtudes cuando el servicio se interrumpe. En Argentina, la electricidad proviene de diversas fuentes, básicamente, de la térmica-fósil (quema de combustibles) y de la nuclear, así como también tienen su cuota las renovables, como la eólica y la hidroeléctrica. Las centrales están desperdigadas por todo el país pero se concentran en los grandes centros urbanos como el Area Metropolitana de Buenos Aires.
Para que se prenda una lamparita en el living de un departamento o el aire acondicionado en la habitación de una clínica actúa, subyacente, un proceso de tres pasos: la generación energética, su transmisión (las líneas de alto voltaje conectan la electricidad generada hasta los centros urbanos) y su distribución (a cargo de empresas como Edesur, Edenor y Edelap). Como la energía disponible es suficiente, el principal problema se halla en el último tramo, ya que con el calor se recalientan los transformadores y fallan las subestaciones. Es en este punto del trayecto donde los usuarios descargan todas sus críticas, mientras la respuesta telefónica de las prestadoras siempre es la misma: “el servicio se restablecerá enseguida” (aunque en rigor de verdad, jamás es “enseguida”). El paisaje de furia se completa cuando los ciudadanos advierten que el aumento de las tarifas –el último de diciembre y el próximo en febrero– no se traduce en inversiones. En el marco de un proyecto coordinado por el Organismo Internacional de Energía Atómica (OIEA), Darío Gómez analizó los vínculos que existían entre los cortes masivos de electricidad y los eventos extremos de temperatura en el AMBA. Aquí lo comparte.
–La investigación que realizó junto a su equipo fue por iniciativa del Organismo Internacional de Energía Atómica...
–Sí, el objetivo encomendado fue estudiar las medidas de adaptación al cambio climático de los sistemas eléctricos en el mundo durante el período 1971-2013 (lapso escogido por la disponibilidad de las bases de datos consultadas). Teníamos la premisa de que los sistemas eléctricos basados en fuentes de energía fósil –que liberan dióxido de carbono al ambiente– habían contribuido al cambio climático. Y también sabíamos que los efectos del cambio climático perjudicaban la infraestructura de los sistemas eléctricos que suministran el servicio a las poblaciones. Por otra parte, estábamos al tanto de que Argentina cuenta con una base hidroeléctrica muy fuerte con represas como las de El Chocón en Neuquén y Yacyretá en el norte del país, en el límite con Paraguay. En este marco, estudiamos los cortes masivos.
–¿Qué es un corte masivo?
–Son los tradicionales “apagones”. En la literatura se definen como aquellos que involucran a 50 mil usuarios o más. En nuestro trabajo no evaluamos los cortes programados, sino que solo tuvimos en cuenta aquellos que no fueron planificados, que de cualquier modo representan la mayoría.
–¿Cómo afectan las olas de calor al sistema eléctrico?
–Antes que nada sería bueno definir qué entendemos por ola de calor. Empleamos la definición que utiliza el Servicio Meteorológico Nacional que concibe que las olas de calor se producen cuando las temperaturas mínimas y máximas superan los límites establecidos durante tres o más días. Nuestros umbrales fueron los 20°C para las mínimas y 32.3°C para las máximas. Desde aquí, observamos que uno de los principales problemas que ocurrían como consecuencia de los eventos extremos asociados al calor sostenido en el tiempo, se hallaban primero en los sistemas de distribución (Edenor, Edesur) y luego también en las redes de transmisión. Por intermedio de la revisión y el análisis de la prensa advertimos que desde la década de 1970, el tramo de mayor vulnerabilidad frente al cambio climático correspondía a la última etapa.
–¿Cómo lo advirtieron?
–Es muy difícil estudiar los efectos de los eventos extremos porque hay muy poca documentación. Las bases de datos internacionales al respecto también recolectan la información producida en la prensa y en los archivos de Defensa Civil. Con el material hallado investigamos cuáles habían sido los eventos climáticos (tormentas, altísimas temperaturas, etcétera) que habían producido daños al sistema eléctrico en sus tres etapas (generación, transmisión y distribución). Calculamos, en esta línea, la influencia de las olas de calor sobre la infraestructura y toda la ingeniería que compone el tendido eléctrico, que en definitiva producen los cortes masivos que tanto nos complican la vida. Nuestra suposición fue que si los cortes de luz llegaban a la prensa era porque verdaderamente se trataba de interrupciones masivas del suministro.
