La reconciliación, esa llamada a la paz que solo trae infierno en boca de ellos, no es más que la necesidad de los verdugos de poner un manto de noche sobre el crimen. Ellos no tienen historia. No tienen siglos de lucha para mover el peso muerto de las injusticias. Si miran atrás, solo tienen los crímenes que además necesitan ocultar porque no pueden vivir soportando la idea del mal como propio. Quiero creer que no pueden dormir en las noches, porque hasta en las noches vienen las pesadillas heladas del dolor causado en la tortura, en las vejaciones, en la fuerza aplicada para sofocar el aliento de la vida. Entonces por eso hablan de reconciliación, porque los demonios de sus humanidades no los dejan dormir, y nos los dejan vivir. Como escribió el general Valle horas antes de su fusilamiento: “Entre mi suerte y la de ustedes me quedo con la mía. Mi esposa y mi hija, a través de sus lágrimas verán en mí un idealista sacrificado por la causa del pueblo. Las mujeres de ustedes, hasta ellas, verán asomárseles por los ojos sus almas de asesinos. Y si les sonríen y los besan será para disimular el terror que les causan. Aunque vivan cien años sus víctimas les seguirán a cualquier rincón del mundo donde pretendan esconderse”.
Pero no son solo sus conciencias: necesitan del olvido también para justificar con la idea de los demonios la represión de la voluntad popular, que irá en aumento si siguen avanzando con políticas contra la gente común, de carne y hueso, que quiere trabajar, reunirse, jubilarse, vivir en libertad. El tiempo pasado que los atormenta, y que jamás podrán calmar, es el del horror causado que tienen que justificar para justificar sus crímenes de ahora sobre todo.
¿A quién le piden reconciliarse? ¿A cientos de bebés que fueron robados en salas de torturas a madres veinteañeras y que a esta hora exactamente son adultos sin saber quiénes son; con hijos tal vez que no saben quiénes son; con el alma encogida de un dolor al cual se le niega la verdad? ¿A las madres que dejaron sin hijos? ¿A los padres, hermanos, nietos de los que un día vieron cómo sus seres queridos habían sido asesinados, bombardeados en una plaza y que nunca tuvieron justicia? ¿Con quién quieren que nos reconciliemos los argentinos y argentinas de buena fe que desde hace siglos hemos sido sometidos a fusilamientos, persecución, muerte, saqueo y dolor por botines tan despreciables como la propiedad antes que la vida, el poder antes que la libertad?
¿Será que ellos piensan que nos podemos reconciliar con Etchecolatz, hoy en su domicilio como la gran mayoría de los genocidas vivos? En cambio recordamos las palabras de Julio López, cuando dio testimonio en los juicios sobre las sesiones de tortura que sobre su propio cuerpo practicaba Etchecolatz, exigiendo que se lo llamara “señor comisario”. López además contó cómo una chica, Patricia Dell’orto, le rogó a Etchecolatz que no la mate, que quería criar a su hijo de un mes, y cómo la fusilaron de un tiro en la cabeza.
En ese mismo juicio, Etchecolatz manipuló en sus dedos un pequeño papel que decía “Jorge Julio López” a la vista de las víctimas, sus familiares y la televisión. Luego Julio Lopez desapareció por segunda vez y continúa desaparecido. El año pasado murió su compañera de toda la vida, y su hijo Ruben, en medio del dolor, tuvo que hacer trámites especiales para la cremación porque el familiar más cercano no tiene certificado de defunción.
¿Qué nos piden? ¿Que nos reconciliemos con los verdugos? ¿En nombre de quién nos lo piden? ¿De los que inauguraron el crimen en la Argentina? Lo piden los que llevan sus nombres y reivindican el poder asesino. (O lo reivindican a veces. Porque siempre es bueno recordar que en los momentos adversos son capaces de negar hasta a la madre. O echarles la responsabilidad, como hizo Vicente Massot, tío de Nicolás Massot, cuando declaró como primer periodista imputado por delitos de lesa humanidad. Vicente Massot fue acusado de tres cosas: a) de haber encubierto treinta y cinco crímenes cometidos durante la dictadura y presentados en el que era el diario de la familia como “enfrentamientos” entre militares y organizaciones armadas; b) de ser coautor por reparto de roles en el homicidio de los obreros gráficos Enrique Heinrich y Miguel Angel Loyola, dirigentes gremiales de la Nueva Provincia; c) de integrar una maquinaria de acción psicológica que tenía como objetivo defender el terrorismo de Estado. Vicente Massot declaró: “no fui yo, fue mi madre”, que había muerto hacia muy poco. Lo dijo en su declaración frente a la justicia federal cuando afirmó que su madre y su hermano “manejaban todo”. Lo volvió a decir en dos entrevistas periodísticas: que él no había sido, que había sido su madre).
