¿Hay un Patoruzú que no conocemos, que se perdió en los pliegues casi infinitos de reediciones cada vez más lavadas y ajenas? En su mejor momento, sus historias eran leídas por cientos de miles en todo el país y alrededores. Y si bien las ventas siguieron siendo altas hasta entrados los 80, el impacto de sus proezas –dignas de los superhéroes más famosos– fue haciéndose cada vez menor. Al punto de que la discontinuación en los kioscos de sus revistas (ocurrida hace apenas un año y medio, aunque por motivos ajenos a la tirada, que era acorde a estos tiempos de caída mundial de la publicación en papel) no generó mayores lamentos ni una mínima repercusión como sí pasó en otros casos (el último, el cierre de El Gráfico). Evidentemente, algo de ese indio narigón y brillo siempre noble en los ojos –de contextura física corriente a la par que una fuerza de voluntad insobornable– había quedado muy lejos.
Pero un reciente trabajo de reedición, que puede calificarse como histórico por el grado de perfeccionismo y rigurosidad al que llegó, ofrece la chance de volver a encontrarse con ese primer Patoruzú, el que salía directamente de la pluma de Dante Quinterno y que llegó a convertirse en “el héroe más importante de la historieta argentina por peso propio, trayectoria y universo creado a su alrededor”, al decir de Juan Sasturain en un especial de Canal Encuentro emitido hace unos años. “Quisimos recuperar el Patoruzú de confección más artesanal, de trazo más desenfadado y aventuras más salvajes”, cuenta el dibujante Pablo Sapia, responsable artístico y principal gestor de Colección Patoruzú (Ediciones Assisi), una serie de tomos de lujo en el que se restauran en el orden cronológico las tiras publicadas durante los años treinta en el diario El Mundo y continuadas luego en la famosa revista que llevó su nombre.
“Hay aventuras que nunca se habían vuelto a publicar, que reaparecen ahora por primera vez. Mi idea es que se reabra el sentido de lo que fueron Patoruzú y Quinterno en su momento. Salir de la mirada simplificada”, subraya Sapia, que supo integrar en los noventa el staff de Suélteme –revista hoy de culto que amplió y renovó con su desfachatez e incorrección política las fronteras del humor gráfico local (compartía páginas con Podetti, Pablo Fayó, Dani The O, Liniers y otros enfants terribles del momento)–, pero que dedica hoy buena parte de su quehacer artístico (además de entregar su cuadrito de humor al diario Perfil) a recuperar el legado más preciado de Quinterno, un artista considerado a posteriori como reaccionario o conservador. ¿Contradicción? “Yo creo que hoy se puede tener una lectura más matizada sobre su obra”, replica el dibujante. “Menos injusta y más contextualizada a los valores de su época. O sea, Patoruzú no fue un anarquista que levantó en armas la Patagonia. Pero tampoco fue el que mandó a fusilar a Facón Grande.”
Ese equilibrio que reclama Sapia y que un poco le contesta a una crítica de sesgo ideológico que circuló en los ‘70 y quedó cristalizada como referencia casi unívoca es la que ahora puede contrastarse leyendo estos cuatro tomos de Assisi (los primeros dos ya publicados; los dos siguientes ya previstos para la Feria del Libro) y accediendo sin intermediarios a la mentalidad y destreza original de Quinterno. Un hombre que a caballo del éxito sin precedentes de Patoruzú y de su revista homónima se lanzó a construir un emporio audivisual a la manera del primer Disney (y en un momento no estuvo tan lejos de lograrlo), pero que en el ínterin, y más allá de ir delegando progresivamente la realización de sus personajes en otras manos (la más brillante, Tulio Lovato), no dejó de marcar el rumbo general de lo que debía ser una aventura vibrante y bien contada. Seguramente una de las razones profundas de su éxito tantos años.
Un indio en la década infame
“La historieta debe ser acción y debe decir más en sus trazos que en sus leyendas”, postulaba Quinterno –en una de las dos únicas entrevistas que concedió en vida, ahora recuperada como material extra en estos tomos– como una forma de diferenciarse de sus pares que todavía seguían introduciendo largos párrafos en sus viñetas. Era 1931, tenía apenas veintidós años, y ya estaba en camino de convertirse en una celebridad. En pocos años su Patoruzú pasaría de La Razón a El Mundo (“una transferencia que se vivió con la misma expectativa y repercusión que la del Maradona de Argentinos a Boca”, grafica Sapia) pero ya entonces tenía en claro que sus modelos a seguir serían el Popeye de Segar y el Mickey de Gottfredson, dos maestros contemporáneos de la aventura de humor en movimiento. “La importancia del dibujo y del texto pueden estar repartidas”, señalaba en la misma nota. “Pero nunca debe predominar el estatismo... Por eso busco la mirada de mis lectores hacia el trazo. Que no se contenten con leer.”
