En Brasil, por el rebrote de fiebre amarilla –desde fines de 2016 se han registrado 820 casos y más de 280 muertes producto del virus– los ministerios de Ambiente y Salud lanzaron la campaña “La culpa no es del macaco”, porque muchos pobladores matan a esos animales, al considerarlos responsables de los contagios. Sin embargo, los especialistas advierten que en realidad los “monos aulladores” o carayá operan como “centinelas” de la salud pública, pues son los primeros en morir cuando llegan a la selva los brotes del virus a través de los mosquitos –Aedes aegypti, también vector de enfermedades como dengue, zika y chikungunya– procedentes de otras latitudes. Por eso, advierte la Investigadora Adjunta del Conicet en el Instituto de Biología Subtropical Luciana Oklander, los monos tienen una relevancia sanitaria clave.
–¿Por qué los mosquitos escogen a los monos aulladores y a los seres humanos y no a cualquier otro animal?
–En realidad, los mosquitos pican de manera indistinta. Cualquier mamífero podría funcionar como reservorio. Lo que ocurre con estos monos en particular es que al tener las defensas muy bajas, no sobreviven al virus y son los primeros que se mueren. Por ello, las personas los asocian con la fiebre amarilla siendo que, en rigor de verdad, son los más inofensivos ya que no alcanzan a transmitirlo.
–Los humanos sí pueden transmitirlo.
–Sí, en los humanos es distinto ya que llegamos a transmitirlo. Sin embargo, la suerte que tenemos con esta enfermedad es que contamos con la vacuna. Con una sola dosis alcanza para toda la vida, lo único que tenemos que hacer para prevenirnos y estar a resguardo es vacunarnos. De hecho, si una persona se enferma en Brasil y regresa a una ciudad (constituye lo que se denomina “ciclo urbano”), supongamos Buenos Aires, el virus se transmitirá entre individuos a partir del Aedes aegypti. Ni siquiera en este caso, los monos tienen algo que ver.
–De modo que si todos estuvieran vacunados no existiría la fiebre amarilla.
–Por supuesto, por ello es tan importante el impulso de una campaña de concientización. Vivo en Iguazú y puedo asegurar que aquí hay poco control gubernamental, a diferencia de lo que ocurre en algunas áreas de Brasil en las que hay más supervisión. Lo que debemos procurar es que, básicamente, no haya agua estancada por mucho tiempo en ningún tipo de recipiente. En la actualidad, participo de una campaña en conjunto con el Ministerio de Medioambiente y tratamos de explicar cómo se contagia y la centralidad de la vacunación. Justamente en los lugares de mayor desinformación es donde más necesitamos a los monos.
–¿Por qué?
–Porque actúan como auténticos centinelas de la salud pública. En efecto, si observamos que alguno fallece podemos ir hacia el sitio de incidencia y poner manos a la obra para promover una campaña rápida de vacunación, como ocurrió en 2008. Con su muerte, desafortunadamente, nos alertan del peligro mortal que supone la fiebre amarilla. Si bien en Iguazú la mayoría de las personas están vacunadas, en otros sitios más aislados y limítrofes con Brasil puede que la gente no esté debidamente protegida. El costado negativo es que producto del virus, las poblaciones de carayá negros se están comenzando a diezmar. En Argentina, figuran como “vulnerables” mientras los carayá rojos están “en peligro crítico” de extinción.
–El gobierno brasileño ha impulsado una campaña porque algunas personas los matan al asociarlos rápidamente con la fiebre amarilla.
–Sí, porque de modo erróneo interpretan que son ellos los que transmiten la fiebre cuando el mono no es el verdadero culpable. Lo que mata, en definitiva, es la ignorancia.
–¿Cuáles son las posibilidades de que se reintroduzca el virus en Argentina?
–Existen chances muy serias de reintroducción. Basta que un argentino viaje a Río de Janeiro, Bahía o bien a cualquier foco de incidencia y que sea infectado por el mosquito para que desate una epidemia de fiebre amarilla. Por este motivo, el Ministerio de Salud en Argentina recomienda vacunarse antes de viajar para evitar problemas.