El 25 de enero de 1997 un asesinato conmovió al país. Desde temprano circuló la noticia terrible. José Luis Cabezas, fotógrafo de la Revista Noticias, fue encontrado calcinado en una cava de Pinamar. Con un "no puede ser" nos fuimos enterando de los detalles macabros, todos los que hacían pensar en un crimen por encargo, en un mensaje mafioso ¡Y claro que lo era! En pleno menemismo Cabezas había osado mostrar el rostro, hasta entonces casi desconocido, de Alfredo Yabrán, uno de los grandes empresarios amigos del poder, socio privilegiado en la timba y el remate nacional que hacía el neoliberalismo.
José Luis Cabezas era uno de los nuestros, era un periodista. Mirada entrenada, sentidos abiertos: hay que saber dónde está la información. Lo mataron por mostrar, por hacer su tarea diaria. Era un trabajador de prensa, como tantos, que lejos de espurias manipulaciones informativas de cada día buscan, tiran del hilito y vuelven con la nota hecha para informar, para que ese amplísimo abanico de sectores y actores sociales que genéricamente nombramos como sociedad, se entere de lo que pasa. Todas las teorías y análisis que luego vendrían con la intención de explicar el hecho debían desembocar en una verdad irrefutable: lo asesinaron por mostrar. La libertad de expresión y el derecho a la información como derechos humanos estaban heridos, golpeados con inusitada violencia para decir a toda esa sociedad que era peligroso meterse con el poder, que el oscurantismo y la mentira eran los ejercicios para no correr riesgos.
Veintiún años después pueden ser muchas las personas que no conozcan el caso. Ni esa mirada mansa pero aguda hasta la que no llegó la Justicia con la sanción a los responsables intelectuales de su brutal homicidio. Decenas y decenas de actos, de marchas convocadas en todo el país -en la ciudad, por nuestro Sindicato de Prensa Rosario junto a la Asociación de Reporteros Gráficos de la República Argentina‑, de cámaras alzadas para decir ´aquí estamos, queremos trabajar sin aprietes, sin amenazas, defendemos el trabajo periodístico´. Las y los argentinos ya teníamos la llaga abierta por las y los asesinados y desaparecidos por la dictadura cívico militar. Y vinieron más y más muertes después: Sandra Cabrera, Silvia Suppo, las víctimas del diciembre de 2001, Maximiliano Kosteki y Darío Santillán. También la desaparición de Jorge Julio López, el principal testigo en el juicio al represor Etchecolatz que se pasea por Mar del Plata. Nombrar es tan bueno y útil como peligroso porque siempre estará el riesgo de alguna omisión que no debiera ser tal. Por eso invocamos con la misma fuerza a los crímenes por el gatillo fácil, los feminicidios y todos los asesinatos en los que por presencia y ausencia interviene el poder y el Estado nacional, para que de tantos/as que son quedemos anestesiados/as, inmóviles, sin decisión. Allí están Santiago Maldonado y Rafael Nahuel ¡No nos olvidamos de ninguna de las vidas que como pueblo perdimos!
El neoliberalismo brutal, peor que en los ´90, corregido y aumentado porque tiene mayor experiencia y lo acompaña el contexto internacional, está de nuevo en el poder. La derecha en el poder nos pone corralitos, nos censura, nos lastima, nos dispara, nos precariza, nos despide, nos detiene por trabajar, por informar.
Lo recuerdan a diario las imágenes de los cuerpos sangrantes de los fotoperiodistas Pablo Piovano (ex trabajador de Página/12) y Federico Hauscarriaga (Anred) ‑entre otras‑, en la cobertura de la marcha del 14 de diciembre contra la Reforma Previsional. La vida de un periodista no vale más que la de otro argentino o argentina. Sólo que el ataque contra las y los trabajadores de prensa siempre persigue la intención de amordazar, de callar.
Pasaron 21 años. En este 25 de enero el SPR se compromete a continuar luchando para que siempre se levanten las cámaras, los teléfonos, todos nuestros instrumentos de trabajo y nuestras existencias ¡Cabezas presente!