Estamos en los primeros años de lo que pronto se conocería como la Década Infame y Quinterno ya parece tener en claro que sobre el éxito de su personaje construirá algo importante: antes de arrancar en El Mundo va y viene varias veces de Estados Unidos (durante su estadía más extensa se une a los famosos Estudios Fleischer, competencia directa de Disney) y es dable suponer que regresa más convencido que nunca del creciente poder de los personajes de historieta y animación surgidos de la prensa. “Hay que tener en cuenta que las tiras cómicas realmente influían en la venta de los diarios. Y que su lectura implicaba verdaderos sucesos de entretenimiento masivo, al nivel de lo que hoy podría ser un Tinelli”, analiza Sapia.
Así, el Patoruzú que arranca de cero en El Mundo, luego de su desarrollo y estilización en La Razón, es un Patoruzú ya maduro en su inocencia (o sea, cada vez menos ingenuo) al mismo tiempo que más ambicioso en su poder de interpelación. “Si al principio el conflicto era cómo encajaba un indio noble pero bárbaro en la alta sociedad de Buenos Aires de la mano de un porteño vivo y trepador –explica Sapia–, en El Mundo el tema pasa a ser cómo salva a puro corazón a su padrino de los problemas en que no deja de meterlos. Es ahí donde completa su psicología y deviene en un héroe de valores que Quinterno pretende argentinos.”
De víctima a salvador, entonces, y ya con viñetas promocionales en las que aparece embanderado en la celeste y blanca, lo cual habla de sus ansias de representación, Quinterno convierte a su indio en una de las contracaras principales de aquella década: fuerte hasta lo sobrehumano en años de debilidad económica y del gravoso Pacto Roca-Runciman, y noble e inocente hasta con los enemigos más tramposos cuando lo corriente era “el fraude patriótico” y mantener “la concordancia” por fuera del pueblo. “La reserva moral de valores en baja”, describe Sapia. Si por aquellos mismos años El Santo de la espada de Ricardo Rojas proponía aferrarse a San Martín casi como una forma de encontrar ahí un fundamento inconmovible del ser nacional (Lugones había hecho lo propio con el Martín Fierro de Hernández, buscando recrear una especie de épica nacional), el Patoruzú de Dante Quinterno va más allá y directamente postula a un indio tehuelche como fuente directa de aquella argentinidad: ni prócer ni gaucho, parece decirnos su autor; patagón de alpargata, poncho y pluma. Y huija, chei.
¿Conservador o inocente?
“Resumiendo, podría decirse que Patoruzú cuenta una historia conservadora sobre las luchas que deben entablar aquellos que el campo hizo buenos, autóctonos, iletrados y fuertes, contra los no ligados a la tierra, contra los hombres de mente aviesa, los ambiciosos de nacimiento o los amantes de lo imprevisible, del desorden y del tumulto. Con esta salvedad: que cuando los buenos además son ricos, la posibilidad que se les brinda de hacer triunfar la causa de la bondad es infinita.. Con estas palabras Oscar Steimberg cerraba un texto de corte ideológico sobre los primeros años de Patoruzú –incluido en La historieta en el mundo moderno, de Oscar Masotta (Paidós, 1970)– que tuvo amplia difusión entre círculos especializados de los años setenta y de algún modo quedó como “fuente de autoridad” para análisis futuros. Al punto de que prácticamente no existió libro que no los tomara como referencia principal después.
“El problema es que como esas revistas se volvieron cada vez más difíciles de conseguir y las aventuras que reeditaban no las incluían muchos optaron por leer a ese Patoruzú original desde Steimberg y Masotta y no desde Quinterno”, objeta Sapia, que como todo seguidor del indio que nació bastante después de su época de oro guarda en su memoria el día en que se topó por primera vez con una de sus primeras andanzas y su cerebro explotó en mil partes. “Yo estaba acostumbrado a esas historias un poco lavadas de buenos contra malos y de repente me encontré con un indio de trazos agresivos y reacciones intempestivas que por ejemplo podía atrapar cinco flechas en el aire y devolverlas como ametralladora en un solo acto.”
