La semana pasada, Bryan Cranston tuiteó, de manera típicamente maliciosa, que el 20 de enero, día del reciente “shutdown” del gobierno estadounidense, era también la fecha del décimo aniversario del debut de Breaking Bad. “¿Coincidencia? ¿O quizá Heisenberg tuvo algo que ver con eso?”, publicó en la red, en referencia al alias tomado por su personaje de narcotraficante Walter White. Divertido, quizás, pero es de algún modo impactante pensar que el programa televisivo que le hizo ganar un Emmy, un Globo de Oro y el estrellato mundial ya cumplió una década.
Mientras algunos actores son incapaces de escapar de la sombra de uno de esos programas que definen una carrera, Cranston –que tiene 61 años– ha tenido un camino próspero. Obtuvo una nominación al Oscar por su representación de un guionista en la lista negra en Trumbo y una nominación al Tony por interpretar a Lyndon B. Johnson en la puesta de Broadway de All The Way. Tiene la compañía productora que está detrás de shows televisivos como Electric Dreams (inspirado en un texto de Philip K. Dick) y Sneaky Pete, producida por la plataforma Amazon. Y ahora aparece en un jugoso papel en la nueva película del director Richard Linklater, La última bandera.
Sentado en el salón de un hotel en el Soho londinense, Cranston señala que nunca le preocupó el poder escapar de Walter White. “Está en tus manos el alejarte de esas cosas, no aceptar personajes que sean similares a lo que ya hiciste o a aquello por lo que sos más conocido”, señala. Como ejemplo señala su paso por la sitcom Malcolm In The Middle, anterior a Breaking Bad, luego de la cual le ofrecieron otros roles de padres de dulce naturaleza. El se negó. “Es convertirse en algo derivativo de vos mismo”, alega. “Para mí fue fácil decir que no a eso y enfocarme en algo nuevo, algo que me desafiara”. En el caso de La última bandera, el desafío fue la oportunidad de trabajar con el director de Boyhood y Antes del amanecer (y sus secuelas). El guión se basa en la novela escrita en 2004 por Darryl Ponicsan, la largamente esperada secuela de su libro de 1970 El último deber, que tres años después fue convertida en película por Hal Ashby con Jack Nicholson en el rol protagónico de un marinero pendenciero. La película de Linklater toma a los personajes treinta años más tarde (aunque los nombres fueron cambiados, quizás por la distancia con el film de Ashby). Cranston es el bebedor Sal Nealon, que se reúne con dos ex compañeros veteranos de la guerra de Vietnam interpretados por Steve Carell y Laurence Fishburne.
En primer lugar, es un atractivo estudio de personajes sobre la amistad masculina. “Ellos recuerdan esos tiempos, treinta años atrás, cuando todos eran tan jóvenes, y cuán divertido fue eso”, explica Cranston. “Mirar atrás es muy romántico. En el momento había que lidiar con mucha mierda. Cosas realmente muy serias, gente muriendo. Pero mirás atrás y decís ‘¡qué tiempos aquéllos!’. Tenías un cuerpo duro, un estómago que era plano y fuerte, te ibas a la cama con chicas bonitas... ¡lo tenías todo! Y eso es Sal. Sal es un tipo que le entra a todo. Le dice que sí a todo”.