Los hechos demuestran que no es posible la reconciliación en sus términos de odio. No es posible el olvido. Aunque pasen mil años, infinitos años, lo sucedido es un animal vivo que respira y sigue sucediendo. Pensemos en esto: los antepasados de los que hoy nos gobiernan hace más de cien años emprendieron una de las matanzas más oprobiosas de la historia de la humanidad, fue la llamada Campaña del Desierto. Infernal camino hacia el otro, nombrándolo desierto. Más de catorce mil asesinados; igual cantidad de prisioneros; niños y niñas robadas a sus familias, entregados como sirvientes y esclavos aun después de haberse abolido la esclavitud en estas tierras. Soy de La Plata así que conozco bien la historia de Inacayal, perseguido, “invitado” en su derrota a cuidar los restos de sus antepasados tomados como prisioneros de la ciencia en un museo que lleva el nombre del Perito Moreno y que exhibió los cuerpos de esos que se suponía no tenían ni pueblo ni historia ni nombres (como el de aquella niña Ache, que nombraron como al santo del día en que asesinaron a sus padres, San Damián, y que expusieron desnuda a los ojos de un antropólogo blanco; o el de Margarita Foyel, que murió en el sótano del museo y fue devuelta recién en 2014 a su tierra donde este 17 de enero incendiaron la casa de Adelina Valle, de la comunidad, mapuche). Inacayal, muerto de tristeza y horror.
Robaron sus tierras, que no les pertenecían a nadie y eran de todos. Luego del genocidio, millones de hectáreas se quedaron en pocas familias, una de ellas la del primer presidente de la sociedad rural, Martínez de Hoz. Hay que ser parte del tacho de basura de la humanidad para matar por tierra.
Y aun así, siendo ellos poseedores de las maquinarias más sofisticadas y poderosas de construcción del Cuento del dominador para ocultar la ignominia, los nombres de Santiago, como Nahuel Rafael, jóvenes asesinados por el actual gobierno, hablan de la permanencia de esas luchas ancestrales por la justicia. Sintomáticamente: jóvenes, en el sur del sur, comprometiendo sus vidas en la vida de los demás; luchando por causas que quisieron por siglos dejar en el olvido y que no pueden tapar.
Tal vez sea momento de que seamos más contundentes: conciliare en latín significaba pactar, arreglar, adaptar creencias opuestas, armonizar ánimos. Ese significado ha permanecido, por eso cuando nos piden re-conciliarnos, nos piden algo que nunca ocurrió en nuestra historia argentina y latinoamericana. Simplemente porque nunca estuvimos conciliados: nunca hubo conciliación entre los Cortez, los Pizarros y nuestros pueblos originarios. Nunca se conciliaron los fusiladores de la Patagonia Trágica con los obreros revolucionarios. No hubo conciliación entre Evita y los que le desearon el cáncer; ni entre los fusiladores Rojas y Aramburu con los seguidores de Valle; ni entre los obreros y estudiantes del Cordobazo y sus represores dictatoriales. Así desde el fondo de nuestra historia. Por eso, cuando nos piden reconciliación nos piden volver a una situación inexistente. No es posible conciliar las ideas y las acciones de centurias de nuestros pueblos que buscan el bien-estar para todas/os con las ideas y prácticas de genocidas, torturadores, quemadores de libros, destructores de lo bello y lo libre que tiene la vida. Para reconciliarnos deberíamos negar la Historia e igualarnos éticamente a burdos criminales y asesinos.
* Presidenta del bloque de diputados provinciales del Frente para la Victoria PJ.