La vida de José Tiburcio Serrizuela siempre estuvo allá. Allá en su infancia en Florencio Varela, aunque nació en Palo, Tucumán. Allá en Los Andes, adonde fue a parar de casualidad: después de quedar libre en Banfield se tomó el tren y se bajó mal. Quería hacerlo en Temperley y lo hizo en Lomas de Zamora. Porque todavía andaba con el bolso encima de su último entrenamiento en Banfield preguntó, por preguntar, dónde quedaba la cancha de Los Andes. Se subió a un colectivo y fue a la cancha de avenida Santa Fe. Día de suerte: estaban probando jugadores. Allá empezó su carrera profesional y allá se retiró. En el medio ascendió con Rosario Central y Talleres, fue subcampeón del mundo en 1990, referente de River -donde se peleó con Daniel Passarella- y tres veces campeón con Independiente.
Desde hace unas semanas acompaña a su hermano Juan José, entrenador de Nueva Chicago, pero no siempre estuvo atado al fútbol. Hubo un bache, una especie de autoexilio. Hasta que volvió de muchos lugares y situaciones: de México, donde jugó, dirigió y conoció a su actual mujer, María Esther; del desencanto; del ostracismo; de su refugio en el negocio de los restaurantes. Ahora mismo la charla con Enganche es en uno de los locales gastronómicos que administra. Serrizuela corre las tacitas de café, se ayuda con las cucharitas, arma equipos sobre la mesa y habla de fútbol. Porque ya está acá.
–¿Cuál es más limpia, la cocina de un restaurante o la cocina del fútbol?
–La cocina de un restaurante tiene que estar impecable, siempre.
–¿Y la del fútbol?
–Tiene algunas manchitas.
–¿Por qué hay entrenadores que dirigen siempre, aunque no les vaya tan bien, y a otros les cuesta tanto entrar en la rueda, por más que tengan aptitudes?
–Para hablar de este tema hay que tener pruebas, pero uno sabe por qué pasa. Si encontraste a la persona justa para que te meta, estás adentro. Me refiero a un dirigente o a un representante o a la persona que esté manejando el fútbol en ese momento. Casi siempre fue (Julio) Grondona, que quería que dirigiera su gente y decía “éste sí, éste no”. Yo salí por eso y al estar tanto tiempo afuera hasta el día de hoy me cuesta entrar.
–En su momento el ambiente del fútbol también te señaló por tu salida de River.
–Cuando estaba en el Mundial me buscaba el Niza, de Francia. (Gabriel) Calderón y (Jorge) Burruchaga me dijeron que los dirigentes me querían y estaban ahí, en Italia. También estaba (Alfredo) Davicce y habían hablado con él. Estaba todo encaminado para que se hiciera el pase. Pero empieza el quilombo con Passarella, que no quería que me fuera. Ahí discutí con él y me tiró en cara todo lo que había hecho por mí. Yo me quedé en el molde porque quería jugar la Copa Libertadores. Le pedí vacaciones y me dijo que no, que me tomara tres días y empezara a entrenar. La vuelta al trabajo fue contra Chicago, no me olvido más. Fueron dos amistosos: en uno jugaba la Primera y en el otro la Reserva. Y me mandó a la Reserva.
–¿Sin darte explicaciones?
–Provocándome, a ver cómo reaccionaba. No me podía mover, venía de los 75 días del Mundial; estaba muerto. Encima, sin vacaciones en todo el año. Necesitaba despejar la cabeza. Después en la Copa tuve la mala suerte de errar el penal contra Barcelona, de Ecuador. Era la posibilidad de ponernos 2 a 0. Fuimos a Guayaquil y perdimos 1 a 0. Y en la definición por penales volví a errar. No jugué mal esa semifinal, pero erré los penales. Ahí me hizo la cruz. Yo veía que me provocaba mucho. Mal. Cuando volvimos, jugamos contra Mandiyú, con 40 grados en Corrientes, y no me podía ni mover y perdimos. A la fecha siguiente jugábamos el Superclásico y me sacó. En otro momento lo hubiese entendido, ¡pero no en ese partido! Me mandó al frente con pito y cadena. River le ganó a Boca y él se agrandó. Estaba insoportable. Entonces yo le hablé y las cosas que le dije no le gustaron. No nos peleamos en el vestuario porque nos respetábamos mucho, pero nos dijimos de todo. Me planté en que no quería jugar más.Yo había hecho todo como para tener una transferencia a Europa. Pero me encontré con el capricho de Passarella. Fui el primero que se peleó con él siendo técnico de River. En esa época para el mundo del fútbol el malo era yo, el conflictivo era yo. Me mataron. Sabía que iba a dar vuelta la historia, que había hecho las cosas bien. Entonces me tuve que ir a México. Digo que fui allá a casarme, porque conocí a mi actual mujer.