Cranston, que en la película es casi tan malicioso como lo es en Twitter, decidió no volver a ver El último deber para echarle un vistazo a la labor de Nicholson. “Uno no quiere ser influido por el trabajo de un actor cuando vas a interpretar un personaje que es similar al que hizo. Ciertamente, no querés ver a Jack Nicholson... ¡es la muerte!. El es icónico. Quiero mantenerme lo más lejos posible de él”. De todos modos, la película de Linklater es más melancólica, un potente ensayo sobre la pérdida. Curiosamente, Cranston señala que cuando era más joven y vivía en California estuvo a punto de enrolarse en el ejército. “Estuve pensando seriamente en ello”, explica. “De hecho, iba a alistarme en el servicio cuando saliera de la escuela secundaria, unirme a la Policía Militar”. ¿Por qué? “Era simplemente algo que hacer para aprender más, para viajar, para conocer mundo. Pensé ‘es una opción’. La idea de ir a la guerra nunca se me presentó como algo real, aun cuando estaba en la secundaria; en mi primer año allí aún existía el reclutamiento”. Su plan en ese momento era pasar cuatro años en la Policía Militar antes de unirse al Departamento de Policía de Los Angeles. Y entonces, ¿qué sucedió? “Clases de actuación”, sonríe. “Fui salvado por la campana. Las clases que tomé en el colegio me hicieron cambiar de opinión porque... ¡mujeres! El mundo femenino me salvó”. Primero vino el teatro regional, y luego le siguieron apariciones como invitado en televisión. Tenía 40 años cuando su carrera finalmente despegó con Malcolm in the Middle. “Si me hubiera unido a la policía ya llevaría mucho tiempo retirado”, dice.
Más allá de La última bandera, Cranston actualmente puede ser encontrado ocupando con potencia el escenario londinense del National, con una celebrada adaptación de Network, aquella sátira del mundo de las noticias (Network - Poder que mata) que ganó un Oscar en 1976. “Esa fue una gran historia, que hablaba de las noticias falsas, hablaba del poder la televisión... cosas que hoy se pueden comparar con el poder de los teléfonos inteligentes”, dice, y levanta el suyo para demostrar que hoy todos están pegados a esas pantallitas de la misma manera en que antes se pegaban a la pantalla de TV. En una pieza adaptada por el guionista de Billy Elliott Lee Hall y dirigida por Ivo Van Hove, la conversión de Cranston en el presentador de noticias Howard Beale ha encantado a los críticos (“Majestuosamente interpretado”, elogió el periódico especializado Variety). A pesar de invitar a las comparaciones con el trabajo original de Peter Finch, que hizo ese trabajo en la película, Cranston no pudo negarse. “Howard Beale es un gran personaje, el maniático de las ondas televisivas. Es el profeta de la televisión, el tipo que le dijo al público que apagara sus aparatos: ‘¡Estoy más loco que el infierno y no lo voy a soportar más!’ ¡Icónico!”.
El actor también ha prestado su voz a la próxima película de Wes Anderson, un film de animación realizado con la técnica de stop-motion llamado Isle of Dogs (Isla de perros) que abrirá el Festival Internacional de Berlín el 15 de febrero. Es la primera producción de Anderson desde el éxito de El Gran Hotel Budapest, una película idiosincrática ambientada en Japón, en la que una manada de perros es relegada a una isla por temor a que sean portadores de una enfermedad letal. “Creo que es un análisis de la inmigración y de cómo opera el miedo al diferente, creando políticas basadas en el temor”, dice. “Pero es una hermosa historia, con mucho corazón, ciertamente única”. Habla con afecto de Anderson, y del fin de semana que pasaron juntos el verano pasado en la casa del director en la costa sur de Inglaterra, con la esposa libanesa del realizador (Juman) y su hija Freya. “Fui a su casa y él se disculpó y dijo ‘¡perdón, internet acá es muy lenta! No hubo de qué preocuparse, apagué mi teléfono y en las siguientes 24 horas se mantuvo apagado. ¡Me encantó! Dormí como un tronco. Tuvimos hermosas conversaciones. Tomamos vino. Todos ayudamos a preparar la cena. Fue uno de mis fines de semana favoritos en mucho, mucho tiempo”.
Casado por casi 30 años con la actriz Robin Dearden, a quien conoció en el programa televisivo de los 80 Airwolf, Cranston es él también un hombre de familia. Su hija Taylor, de 24 años, también forma parte del show business, como los padres de Cranston. “Es el negocio de la familia”, sonríe. “Mi hija ahora también actúa. Una actriz de cuarta generación”. Taylor ya ha hecho algunas apariciones en televisión y en pantalla grande, incluyendo la película independiente The Last Champion. Ya se verá si la actriz logra eclipsar el éxito de su padre. Pero por lo pronto tiene un gran ejemplo a seguir.
* De The Independent de Gran Bretaña. Especial para Página/12.