No hay una sola forma de entender el feminismo. Hay feminismos. En plural. El concepto, en todo caso, se refiere a los movimientos de liberación de las mujeres, que históricamente adquirieron distintas maneras para pensar y mirar el mundo. El feminismo es teoría y es práctica. Pero no es necesario tener un título de “feminista” o medirse en un “feminómetro” para sentirse feminista. Y aunque puede haber diferentes visiones al respecto, lo que no hay dudas es que no propone un enfrentamiento o una batalla contra los hombres.
Tener “un hijo varón precioso y un marido hermoso y respetar muchísimo a los hombres” no es incompatible con ser feminista, Araceli. Una cosa no impide la otra. Me pregunto por qué muchas famosas muestran tanto temor por quedar pegadas al feminismo, como si fuera una mancha venenosa. “Soy femenina pero no feminista”, le hemos escuchado decir a más de una, no solo de la tele, también de la política. Como si se fueran a manchar.
Todas las personas que aspiran a una sociedad con equidad de género deberían sentirse y reivindicarse feministas. Mujeres y varones. No les quita belleza ni glamour. Ojalá muchas mujeres –y varones también– con alcance a grandes audiencias levantaran orgullosamente las banderas del feminismo. Para que se conociera más. Como lo hizo hace unos años el tenista Andy Murray: “Estoy a favor de la igualdad y, si eso es ser feminista, entonces podrías decir que sí”, dijo en una entrevista que le hizo la revista The Red Bulletin. Así de simple.
El feminismo no es venenoso pero si contagioso. Cada vez más jóvenes en el país –chicas y varones, también– adhieren a sus valores. Lo vemos en las escuelas secundarias, en los sindicatos, en los barrios, donde se están desarrollando proyectos e iniciativas que defienden los derechos de las mujeres y la equidad de género. Pero parece que la palabra “feminismo” todavía arrastra cierto estigma. Seguramente, por desinformación. Quienes pretendemos comunicar sobre los derechos de las mujeres estamos fallando. O no nos escuchan o no nos quieren escuchar. Además, hay pocos espacios en los medios –y cada vez menos– para periodistas con perspectiva de género.
No nacemos feministas. Nos hacemos. A veces, sin darnos cuenta. Es un aprendizaje. Una actitud. Una forma de mirar y de ver.
Te invito, Araceli, a ver de qué se trata. Por lo poco que conozco de tu historia, me atrevo a decir que te vas a sentir identificada.
Sin feminismo, el voto femenino no hubiera llegado. Sin feminismo, Araceli, la patria potestad compartida tampoco; por citar solo dos ejemplos sencillos, para explicar por qué debemos defender sus consignas sin vergüenza ni temor. Desde el feminismo se empuja los márgenes para lograr el acceso de las mujeres a lugares y derechos, que histórica y arbitrariamente nos estuvieron vedados por el solo hecho de ser mujeres. Otro ejemplo: Desde la creación de la UBA, en el año 1821, hasta la primera graduada de la Facultad de Ciencias Médicas, Cecilia Grierson, transcurrieron más de sesenta años. En algunos países, adolescentes como Malala han puesto su vida en peligro por defender el derecho a la educación de las niñas en el siglo XXI.
El viejo Código Civil de Vélez Sarsfield nos consideraba casi como menores de edad: pasábamos de la tutela de nuestro padre a la de nuestro marido y no podíamos decidir por sí solas sobre un contrato, por ejemplo, aun siendo mayores de edad. El impacto de las ideas feministas en nuestras vidas, aunque no nos demos cuenta, es enorme. La alianza de mujeres feministas, de organizaciones de la sociedad civil y de distintos partidos políticos en el Congreso, permitió que en 2003 se aprobara la Ley que creó el Programa Nacional de Procreación Responsable y que hasta el día de hoy obliga al Estado a distribuir anticonceptivos gratuitamente en los hospitales y centros de salud, para aquellas mujeres –y varones– que nos los pueden comprar. También las leyes para proteger a las mujeres de la violencia machista son resultado de la lucha feminista. La lista de logros es larga.
Tus declaraciones, Araceli, generaron irritación y desolación en redes sociales. Cómo es posible que una mujer formada e inteligente como vos pueda estar tan confundida sobre el feminismo, fue tal vez, la pregunta que dejaron latente tus dichos. En los últimos dos años y medio, a partir de la primera marcha de Ni Una Menos, muchas jóvenes abrazaron la causa del feminismo: se sintieron interpeladas, identificadas, acompañadas. Y rompieron el silencio. Por eso, cada vez más mujeres cuentan sobre los abusos sexuales que sufrieron en ámbitos laborales, en el pasado: no buscan fama, como algunos de los acusados sostienen para desprestigiarlas. Lo que quieren es ser escuchadas. La escucha es parte de la reparación frente al daño sufrido. Frente a ese abuso de poder.
El feminismo te dice que lo que te pasa a vos –mujer– tiene que ver con un sistema –el patriarcado– que se basa en la supremacía del hombre, donde ellos, muchos, se han creído con privilegios sobre nosotras por el simple hecho de haber nacido varones. Lo vemos en cada espacio en el que transitan nuestras vidas: en el hogar, en la escuela, en el trabajo, en la calle, en los medios de transporte. ¿Alguna vez te preguntaste por qué el viejo guardapolvo que usábamos las chicas en las escuelas públicas se abrochaba atrás y el de los varones adelante? Porque el diseño fue pensado para hacernos dependientes: alguien más que nosotras –salvo que hiciéramos malabares– tenía que ayudarnos. Solas no podíamos. Ellos sí.
El fin de semana estuve en un balneario de la costa argentina, casualmente lo auspiciaba un banco oficial. Cuando pasé por el stand camino a la playa, una empleada me ofreció si quería llevar los diarios “por si los quiere leer su marido”, me dijo. Se me hizo un nudo en el estómago cuando la escuché. Primero, pensé, ella dio por sentado que yo tenía marido. Segundo, que él, por ser varón, podía querer enterarse de las noticias. Tercero, que a mí, por ser mujer, no me interesarían. Agarré los diarios que me ofrecía, le agradecí con una sonrisa, pero internamente pensé cuánto camino nos falta recorrer para no volver a escuchar ese tipo de propuestas. Ayer, al leer las declaraciones de Araceli González, pensé lo mismo.
No me desánimo. El próximo 8 de marzo la tierra volverá a temblar en el segundo Paro Internacional de Mujeres. Ya se está tejiendo en más de medio centenar de países. Para volver a denunciar cómo la desigualdad afecta nuestras vidas. En los casos más extremos, la aniquila.
El feminismo, Araceli, no va contra los hombres sino contra el machismo, que no es lo mismo. Aunque a veces lo parezca.