La Edad Media y el Renacimiento asistieron al auge de las primeras formas del turismo religioso: las peregrinaciones, que han legado al viajero moderno rutas como el Camino de Santiago, atravesaban capilarmente toda Europa y se extendían hasta Tierra Santa, con su bagaje de penitencia, aventuras y descubrimiento de nuevos mundos. Podía ser la experiencia de una vida, y hasta el fin de la vida misma si se recuerdan los considerables peligros que deparaban los salteadores de caminos y otros encuentros no del todo felices. Y sin embargo, las peregrinaciones no alcanzaban solo a los aventureros y los amantes de las emociones fuertes: porque muchas veces se las realizaba a cambio de indulgencias, un perdón especial otorgado a los pecadores por las faltas cometidas que terminó convirtiéndose en un auténtico tráfico con “tarifario propio”. Hasta tal punto se desarrolló el mercado de indulgencias que se convirtió en uno de los catalizadores del descontento de los fieles por la creciente corrupción en la Iglesia: las 95 tesis que Lutero clavó en 1517 en la puerta de la iglesia de Wittenberg las tenían particularmente en la mira. Simultáneamente, en Suiza Ulrico Zwinglio desarrolla a partir de 1518 una Reforma paralela que tuvo su apogeo –en la rama calvinista– a mediados del siglo XVI en Ginebra.
TIEMPOS DE CAMBIO La Ginebra de hoy parece muy distante de aquella ciudad entonces rodeada de murallas, donde se organizaban animadas ferias en tiempos medievales y la gente iba a buscar agua a la plaza central. Al fin y al cabo allí están las sedes de los organismos internacionales, las casas de moda y tecnología de avanzada sobre la calle peatonal, el gran chorro que se proyecta varios metros sobre las aguas del lago Lemán. Todo parece mirar hacia el futuro. Y sin embargo, basta internarse por las callecitas aún intactas del barrio antiguo –la Vieille Ville– para recobrar el aire de aquellos tiempos, hace cinco siglos, en que se ganó el apodo de “Roma protestante” al abrazar la causa reformadora. La Grand Rue es el eje principal, muy bien conservado y restaurado, con fachadas que van de los siglos XV al XVIII. Uno de los sitios para conocer aquí es la Maison Rousseau, donde nació en 1712 el filósofo Jean-Jacques Rousseau (funciona un museo dedicado a su obra). No muy lejos está la casa donde murió Jorges Luis Borges en 1986.
En el corazón del casco viejo, al que se llega fácilmente a pie desde las orillas del lago, laten los recuerdos renacentistas en la Catedral de St. Pierre. El edificio religioso domina este barrio ginebrino desde su construcción, entre 1150 y 1250, y aunque sufrió varias reformas y reestructuraciones –los incendios eran comunes en tiempos medievales– su principal transformación se dio a mediados del siglo XVI, cuando la llegada de la Reforma hizo suprimir sus ornamentos interiores y cubrir las pinturas que la decoraban. Hoy los vitrales son su gran lujo y parecen traer desde el exterior la luz de los tiempos en que Calvino predicaba ante los fieles, aquí mismo, dos veces cada domingo y todos los días hábiles una semana de cada dos. Además de su valor religioso, a quien tenga el coraje de subir los 157 escalones que llevan hasta lo alto de las torres se le regalará una hermosa vista sobre toda Ginebra y su famoso lago, con su no menos famoso chorro. Debajo de la catedral hay, además, un área arqueológica que también se puede visitar.
Contigua a la catedral hay también una capilla que llama la atención. De fachada gótica, data del siglo XV y era el lugar donde comenzaron a reunirse, un siglo más tarde, los fieles reformados extranjeros –italianos, ingleses, escoceses, holandeses– para celebrar su culto en Ginebra. Calvino leía aquí la Biblia y John Knox, el escocés fundador del presbiterianismo, predicó durante la época en que estuvo refugiado en la ciudad suiza. Aquí mismo también decidió, junto a un grupo de compatriotas, traducir la Biblia al inglés: el resultado sería la Geneva Bible, realizada entre 1556 y 1559. Todavía hoy la capilla se utiliza para el culto en lenguas que no sean el francés, el idioma de Ginebra.
UN MUSEO PARA LA REFORMA La Reforma suiza se centra en la figura de Zwinglio, cuya teología se formó con las mismas ansias innovadoras de Lutero pero tomó un camino algo diferente. Para conocer los detalles, las similitudes y las diferencias, el mejor lugar es el Museo de la Reforma de la Vieille Ville: situado en Rue du Cloître 4, su objetivo declarado es explicar las raíces del cisma religioso “lejos de todo proselitismo confesional”. Allí hay una sala especialmente dedicada a la Ginebra de Calvino, que fue también la ciudad refugio para miles de exiliados por razones religiosas desde las vecinas Francia e Italia, pero también de Escocia y otros puntos más lejanos de Europa. Aquellos desplazamientos cambiarían y remodelarían para siempre el rostro de numerosos países del continente, con repercusiones hasta hoy. Aquí hay retratos y obras del reformador, junto a vistas que recrean cómo era la ciudad en el siglo XVI. El museo funciona en la Cour Saint-Pierre, en la Maison Mallet, que se levantó en el siglo XVII en el lugar del claustro de Saint-Pierre, donde se votó en 1536 la Reforma en Ginebra.
Las antiguas murallas de la ciudad ya no existen: edificadas en el siglo XVI, formaron parte de su defensa hasta mediados del siglo XIX. Pero junto al sitio donde existieron se encuentra hoy el Muro de los Reformadores, un monumento de nueve metros de alto por 99 de largo que se construyó hace un siglo –fue terminado en 1917– y homenajea, a lo largo de su extensa pared de piedra, a los pioneros de la Reforma. Es toda una curiosidad descubrir que las esculturas fueron realizadas el francés Paul Landowski, el mismo que concibió el Cristo Redentor de Río de Janeiro. Junto a la divisa latina de la ciudad –post tenebras lux, después de las tinieblas la luz– se encuentran en el centro las estatuas de los cuatro grandes reformadores ginebrinos: Calvino, Farel, Knox y de Beza. Las otras seis, junto a ocho bajorrelieves, aluden a los principales protagonistas y los hechos que acompañaron la difusión de la Reforma calvinista en los siglos siguientes.
CALVINO DE CHOCOLATE La Reforma tiene varios lugares históricos más en Ginebra, pero nada impide terminar el itinerario con un toque dulce. Sería imposible pensar en Suiza sin recordar su chocolate, el famoso chocolate con leche que inventaron Daniel Peter y Henri Nestlé y se proyectó desde aquí a todo el mundo. Y Ginebra tiene unos muy particulares: son los “petits Calvin”, o pequeños Calvino, unos bombones creados por la chocolatería Rohr (Place du Molard 3) que representa desde hace generaciones lo mejor del chocolate local de alta calidad. La receta incluye praliné de avellanas, avellanas tostadas molidas, chocolate cobertura negro y fragmentos de una galletita suiza llamada bricelet. El resultado, una delicia en la que no hay nada que reformar.