Hace un tiempo leí Un libro quemado, reedición de Nosotras y la piel de Alfonsina Storni. Un libro que había tenido su primera edición en 1998 (Alfaguara) y que volvía a entrar en circulación gracias a la astucia y acierto de la Editorial Excursiones. Digo "acierto", porque esos artículos volvían a leerse, ahora en el contexto de una sociedad movilizada por la circulación agitada del discurso feminista. Gracias a aquel libro -que recopilaba las crónicas de Storni en el diario La Nación y la revista La Nota- conocí la cara menos visible de Storni: su prosa periodística y su costado masculino. Ese libro fue una gran provocación a mi persona. Pensé entonces que, tal vez sin querer, ella había sido reducida a su poesía, ese género "menor" que tan bien había dominado, que tanto recordábamos todos, pero que no agotaba su obra escrita. ¿Y si eso volviera a pasarme a mí? Leer, sabemos, nos lleva a producir lecturas, ideas, textos. De algún modo ese encuentro con la Alfonsina que no había conocido antes despertó una especie de búsqueda reivindicativa que arrancaba en querer sanear la imagen de mi madre y terminaba en querer gritar por cada una de mis voces acalladas. Pero a la vez ese impulso se convirtió en la producción de tramas, en el contacto con otras mujeres que escribían y en la intención de hacer algo con todo eso.
Además de obrera, empleada, maestra y poeta -como si todo aquello fuera poco- Storni se había ocupado de pensar y esbozar perfiles de mujeres. Su posición adelantaba. Obvio, no la entendieron. Tuvo que usar un seudónimo en la mayoría de los artículos que escribía para que no la despreciaran. Tao Lao, firmaba a veces. Me impresionó de aquel libro la frase que decía: "Todo ser está dispuesto, siempre, a ser enemigo de otro". Storni no parecía una mujer atemorizada como yo siempre había creído. Utilizaba también la ironía, la sátira y la parodia, tonos nada predominantes en la discursividad femenina de aquella época. Pensé que yo jamás había hecho uso de la ironía en mis textos. Comencé a buscarme un poco en esa tecla, traté de ver si la podía hacer sonar. Storni había saltado todas las barreras y de eso hacía rato, mucho. Incluso había expuesto con argumentos sólidos su ideario político. En sus textos para la prensa se puede leer el apoyo explícito a la huelga de telefonistas y a la candidatura de la diputada Julieta Lanteri, fundadora del Partido Feminista Nacional.
Para entonces, no hace tanto, yo escribía mi segunda novela, Estrógenos, donde trataba de llevar al extremo más extremo de la negatividad la cuestión feminista. Hombres ocupándose de todas y cada una de las tareas hogareñas. Mujeres abocadas al ejercicio del poder y la administración económica del mundo. Digamos que estaba tirando de la soga lo más posible. Entre episiotomías de meatos urinarios y partos peneanos, fui entrevistando a mujeres feministas de distinto estrato social y raíz teórica. Fue un trabajo paralelo. La ficción nutría a los ensayos y viceversa. Storni resonaba de fondo, siempre. Quería ubicar la evolución de aquel discurso, ver sus modificaciones y estancamientos. Las entrevistas que más me interesaron fueron a parar a la web de Revista Tónica, un ejercicio colectivo de lecturas y escritura que me estimulaba y me ayudaba a producir y seguir pensando. Nada hubiera sido posible sin ese espacio y esos intercambios. Durante algún tiempo, también, entrevistamos con Natalia Gauna a distintos varones para saber sus opiniones sobre la práctica del aborto. Todo parecía conducir al mismo tema: las libertades femeninas. La igualdad. La diversidad. Los conflictos de las mujeres con el mundo social.
Podría decirse que este nuevo libro que ahora publica Letras del Sur, Feminismos, dialoga bastante bien con Estrógenos -más, incluso, de lo que yo pensaba- aunque lo hace de forma lateral. Lo que en la ficción aparece abordado desde la fantasía y la invención "distópica" de ese mundo que va camino a la extinción, en los ensayos se construye como una preocupación y una pretensión de verdad que no abandona la forma del rodeo. Hay un tema en el centro: el feminismo inasible, desdoblado, y a su alrededor hay muchas voces intentando hablarlo pero, a la vez sabiendo, que una definición unívoca es imposible.
Feminismos es, sobre todo, un no‑lugar, un recorrido sin punto de llegada. Un libro con tantas respuestas que, en lugar de tranquilizar, incomoda. Hay ciertas hipótesis, claro. Se adivinan en las preguntas. Pero la pretensión del libro es más la del acercamiento que la de la sentencia. En ese sentido es un libro derridiano, poco moderno, múltiple y heterogéneo. Pero a la vez es el intento por moderar algo de esa abrumadora relativización de todo que sobrevive esta época. Hay angustia. Hay desesperación. Hay también un pedido de auxilio. Una especie de reconocimiento que señala: "está bien, no somos tan víctimas", pero que bandea con el otro extremo del asunto en el que decimos: "che, boludos, nos están ninguneando". Es una buena ensalada, puede ser. Pero en todo caso es una que, no por querer tener muchos sabores y condimentos, se licúa y homogeneiza en una especie de sopa indiscernible. Hay, si se la busca, una intención de que se detecten las particularidades, de no clausurar los temas ni esgrimir razones conclusivas. Una forma honesta de acercamiento a ciertas verdades.
Uno de los ingredientes que incorporé sobre el final a la ensalada -me mata lo machista de la metáfora culinaria- fue la cita de Storni que aparece al comienzo del libro en una especie de remembranza de aquel momento de escritura: "El sistema nervioso femenino percibe menos dolor, en iguales condiciones y circunstancias, que el sistema nervioso masculino. Ya veis, dulces mujeres, cómo hasta en la ciencia hay política".
Ese ensamble irónico que hace Storni entre un argumento científico que se entromete en la vida política, apelando al colectivo femenino, no hizo más que redondear la idea de este libro ecléctico y colaborativo. La encontré al final del viaje, ya corrigiendo textos y editando párrafos. El sistema nervioso femenino percibe menos dolor (risas). No el de una mujer u otra. No el de un hombre u otro. El sistema nervioso femenino. Punto.
Generalizar, hablemos del género del que hablemos, es una estupidez que se reitera, sin amainar, a lo largo de la historia. La ironía de Storni remite, sin dudas, a un argumento biopolítico que usaban los legisladores por aquella época en el recinto, intentando evitar que las mujeres votemos: "El tamaño del cerebro femenino es más chico que el del hombre". Todo suena familiar y sincrónico. Siempre estamos escribiendo la misma historia.
*En la Revista de Psicoanálisis En el Margen 19 enero, 2018.