–Los cortes de luz están en agenda todos los veranos.
–Sí, aunque hay matices. Una situación dramática se vivió, por ejemplo, durante las olas de calor de 2013, cuando las personas salían a las calles e invitaban a los periodistas a sus casas para mostrarles las heladeras con los alimentos que se pudrían. Lo que ocurre es que las olas de calor producen un aumento en la demanda por el encendido simultáneo y permanente de los dispositivos eléctricos, en especial de los aires acondicionados. Ahora bien, en contraposición a lo que podría suponerse, en invierno –con las olas de frío– también se consume mucha electricidad porque como los días son más cortos permanecemos por más tiempo dentro de nuestras casas con calefacción. En el AMBA, con la nueva edificación basada en electricidad la situación se complejiza aún más. Desde 1971 hasta 2013 el consumo eléctrico fue en constante crecimiento, también por la influencia de otras variables que escapan al clima, como puede ser la aceleración del recambio tecnológico y los valores del PBI per cápita, entre otros.
–Si cada vez hay más consumo eléctrico, ¿qué deberían hacer los argentinos para superar los cortes? ¿Habrá que acostumbrarse al mal servicio de las distribuidoras?
–La ecuación es sencilla: si la electricidad es cada vez más necesaria lo que deberá aumentar es la oferta. Sin embargo, los cortes de luz no se deben a la falta de electricidad generada sino a las fallas en el sistema de distribución, de modo que la solución estará en mejorar la infraestructura, el mantenimiento, la renovación y la reparación. Como ciudadanos, desde nuestro lado, lo único que podemos aportar es un consumo más racional, así como también estar al tanto de algunas cosas. Por ejemplo, la utilización de nuevas tecnologías contribuye a la mayor eficiencia en el consumo de energía. Pero ese asunto puede tener un efecto rebote porque cualquier persona podría comprarse el último celular, pero si también conserva el equipo viejo no se soluciona nada. La situación ideal sería que la tecnología reemplazada saliera del mercado. Este hecho también se observa en el marco de la contaminación atmosférica de los automóviles, ya que en general los más antiguos son los que más perjudican.
–Respecto al estudio, ¿hallaron lapsos en los que pese a aumentar la temperatura no se producían cortes masivos?
–Sí, también identificamos rangos de incremento de temperatura y consumo que no generaban interrupciones en el suministro, porque se trataba de contextos en que el sistema era más resiliente y presentaba menos vulnerabilidades. Además, hay un hecho significativo, durante 1980-1990, no se detectaron cortes masivos del suministro pese a que registramos doce olas de calor. Mientras que en las décadas más cercanas, entre el 2001 y el 2010, también tuvimos doce olas de calor e identificamos siete interrupciones significativas del servicio. En efecto, durante el último tiempo existe una clara relación entre las variables: a mayor calor, mayor consumo de energía y más cortes de luz. Además, durante las olas de calor más recientes, pudimos constatar que se extiende el número de días que conllevan los cortes masivos de electricidad. Los componentes y los transformadores se queman, y las subestaciones fallan. Como si fuera poco, también existe un factor que se vincula con las ciudades y se denomina “isla de calor urbano”, que se refiere al recalentamiento que se genera en las grandes urbes como producto de los edificios y las arquitecturas imponentes, el cemento y los aires acondicionados que (si bien enfrían los interiores) emiten calor hacia las calles. Por este motivo, siempre que vamos a un área rural nos sentimos más frescos.
–El problema de los cortes produce efectos adversos en cascada.
–Por supuesto. La vulnerabilidad del sistema de distribución de electricidad ante las olas de calor dispara otros inconvenientes e incrementa los riesgos a la salud humana (electrodependientes, imposibilidad de refrigerarse, falta de ascensores). De modo que los apagones masivos, a su vez, complican la toma de medidas de mitigación ya que impiden tomar agua fresca, estar en ambientes adecuados y evitar ejercicios extenuantes como subir a pie doce pisos. Otra consecuencia es el múltiple perjuicio económico para la sociedad. Aunque todavía no se han evaluado los costos es evidente que los comerciantes pierden mercadería y deben realizar inversiones que en el pasado parecían innecesarias como la de los grupos electrógenos.