–¿Cuándo empezaste a pegarle bien a la pelota con las dos piernas?
–Cuando era chiquito estaba loco por el fútbol, jugaba todo el día. Y a los 9 o 10 años tuve un tirón en la ingle derecha que no me permitía correr bien. Al patear me dolía, pero jugaba igual. Éramos diez hermanos, ni en pedo por algo así mi vieja me llevaba al médico. Jugaba paradito y le pegaba con la zurda. Con tal de jugar me hice zurdo. Después volví a perfilarme como lo que era, derecho.
–¿Es más fácil jugar con las pelotas que se usan ahora?
–Yo jugaba con otras. Me retiré a los 38 y hasta los 50 casi no volví a tocar una pelota. Viví mucho tiempo en México y allá teníamos un equipo de veteranos del Veracruz. Jugaba cuando nos convocaban para algún evento político; nos daban 500, 800 dólares a cada uno. Corría un ratito y nada más. El dueño del equipo era el gobernador de Veracruz. Allá no se me antojaba jugar, no quería. Cuando volví a Argentina mi hermano Juan José me insistió para que volviera a jugar y lo hago con los veteranos de Independiente. Pero juego 20 o 25 minutos. Soy el delegado del Senior, armo el equipo. A la pelota le pega mi hermano. Me da la sensación de que si hubiese jugado con estas pelotas hubiese sido más fácil porque se mueven mucho y a los arqueros los vuelve locos.
–¿La técnica se entrena o es talento natural?
–El otro día en la concentración de Chicago veíamos el gol que le hizo David Luiz a Colombia, en el último Mundial. Le pega seco, abre el pie, y antes de llegar al arquero la pelota baja. Eso no es casualidad, es por la técnica. Es como en el golf: cuando le pegás con slice parás la mano, para que la pelotita se eleve pero después baje de golpe. Cristiano Ronaldo hace lo mismo, pero con el empeine. Cuando nosotros pateábamos no frenábamos la pierna, seguía su recorrido. Ahora no. Cristiano le pega y frena la pierna. No es fácil, hay que practicar mucho eso.
–¿Cómo empezaste a dirigir?
–Carlos Trucco, que era el técnico de Veracruz, fue a tomar un café a mi restaurante y ahí empezamos a tener una relación. Con el tiempo fui su ayudante de campo y ahí me prendió la idea de poder dirigir. Yo no quería ser entrenador porque es un puesto que no depende de uno, depende de lo que hagan los jugadores.
–Lidiar con los egos de los futbolistas tampoco es fácil.
–Claro, hay que saber manejar un vestuario. En Veracruz me gustó cómo me respetaban los jugadores. Un técnico no puede dirigir solo, tiene que tener varios ojos alrededor que también vean por él. En Colegiales el técnico era mi hermano, pero yo andaba por ahí mirando todo.
–¿Qué mirabas?
–Todo. Cómo se manejaban los jugadores, qué decían los dirigentes, cómo reaccionaba el jugador ante el mensaje del entrenador. Cuando estás metido en el equipo te concentrás en la táctica, no en lo otro. En cambio yo estaba más tranquilo, entonces hablaba con uno, con otro y me daba cuenta de cómo venía la cosa.
–¿Ahora sos asesor deportivo?
–Soy asesor de mi hermano. Chicago nos contrató como una dupla. Pero el técnico es él. Yo ando por afuera. También están el Avión Ramírez y (Diego) Melillo, que lo conocí cuando era un 9 importante en México.
–¿Vas a estar en el banco de suplentes durante los partidos?
–Lo estoy pensando. Pasa que desde afuera se ve mejor, más tranquilo. El microclima que se genera en el banco de suplentes a veces no te permite pensar bien. Además, desde arriba el partido se ve mucho mejor que a ras del piso.
–¿Qué tan importante es la cabeza para un jugador profesional?
