El fin de semana pasado cientos de miles de mujeres colmaron ciudades como Washington, Los Angeles, San Francisco y Atlanta en la segunda edición de la Women’s March (WM), que tuvo réplicas en todo el mundo, incluidos los alrededores de la Embajada de EE.UU. en Argentina. El domingo, el epicentro fue Las Vegas y la consigna rectora -#PowerToThePolls- fue un llamado a que más mujeres se registraran para votar en las legislativas de noviembre para cambiar el paisaje del Parlamento, hoy dominado en ambas cámaras por Donald Trump.
El lema Powers to the polls (“el poder a las urnas”) fue, claro, un signo del carácter electoral de la protesta. A diferencia del año pasado, cuando la WM tomó cuerpo casi como acto reflejo de repudio a la misoginia del flamante presidente, este año estuvo planteada como una acción demócrata. Puede que lo que la WM haya perdido esta vez en espontaneidad y furia lo haya ganado en organización. Algo de esto expresa desde Manhattan Ximena García Bustamante, del Comité Nacional de la International Women’s Strike USA: “Fue clara la filiación con el partido demócrata. Se hizo en ciudades de los estados ‘versátiles’, (ni republicanos ni demócratas, pero que definen elecciones). Y las organizaciones y activistas que el año pasado impulsaron a marchar de modo bastante espontáneo, ahora conforman una ONG y desde allí convocan”.
La WM es un elemento más de una agenda feminista global que florece en enero y febrero, y que por estos días prepara acciones en distintos puntos del planeta, con la mira puesta en el Paro Internacional de Mujeres del 8 de marzo. De transformar la feminización de la pobreza en feminización de las resistencias se habla tanto en Washington como en Rosario, Asunción o Curitiba. “Alrededor del mundo millones de mujeres son forzadas a trabajar por salarios esclavizadores. En EEUU conforman el 46% de la membresía de los sindicatos. La mayoría de ellas son mujeres de color. Todas, sin importar su estatus de ciudadanía, sexualidad o identidad racial, deben recibir un pago igualitario por el mismo trabajo”, dicen desde el comité que se prepara para la huelga en EE.UU.
Susana Yappert, argentina que integra la International Women’s Strike New York -conformado mayormente por migrantes-, participó este fin de semana de la WM, pero tiene la mirada enfocada en el paro. Este año quieren engarzar la huelga con lo que se ha generado en el país con el giro denunciante del #MeToo pero con una impronta menos individualista: “Queremos poner en el tapete el abuso permanente que se da en las instituciones: por parte de la policía, en las cárceles, en los centros de detención de migrantes. Transformar el ‘me’ en ‘nosotras’. Retomar la lucha de las afroamericanas y las latinas, objeto de la constante práctica de abuso y cuyas voces quedan siempre en los márgenes, incluso en movidas como la Women’s March”.
Y POR CASA
En los menos de dos meses que faltan para el 8M, la cuenta regresiva se convierte en margen para sumar esfuerzos y estrategias. Toda Latinoamérica se organiza, y desde esta región se tracciona al mundo con asambleas en Perú, Bolivia, Uruguay, Brasil, Guatemala, Paraguay. La Ciudad de Buenos Aires tendrá la suya 2 de febrero, convocada por Ni Una Menos, y habrá encuentros en Chaco, Corrientes, Tucumán. Los sentidos que adquiere la idea de un paro internacional son dinámicos, se van acoplando y toman distintas formas en cada país y región.
En Costa Rica, la primera acción que se convocó con la consiga Ni una menos (NUM) fue en solidaridad con el femicidio de la argentina Lucía Pérez a fines de 2016. Según relata Amanda Castro, de NUM Costa Rica, hasta ese momento el 8 de marzo era “una pequeña concentración diurna en una plaza. El asesinato de Lucía Pérez impactó aquí al punto de generar una movilización que desbordó las calles céntricas de San José. Convocó a muchísimas mujeres de todas las edades y fue impulsado fundamentalmente por mujeres entre los 20 y los 35 años, que antes de eso no se hubieran llamado a sí mismas feministas y asociaban al feminismo con un movimiento de mujeres académicas y con ciertos privilegios”.
