“¿Cuánto es, Tavo?”, pregunta la señora al piletero. “600”. “¿Tanto? La última vez fue menos”. Y lo mira de soslayo, con cierta desconfianza. “Pagale, nene”, le dice finalmente al hijo, que saca los seiscientos del bolsillo y se hace cargo del pago. Lo que el piletero de esa zona de countries (en la novela es Don Torcuato, aquí no se explicita) cobra por una sesión de limpieza, el hijo preadolescente de cualquiera de sus clientas lo lleva en el bolsillo. Lo que podría llamarse “roce de clases” (roce paradójico, hecho al mismo tiempo de confianza, proximidad, recelo y resentimiento) es uno de los temas que trata Barrefondo, primer film de ficción del hasta ahora documentalista Leando Colás (Parador Retiro, Gricel y la notable Los pibes), basado en la novela homónima de Félix Bruzzone. Otro tema, vinculado con el anterior, es el de la fina línea que en ocasiones puede separar la “normalidad” del delito. De allí la condición genérica de novela y película, que montan la doble cabalgadura del realismo y el policial, sin forzar ninguno de ambos campos.
Hace calor, mucho calor en ese verano del Gran Buenos Aires, y por más que Tavo (Nahuel Viale, de La sangre brota y la reciente El aprendiz) tiende a mantenerse impasible, a su alrededor los factores de tensión no escasean. Su esposa (María Soldi, una de las hijas de los Puccio en la serie Historia de un clan) está molesta con su primer embarazo, demandante, y dice tener antojos de frutillas, tal como indicaría algún manual de la embarazada tradicional. El suegro, que es ex militar y tiene una agencia de vigilancia que parecería reducirse a él solo, cuida a la hija como una mamá, y no le saca el ojo de encima al yerno, como si lo tuviera vigilado. A la esposa de Tavo no le gusta mucho que él confíe en la lotería, el póker y el Bingo, y cuando él se va a la noche hay discusiones. Para peor, algunos clientes son insoportables, como el concheto con rinoplastia que escribe poemas que le publica la esposa, y se tira a la pileta envuelto en una toallita que se le sale al entrar en contacto con el agua.
En esta situación, basta que una clienta lo despida y cierto “poronga” de la zona que se hace llamar el Pejerrey (Sergio Boris) le “pida” (es de esa clase de favores que no se pueden rechazar) que le pase algunos datos de las casas de los countries del lugar, para que todo lleve a Tavo a tener dos trabajos. Da toda la sensación de que en el segundo, aunque más peligroso, le pagan mejor. Y de paso se puede vengar, directa o indirectamente, de esos clientes indeseables. O indeseablemente ricos. Policial “de clase”, si se quiere, Barrefondo, la película, hace parte de un mismo cuerpo fílmico con la mencionada El aprendiz, El otro hermano de Israel Adrián Caetano y la serie Un gallo para Esculapio, de Bruno Stagnaro.
Todas las narraciones mencionadas tratan sobre la zona limítrofe entre el mundo del delito y el de la “normalidad”, y en todas ellas, curiosamente, el que pasa de uno a otro (de modo singular, Nahuel Viale lo hace en ésta y en El aprendiz) no es un representante de la clase baja sino de la clase media empobrecida o postergada. Son mundos radicalmente distintos a los de la serie El marginal, por poner un ejemplo notorio, cuyos protagonistas son profesionales del delito, gente que ya no tiene vuelta atrás. Los protagonistas de este otro grupo de films, en cambio, recién están ingresando, o probando a ver qué pasa. En ninguno de estos films se presenta, desde ya, una opción moral a sus protagonistas, por la sencilla razón de que todos ellos dejan claro que la “normalidad” no es moralmente superior al delito, sino apenas una opción distinta. En el caso de Barrefondo, este carácter intercambiable se resuelve mediante la indefinición que signa el final, y que deja al protagonista en una zona indeterminada. Para él cualquier opción sería posible, parece decir el final de Barrefondo. Aunque no da la sensación de que Tavo puede desenvolverse con éxito del otro lado de la ley.