Uno. El obstáculo de las ilusiones radica en que no quieren ser agua, no quieren ser salón de ventas, no quieren ser hígado ni riñón. Las ilusiones se dejan mecer por el viento y no saben que carecen de plasma, hipófisis, semen, cuernos. El valor de las ilusiones es igual al de las arenas movedizas. Cuesta bastante cimentar en ellas un edificio. A veces me pregunto cómo pueden seguir siendo ilusiones. Pero las comparaciones desafortunadas no les afectan y nunca les falta una finura para volverse cautivantes o una invisibilidad para evaporarse.
Las ilusiones saben bien que el humor no es un privilegio de Borges ni de los gatos y que ser tangible no significa ser real. Ser colorido no significa ser bello. Son muchas las teorías acerca de lo que las hace ilusorias. Incluso hay sobreinformación al respecto, pero la única teoría que me siento autorizada para mencionar es la mía: "todas las teorías acerca de las ilusiones son correctas pero inconclusas." Sólo agregaré que sir Nicholas Embroy‑Heap, diplomático, ensayista inglés y fumador de pipa, afirmó en 1.989, que hacer pie en el torrente de las ilusiones, en el remolino de las ilusiones, en el agua estancada de las ilusiones, lo llevan a uno a convertirse en un animal extraviado, sin remos y sin orillas. Lo afirmó en un ensayo titulado La ilusión tiene sus cosas y lo volvió a retomar en sus breviarios El cajón de los descubiertos.
Su visión del asunto puede resultar inmaterial para todo iluso que busque en las ilusiones, la materialidad y las pompas. Sin embargo, sir Nicholas Embroy‑Heap asegura que la vida sin ilusión sería una escasa nomenclatura, una mezquina sucesión de episodios.
Sus insomnios inútiles le sirven al fumador para desplegar sus prolíferas ideas sin fin alguno. Yo creo que, aun resuelta la idea de estar de pie sobre el agua, queda por resolver el problema de la noche, esa bestia alucinada que nos atrapa como a insectos despavoridos, bajo su manto.
Dos. La debilidad es una cosa poco correcta. Y no hablo sólo de una noche de pesadillas o de necesitar ayuda para mover un mueble sino de temerle a una mirada. Hablo de perder la integridad física ante una mirada. Hablo del encogimiento del alma. Hablo de no ser un yo cuando esa mirada nos fulmina.
La debilidad es la vergüenza de los débiles y su responsabilidad. Todos los fuertes lo saben: los flojos son flojos porque quieren. La víctima crea a su victimario. El muerto a su asesino. El hambriento al hambre. El solitario a su soledad. Por consiguiente, la debilidad no es débil, es conspiradora. Con su impotencia física, con su anemia psíquica, con su bajo rendimiento combativo, manipula los instintos del victimario, que no se puede detener ante el éxtasis del exterminio.
Quien es lo suficientemente débil para temerle a una mirada también es lo suficientemente fuerte para seguir de pie, quebrado, torturado, denigrado, ante esos ojos que lo aniquilan. No morir es un claro gesto de fortaleza y testarudez.
Una de las razones de subsistencia puede ser que el propio instinto de existir, en la fortaleza del débil, sea más fuerte que el deseo de autoexterminio.
Otra razón posible puede ser que no acabarse sea la máxima expresión de su poder y de su culpa. Cualquiera sea la causa, el débil sigue en pie, lacerado por el filo de esos ojos, amedrentado ante el mirar de todos los ojos del mundo, pero dispuesto a sostener su inviolable fragilidad.
Tres. Un día encontraré los remos para salir de aquí. Y saldré porque hace mucho rato que navego. Tengo ganas de ver a aquellos que apoyan los pies sobre el suelo y alguna foto mía el día de mañana.
Sólo me preocupa saber hacia qué costa llevaré mi barca. Estoy tan a gusto así, perdida en el sopor de la escritura, que no quisiera dejarme lastimar por la seguridad de un género.
Cuando encuentre los remos trataré de no renunciar a mi espontaneidad. Tampoco quiero llegar a las orillas para ser como los otros, escribir como los otros.
Les diré a todos que no tengo más habilidades que los sueños y es por ello que me he excluido de la tierra firme, voluntariamente. Pero dar explicaciones no es todo lo que haré. Podré hacer mi paseo circular sin remos y sin orillas. Por lo demás, sólo quiero regresar para ver los pasos de los que pisan el suelo, mi foto, la lluvia sobre el asfalto, pequeñas cosas, lo admito.
Pienso que cuando regrese, encauzaré mis pies junto a los pasos de los otros, con cautela, porque los caminos del suelo serán muy reales pero no me entusiasman sobremanera. Y por supuesto, no confundiré el abrazo con la estrangulación, la libertad con la indiferencia, el espacio con el abandono, la prudencia con la mezquindad.
Cuando salga de aquí estaré lista para reconocer que vivir es tan alucinante como inventar palabras.