“El año pasado fue especialmente doloroso movilizarnos para el 8M porque muchas estábamos afuera de la morgue recibiendo los cuerpos del incendio que ocurrió esa misma mañana”, dice desde Guatemala la periodista Lucía Ixchiu. Se refiere a una espantosa coincidencia: el 8 de marzo del año pasado 56 adolescentes murieron en un incendio en un centro de menores mientras protestaban por los abusos sexuales y torturas que sufrían por parte de las autoridades del hogar. “El simbolismo de ese hecho es aberrante. Esas niñas murieron mientras reclamaban por una vida digna, del mismo modo que lo hicieron a principios del siglo XX las obreras de NY en la tragedia que se supone dio origen al Día de la Mujer. Morir de ese modo debe verse como crimen del Estado y como mensaje contra las mujeres que se rebelan”, analiza Kimy de León, de la campaña de acción global #NosDuelen56.
En Paraguay, el 8M de 2017 “fue una sorpresa de convocatoria y fue una fecha vital para empezar a instalar con fuerza la lucha feminista. Poco después del paro se logró tipificar el feminicidio, antes tomado por ‘crimen pasional’”, relata Amanda Chamorro, de la Articulación de Mujeres Feministas de Paraguay. Este año el paro, cuenta Chamorro, va a estar centrado en las problemáticas que enfrenta “la mujer trabajadora y en la situación precaria de las mujeres indígenas”.
DECIR PARO
Una de las victorias del 8M en Argentina fue la disputa por el sentido de la palabra “PARO”, recelada por algunos sectores sindicales. En la coyuntura de ajuste y demonización de la actividad gremial que marcó el clima del año pasado y que permite pronosticar un 2018 con similares características, el paro del 2017 fue un punto de quiebre en el modo de pensar las herramientas sindicales: “Se ha logrado poner en tensión la idea de que solo es posible parar a partir de lo que defina la institución sindical, sea cual sea”, apunta Alejandra Rodríguez, delegada gremial en el Ministerio de Educación de la Nación.
Un paro de mujeres cuestiona el sujeto “trabajadora” en sí, desborda los límites del trabajo asalariado y saca del placar las tareas ni reconocidas ni remuneradas de cuidado y de trabajo doméstico. Así lo puntualiza Florencia Gordillo, de Ni Una menos Córdoba, provincia que tendrá su asamblea pre-paro el 7 de febrero. En Córdoba el paro del año pasado decantó en la Intersindical de Mujeres, espacio que incluye a trabajadoras con trabajo formal y a las de la economía popular: “La Intersindical permitió hacer un paneo de la situación laboral en la que estamos. Las tareas domésticas siguen colocándonos en desventaja. Un ejemplo claro: muchas no podían ni venir a las reuniones porque no tenían con quien dejar a los hijos o hijas”.
El año pasado la CGT llamó a movilizarse un día antes del 8M. La CTA, en cambio, sí participó activamente. En cuanto a lo que harán los sindicatos esta vez, Alejandra Rodríguez (ATE) entiende que es difícil de prever pero sí cree que “más allá de las decisiones de las cúpulas, se han producido intersticios que interpelan las lógicas conservadoras de la política sindical”. Para los gremios este 8M será una posibilidad de afirmar lazos con el feminismo. Así lo cree Claudia Ormachea, Secretaria de Género de la Asociación Bancaria, para quien el “2017 fue una topadora contra los derechos de los trabajadores y las trabajadoras. Fuimos las mujeres las que paramos, cuando los gremios daban la impresión de no estar dispuestos a ponerse al frente. El 2018 es una oportunidad de unir fuerzas”.