La sonrisa le hermoseaba el rostro a la jovial dama centroamericana de la poesía, considerada integrante de la llamada "Generación Comprometida", discípula de Juan Ramón Jiménez y amiga de Roque Dalton, Juan Rulfo y Julio Cortázar, entre otros, que siempre tenía una vaso de ron en la mano y le gustaba estar abrazada por sus plantas y sus flores. Claribel Alegría, reciente ganadora del premio Reina Sofía de Poesía Iberoamericana, murió a los 93 años en Managua, donde residía desde 1979. Su obra prolífica y diversa incluye -además de una veintena de poemarios- novelas, cuentos, ensayos y traducciones notables, como la poesía del británico Robert Graves al español. Como un susurro o una confidencia que vibra en el cuerpo. Eso generaban muchos de sus mejores poemas: "Hoy es noche de sombras/ de recuerdos-espada/ la soledad me tumba./ Nadie que aguarde mi llegada/ con un beso/ y un ron/ y mil preguntas./ La soledad retumba./ Quiere estallar de rabia/ el corazón/ pero le brotan alas".
Imposible olvidar los "recuerdos-espada"; es como si cortaran el aire con el filo de la sencillez. Aunque Alegría nació en Estelí, Nicaragua, el 12 de mayo de 1924, se consideraba a sí misma salvadoreña porque vivió en la ciudad de Santa Ana durante su infancia. En 1932 tenía 8 años cuando fue testigo de la masacre de más de treinta mil campesinos e indígenas en El Salvador. En los años 40, estudió Filosofía y Letras en la Universidad George Washington. Los poemas de su primer libro Anillo de silencio (1948) los seleccionó Juan Ramón Jiménez y contó con un prólogo del mexicano José Vasconcelos. "Es la etapa de la adolescencia, de querer buscar el amor, tener curiosidad por qué es el amor, por quién eres tú", lo definió la poeta que continuó publicando el poemario Vigilia (1953), un libro de sonetos con el amor como tópico; Acuario (1955), donde aparece el humor, Huésped de mi tiempo (1961), Vía única (1965), Aprendizaje (1970), Sobrevivo (1978), con el que ganó el premio Casa de las Américas; Saudade (1999) y Mitos y delitos (2008), entre tantos otros. Escribió las novelas Cenizas de Izalco (1964) -junto a su esposo el escritor y diplomático estadounidense Darwin J. Flakoll- Álbum familiar (1982), Pueblo de Dios y de Mandinga (1985) y Luisa en el país de la realidad (1987).
La poeta nicaragüense -que vivió en México, Santiago de Chile, Argentina, Uruguay y Estados Unidos, entre otros países- apoyó la lucha revolucionaria del Frente Sandinista de Liberación Nacional, que en 1979 logró poner fin a la dictadura somocista. Parte de su obra la dedicó a documentar esa revolución, así como el asesinato del dictador Anastasio Somoza Debayle. Alegría siempre objetó que la incluyeran en la llamada "Generación Comprometida". "Yo empecé a ver no solo a la gente que estaba alrededor mío, las cosas que pasaban alrededor mío, sino las cosas que pasaban en mis pueblos. Me metí en otra onda. Escribí poemas que muchos dicen que son políticos, pero que considero, ya lo he dicho muchas veces, poemas de amor a mis pueblos. Esas cosas me tocaban, me apretaban el alma, entonces tenían que salir en poemas. Nunca quise escribir un poema acusando a alguien, pero sí diciendo las cosas que pasaban. Después de todo esto me salieron los poemas por los que muchos creen que soy poeta comprometida. Es muy tremendo decir poesía comprometida porque la poesía yo no la quiero poner al servicio de nada. Pero primero que poeta soy ser humano, y como ser humano no me puedo desligar de mis semejantes", planteó en una entrevista en 2015 con el diario El País de España.
En noviembre del año pasado, durante su discurso de aceptación del premio Reina Sofía, considerado "el Cervantes de la poesía", Alegría ofreció una suerte de cátedra magistral. "Pienso, como Virginia Woolf, que el lenguaje literario debe ser andrógino. No hay escritura masculina ni femenina. Hay buena y mala escritura. Tampoco pienso que haya temas triviales. Cualquier tema, por trivial que parezca, si es tratado por un buen escritor, se convierte en una obra de arte. Es el cómo más que el qué lo que importa en literatura". Al final de su discurso leyó dos fragmentos del último poema que publicó, "Amor sin fin": "Bebamos tú y yo/ por las palabras/ por las palabras voladoras/ que a ti también te alcanzan/ por los árboles negros/ que afilan/ mi congoja./ Bebamos por el canto/ que se convierte en llama/ bebamos por la llama/ y el incendio".