El análisis de Steimberg también advertía sobre las caracterizaciones estereotipadas y con rasgos xenófobos de los villanos (el gitano Juaniyo, el afroamericano John, el chino Miko, el hindú coleccionista de antigüedades), aunque recargando las tintas y escatimando contraejemplos que hubieran balanceado un poco la conclusión. Por ejemplo, una aventura recuperada ahora en el tomo dos en donde Patoruzú se enfrenta a un capitalista yanqui que se apodera de una comunidad toba en el Chaco. El patagón no sólo hace capitular al falso cacique gringo para recuperar las armas pertenecientes a su familia (el móvil personal que dispara la historia) sino que también lo entrega a sus compadres tobas para “liberarlos de la tiranía” mientras Isidoro avala la acción advirtiendo sobre la apropiación extranjerizante de “tierras fiscales”.
“Hay que tener en cuenta que trabajar con estereotipos era la metodología de la época. Lo mismo hacía Disney y otros grandes autores de comics de aquel momento”, sostiene Sapia. “Por otro lado, no había un ensañamiento con una colectividad en particular. Quinterno repartía para todos lados. Uno de los villanos principales, por caso, es un hotelero francés, ¿habría que acusar de francofobia a Patoruzú por eso? Lo mismo los estereotipos del porteño chanta y el indio pajuerano presentes en las primeras tiras de La Razón, ¿era una historieta antiporteña o antipaisana por eso? Yo creo que no. Que no hubiera tenido el éxito que tuvo si realmente hubiese sido así.”
Por el lado de “la ideología”, en tanto, no hay duda de que un orden moral de malos castigados y buenos premiados guiaba la resolución de las tiras lo mismo que el mantenimiento de un cierto status quo conservador. Sin embargo, y de la mano de ese indio que le resultaba imposible desoir lo que dictaba su corazón (esa tozudez desinteresada que lo hacía a fin de cuentas entrañable), Quinterno sabía introducir ciertos valores que por contraste cuestionaban esa Década Infame con tasa récord de suicidios y horizonte sin esperanzas. “Patoruzú es un personaje que siempre se pone del lado de los desamparados, de los analfabetos, de los que la pasan mal en un país pre leyes sociales del peronismo”, destaca Sapia y ejemplifica con la aventura del partido de fútbol en el que se enfrenta a un dirigente inescrupuloso que pretende dejar sin colonia de vacaciones a un asilo de niños pobres y huérfanos. O con el episodio en el que Patoruzú descubre y rescata a su hermano Upa de la cueva a la que había sido confinado por retraso mental y –desobedeciendo el mandato paterno– decide criarlo como a su propio hijo. “Y sin importarle las burlas a las que se ve sometido”, observa Sapia.
En ese sentido, el instructivo que hizo repartir Quinterno años después entre sus dibujantes para plasmar un Patoruzú que fuera fiel al inicial una vez que se retiró de su realización directa, es ilustrativo. En uno de sus fragmentos –y a tono con cierto cristianismo de uso popular que constantemente es apelado en sus primeras aventuras (el tata Dios, el diablo Mandinga; la Iglesia como institución, en tanto, brilla por su ausencia)–, remarca: “La bondad de este indio noble puede alcanzar límites insospechados. Pero no confundamos su credulidad y su ingenuidad con la necedad del lelo. Generoso hasta el asombro, su inmensa fortuna es, antes que suya, de todo aquel que la necesite”. Y también: “Patoruzú saldrá invariablemente en defensa del débil y por una causa noble se jugará íntegro, sin retaceos”.
Días de gloria y pocos insumos
Para 1936 y habiendo tomado la precaución –a la manera de los Sindycate estadounidenses– de resguardar para sí los derechos de autor de sus tiras, Quinterno saca a Patoruzú de El Mundo y se lo lleva consigo para usarlo como marca y fundar una revista propia bajo su nombre. El éxito es instantáneo y fenomenal. En pocas semanas, la publicación supera los 300 mil ejemplares y Quinterno se ve obligado a armar una editorial a su medida: con un plantel de empleados creciente y con varias de las principales firmas y valores del momento (Divito, Salinas, Ferro, Blotta y otros) haciendo sus personajes más famosos. Es el comienzo del Quinterno “a la Disney” –una visión que buscaba conciliar lo artístico con lo empresarial– que por un período prolongado soñó y verdaderamente se preparó para dar el gran salto audiovisual.