–Es fundamental. La técnica y la condición física las podés tener. Pero si no estás bien de la cabeza, no rendís.
–¿Es mentira que un jugador cuando entra la cancha se olvida de todo?
–Es difícil jugar si no estás bien. Te podés olvidar de los problemas económicos. Muchas veces no te pagan y te genera malestar para entrenarte en la semana, pero cuando entrás a la cancha lo dejás de lado. Pero de otros problemas no te olvidás. En su momento, cuando me separé no podía dormir, y ese no dormir lo llevás a la cancha.
–¿Cómo te afectó en tu caso?
–De México viene a préstamo a Huracán. Acá me había separado y tenía hijos chiquitos. Fue muy conflictivo, tenía la cabeza taladrada. Pero fue fundamental mi viejo. El click lo hice en un fin de año. Yo pensaba largar todo, porque estaba mal por el tema de la separación. En Huracán me puteaban mucho. En los últimos partidos los hinchas pedían a Balza, un chico de inferiores. Y me dolió, pedían a un pibito. El 31 de diciembre del 91, cuando vamos a brindar en la casa de mi viejo, él se acerca y me habla. Me habla rápido y con un discurso cortito me hizo ver toda mi carrera: “Usted hizo esto, esto y esto. ¿Cómo lo logró? Rompiéndose el culo. Usted jugó un Mundial después de aparecer en Los Andes. ¿Y le va a regalar todo esto a la gilada? No. Usted se tiene que reponer de todo esto”. Esas palabras fueron fundamentales. Al otro día me empecé a entrenar y ese semestre la rompí. Huracán me quería comprar, pero Veracruz me quiso de vuelta.
–¿El jugador necesita apoyo psicológico?
–Sí. Hoy como entrenador me doy cuenta de que hay problemas que al jugador no se los puedo solucionar. Es importante un psicólogo para los temas personales. Pero de lo estrictamente futbolístico se tiene que encargar el entrenador, incluso de la parte motivacional.
–¿Escuchan los futbolistas de la generación PlayStation?
–Los pibes te estudian. Quieren ver si lo que tenés para darle es bueno. Y esperan los resultados. En cuanto le erraste en el análisis previo, no te perdonan. Hay que estar muy preparado para trabajar.
–¿Antes pasaba lo mismo?
–Nosotros también estudiábamos a los técnicos, pero el entrenador era otra cosa. En ese momento buscaba la manera de motivarte, de tenerte contento, de armar un buen ambiente. Era distinto. Ahora hay que trabajar más en campo. Antes los técnicos no sabían trabajar la estrategia. Te decían “hay que atacarlos por el lado del marcador derecho que se va y deja el espacio”. Pero no te decían cómo armar la jugada por el otro lado para llegar a encontrar ese espacio libre.
–¿Qué tiene ahora el fútbol de distinto?
–El secreto es hacer valer la superioridad numérica para no dividir la pelota cuando la tenés vos. Hay que provocar el espacio. Es clave salir jugando, incluso con el arquero. Hay que volver la pelota hacia atrás si es necesario, hasta encontrar el hueco. Los centrales tienen que romper líneas, ver ese pase que encamine la jugada de ataque. El jugador de antes sabía mejor cómo perfilarse para romper líneas, pero a los pibes de hoy les tenés que enseñar.
–¿A los los futbolistas de antes les gustaba el juego más que a los de ahora?
–Sí. El tema es aprender el juego para aprender a ganar. Yo vi en la cancha un partido de la Copa América 2011 que Argentina empató 1 a 1 contra Bolivia y la Selección fue un desastre, no enganchaba el juego. En un momento se cayó un jugador de Bolivia, estuvo como dos minutos tirado. Y los jugadores de Argentina estaban con las manos en la cintura, cada uno por su lado. Ninguno se acercó para ver cómo solucionaban el quilombo. Nosotros lo arreglábamos dentro de la cancha. Aprovechábamos esos momentos para darnos indicaciones, lo solucionábamos nosotros. Hoy los jugadores no resuelven; si las cosas no salen como las planificó el entrenador, listo.
–¿Es porque ven menos fútbol?
