Estaba colmado; mejor dicho, harto; mejor dicho aún, estaba hasta las pelotas, podrido de tanta poesía tonta y solemne con vocabulario pueticudo; harto y podrido de tanta poesía autocomplacida en el arte de apabullar a propios y extraños con la mentirosa oscuridad del hermetismo fabricado.

El, Nicanor Parra, esa mañana de enero amaneció recordando que se estaba cumpliendo otro aniversario del día en el que su hermana, la violenta Violeta, dejó sus empanaditas a medio hacer y, sin más, se pegó un tiro que fue suficiente. Seguramente, atizado por ese aniversario se derramó su hartazgo debido a tantos años de impostación lírica.

Concha e’ mi madre ¡algo tengo que hacer!, dijo Nicanor en voz alta. Y se puso a escribir un Manifiesto contra la poesía en vano. Antes bebió un vaso de oscuro vino patero. Tratándose de Chile, quien dice un vaso dice dos. O tres. El vino le entusiasmó la rabia sublevante. Nicanor estaba ¡hasta las pelotas! de tanto poeta que no tenía nada que decir y oscuramente lo decía lo mismo. ¡Vivan los amaneceres, carajo! ¡Vean, me cago en los crepúsculos!, agregó.

Dos muchachitos del vecindario lo estaban mirando, y escuchando, a caballo de la pared medianera de adobones. Dijeron con un cantito a dúo: Estás loco Nicanor /  loco reloco / de la cabeza / y del pensamiento…

Nicanor, gargajeó ruborizado. Sin medir consecuencia, le dio un tremendo patadón a la mitad de un adobe que había quedado a la deriva en el patio; un resto guacho del último terremoto.  

Por la patada le quedó el pie gimiendo. Para disimular el dolor y evitar las burlas dijo: No sé si me entienden. Lo que quiero decir es otra cosa.

Uno de los chicos, con los mocos colgando, insistió en su parecer: Nicanor, estás más loco que ayer. Menos reloco que mañana.

Nicanor se olvidó que el dolor le dolía y les gritó:

–Así de loco viviré muuucho más que ustedes. Ciento tres años viviré. Y ni uno menos. Ni que me maten.

–Estás rechiflado Nicanor, nadie por aquí vive tanto… ¿cómo harás para pasar de  tus cien años?

–Pendejos, muy sencillo: a mis años le sumaré los años que mi hermanita la Viola dejó de vivir porque amaba la vida demasiado.

Del otro lado, por encima de la medianera se escuchó la madre que llamaba chiquillos ¡a comeeer!

Nicanor, clavado en el medio del patio, esta vez pateó el pedazo de adobón con el otro pie, el sano. Y razonó murmurando: Ahora estoy parejito: como rengueo de las dos patas, nadie se dará cuenta que estoy rengo. 

Caminando con pareja dificultad buscó la sombra angosta del alero y abrió su cuaderno de anotar ocurrencias. Y entonces escribió: Hay dos panes. El momio de cuello almidonado se come nomás los dos. Yo ninguno. Consumo promedio, un pan por persona.

En este pestañeo de la tenaz eternidad yo desafío a quien se presente a ver si puede superar, ya mismo, esta definición del obsceno neoliberalismo que supimos conseguir: si el almidonado se come los dos panes y yo ninguno, no hay nada que hacerle, el consumo promedio es un pan por persona. La madre que los parió.

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Ese día siguió sucediendo hasta tejerse en la noche. Como corresponde a los bien paridos, Nicanor se bebió un vaso; quien dice uno, dice tres vasos de vino patero. Después, arrastrando su sillita de totora se fue al medio del patio, a buscarse el alivio del frescor nocturno y a estarse en la contemplación de una banda de estrellas que rodeaban una tajada de luna… 

Intentó contar las estrellas; notó que había demasiadas. Recordó una vez más que había decidido vivirse y beberse hasta los 103 años de su edad. De esa manera se iba a indemnizar: “A mis años le sumaré los años que mi hermanita la Viola dejó de vivir porque amaba la vida demasiado.”

Porfiado, intentó seguir con el inventario de las estrellas y otras esquirlas de la inmensidad. Ya había numerado l03 y se rechifló.

Fue entonces que en su cuaderno anotó una frase que venía galopando desde Shakespeare –o, Saquespeare, si se prefiere–. La frase no tenía recovecos, iba a ser el ombligo de su Manifiesto…

El pensamiento no nace en la boca,

el pensamiento nace en el corazón del corazón.

Eso anotó, y se durmió Nicanor al compás del luminoso vino oscuro.

El atorrante, como su hermana, la Violeta, por supuesto que no descansa en paz. La paz, ¡ni por puta! Descansa en intensidad. Sigue puteando por el pan debido. 

* Escritor y periodista.

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