“Con Patoruzú, la revista, Quinterno inventa ‘un molde’ que combina humor gráfico, historieta y notas de espectáculos y actualidad. Y que después continúa y se reformula con Rico Tipo en los años cuarenta, Tía Vicenta en los cincuenta, y Humor en los setenta y ochenta”, historiza Sapia, que también subraya cómo Quinterno –a través de las editoriales firmadas por su personaje, además de las propias sagas de aventuras– plasmaba una mirada abarcativa y dinámica de la sociedad que le permitía dialogar con ella a la vez que interpelarla. “En Patoruzú, tanto la revista como la historieta, se exhibía un oído para el habla callejero y los modismos sociales, la manera de vestirse de los personajes secundarios, por ejemplo, que por ahí ahora ni con un estudio sociológico podés acceder con ese nivel de veracidad.”
Todo estaba dado para animarse a más. Y “ese más”, proyectaba Quinterno, sería el primer largometraje de animación de la historia del cine argentino. El creador de Patoruzú lo intentó con Upa en apuros, la cinta en donde aplicaría lo aprendido de primera mano en Estados Unidos y poniendo en términos de capitales “todo lo que había que poner”. “El trabajo de animación en Upa... fue excelente”, sostiene Sapia. “Tenía el nivel de lo que es un Pixar hoy, al punto de que motivó los elogios del propio Disney y la invitación personal a que lo fuera visitar a su estudios”, cuenta en lo que fue el inicio de una amistad entre los dos gigantes creativos. “Lo que pasa es que en el medio estalló la segunda Guerra Mundial y por una falta repentina de insumos debieron reducir el film a un cortometraje.” Así, se hizo imposible recuperar el dinero invertido y el sueño de un Quinterno a la Disney se archivó para una mejor oportunidad. Que fue nunca. “Pienso que a Quinterno le faltó un poco de suerte y también un contexto que lo acompañara un poquito más. Con menos turbulencias económicas y sociales”, se lamenta Sapia.
¿Qué queda hoy de Patoruzú? Su influencia después de sus años de gloria –o sea, a partir de los sesenta– no dejó de ser importante. Incluso a nivel internacional. Sasturain suele llamar la atención, cuando se lo consulta, sobre los no tan curiosos parecidos de Asterix con Patoruzú y de Obelix con Upa (los mismas panzazos, las mismas piñas de gancho, el mismo tipo de acción en movimiento en unos y otros) que radican en que su creador y guionista René Goscinny, italiano de nacimiento, vivió de joven en Buenos Aires. También García Ferré, con su universo de personajes alrededor de Hijitus y Trulalá a la manera de Patoruzú y sus amigos, evidencia cierta influencia suya. La vasta galería de personajes que creó Quinterno con Pampero, La Chacha, Ñancul, el Coronel Cañones, Patora y villanos recurrentes como Mandinga, además de Patoruzú e Isidoro, sin duda inspiró a otros autores –como García Ferré– a hacer lo mismo. Un procedimiento que ampliaba no sólo las historias argumentales sino también los títulos de venta y hasta el futuro marketing asociado: remeras, muñecos y hasta disfraces que Quinterno ya en los años treinta se encargaba de desplegar.
“Si bien es cierto que la hegemonía más fuerte de Patoruzú empieza un poco a mermar a partir de fines de los cincuenta con la aparición de la Rico Tipo de Divito, dibujante estrella que abandona a Quinterno porque le impiden plasmar su humor más pícaro y de guiño sexual, en términos generales su presencia en el imaginario popular siguió siendo altísima”, asegura Sapia. “Al punto de que hoy siguen habiendo casas de empanadas que se llaman La Chacha o locales de timba que llevan el nombre de Isidoro. O que cualquiera sabe de quién estás hablando, incluso los más refractarios a la historieta argentina, cuando les preguntás por el indio Patoruzú.” Un modelo de héroe que si se lo piensa por el lado de nobleza que entraña es difícil que muera o envejezca del todo. Porque, ¿a cuantos no les gusta sentirse por un rato como ese indio bruto y generoso que sin ser musculoso ni contar con superpoderes igual puede darle el merecido a los más malos y festejar con un huija, canejo, chei? Mientras haya quienes todavía sonrían ante la lectura vivencial de sus proezas seguramente seguirá existiendo un indio orgulloso y tehuelche llamado Patoruzú.