–Sí, ven menos fútbol. Están mucho tiempo con el celular y eso es un veneno. En cambio los jugadores grandes la tienen muy clara, saben lo que quieren. Nosotros tenemos un caso de Gomito Gómez, que encima juega un fenómeno. Tenemos la suerte de que él tiene ascendencia sobre los pibes, que lo escuchan. Eso es muy bueno para nosotros. Es ideal para que acelere el conocimiento del juego a todos los pibes del club. Pero no todos los clubes tienen a un Gomito.
–¿Y los de tu generación cómo aprendían el juego?
–Nosotros a los 10 años empezamos a jugar por la Coca, que no la conocíamos. En casa no había Coca. Si querías saber cómo era, tenías que formarte un buen equipo. Y sabíamos cómo jugaban los de la otra cuadra, quién tenía que marcar a quién. Y hasta íbamos a buscar jugadores de otras cuadras, porque sabíamos que tenía tales características para jugar contra un rival determinado. Armábamos el equipo nosotros y sabíamos dónde nos podían hacer daño. Aprendíamos para ganar, si no nos quedábamos sin la Coca. Eso no existe más, no hay más potrero. Ahora el partidito lo arman en la PlayStation.
–¿Cómo achicás esa distancia generacional con el jugador?
–Si tenés que parar el juego 20 veces, lo tenés que hacer. Además contás con tecnología para mejorar. Los que te editan los videos te traen las jugadas específicas para que las veas. ¡Hay hasta drones! Sin tecnología se puede dirigir, pero es una ayuda.
–¿Analizás partidos que ves por televisión?
–Sí. Por ejemplo, si ves la Copa América de 2016 te das cuenta que a Chile tenés que ir a presionarlo arriba, porque se defiende con la pelota y no te sale a atacar. Si vos tenés cuatro en el fondo para marcar a uno o dos estás desperdiciando jugadores para ir a presionar. Hay que tomar riesgos y jugar mano a mano en el fondo para ir a presionarlo. Porque Messi e Higuain no están para correr detrás de los defensores. Tratá de que ellos corran cinco o diez metros, pero no les pidas más nada, porque sino desgastás al as de espadas y el as de basto. Chile nos desgastó a esos dos jugadores y terminó empatando. Lo debilitó a Argentina en ataque, pero con el recorrido de pelota; tenían la superioridad numérica ellos: eran cuatro contra dos y volvían para atrás, constantemente. Chile se defendió con la pelota, esa fue su estrategia. A veces para ganar tenés que tomar riesgos.
–¿Hay innovaciones en el fútbol argentino?
–Acá el control de pelota llegó tarde. Llegó con (Marcelo) Gallardo, pero no hubo tiempo de nada. Primero mostró algo Newell’s, pero fue Gallardo el que logró un equipo con una velocidad impresionante para presionar. Después empezaron a jugar todos así: (Jorge) Almirón, (Diego) Cocca. Ellos venían de México y sabían que iban a hacer la diferencia jugando así. Y la hicieron porque el fútbol argentino estaba atrasado 15 años.
–¿De afuera veías eso?
–Yo fui en 1998 con mi hermano a Mallorca, cuando jugó allá. Hablaba con un mozo y me decía “porque el control de pelota que hace el Barça…”. ¡Y era un mozo! Pero te abría la cabeza. Claro, después veía los noticieros deportivos y notaba que hablaban con fundamentos. Se hablaba de los movimientos, de por qué sucedía tal cosa. Acá los periodistas discuten boludeces que no te arreglan nada.
–Ricardo Lavolpe fue uno de los pioneros en salir jugando desde abajo y en no apostar a la segunda pelota.
–Yo quería que el Boca de Lavolpe saliera campeón. Por Lavolpe y por ese fútbol. Si Lavolpe era campeón cambiaba la historia del fútbol argentino. Cambiaba antes.
–¿En qué fallo Lavolpe?
–Lo mataron una vez porque un arquero quiso salir jugando, creo que con Burdisso. Pero se la tiró mal y perdió la pelota. El periodista a veces no ve la falla técnica y le cae al entrenador. Decían “cómo Lavolpe va a intentar salir jugando en cancha de River”. El periodista tiene que entender qué está pasando, por qué suceden las cosas. En este circo del fútbol todos se tienen que preparar. Y el periodismo no se prepara. Después el hincha escucha lo que dice el periodista y pide que el defensor la revolee cuando la pelota quema. En España manejan conceptos, hay una cultura para mejorar. Acá el comentarista todavía se tiene que educar futbolísticamente.