El cine español siempre ha sido un cine de géneros, un cine narrativo que cuenta historias. Buenas, malas, grandes, mínimas. Un cine que ha abordado, desde distintas perspectivas y con diferentes objetivos, la matriz de los géneros para quedarse en ellos a gusto o buscar otros horizontes al trascenderlos. Lo han hecho Juan Antonio Bardem con el policial, Luis García Berlanga con la comedia y el esperpento, Almodóvar y Buñuel con el melodrama y Carlos Saura con el cine político y ciertos simbolismos propios de los tiempos de la agonía franquista. Sea para la exploración erótica del destape, para contrabandear sarcasmo en los cimientos represivos de una industria sin despegue o para parodiar tradiciones y costumbres arcaicas, el género ha sido el más feliz de los puntos de partida. Así lo ha pensado Paco León desde su debut tras las cámaras con el díptico protagonizado por su madre Carmina, Carmina o revienta (2012) y Carmina y amén (2014), películas personales, filmadas en su Sevilla natal y protagonizadas por su familia, que usan la comedia como laboratorio de pruebas, en el que se conjuga la mirada confesional a cámara nacida del más hilarante mockumentary con los laberintos del absurdo y la exploración etnográfica. Paco León se ha ganado un lugar al tensar los límites de un género que no se limita a sus códigos sino que los expande y reinventa a cada cambio de plano. En su nueva película, El amor se hace, producida por Telecinco y protagonizada por estrellas de la televisión española, León confirma que aún en el mainstream puede reírse de todo y de todos, de los tabúes sexuales, de los dictámenes del buen gusto, de los prejuicios que definen individuos y sociedades, de los lugares comunes que asfixian películas y géneros cinematográficos.  

 Pensada como una remake de una desconocida comedia australiana, The Little Death –dirigida en 2014 por el también actor Josh Lawson, secundario en series estadounidenses como House of Lies–, El amor se hace fue cobrando forma en la cabeza de Paco León y en el cuerpo de sus protagonistas. Los acentos andaluces, la geografía madrileña en pleno verano y las parafilias sexuales se combinan en un universo de historias de amor y deseo, festivas y divertidas, que derriban cualquier atisbo de solemnidad a partir del estallido del humor. La excitación de los personajes de León emerge de las fantasías y las realidades, de los objetos más absurdos como una telita de seda bien guardada o de los clisés más populares como el trío o el sadomasoquismo. Esa libertad de entregarse a la risa sin represiones, ese revés que asoma tras la muralla de la corrección social, es lo que alimenta el desparpajo narrativo de El amor se hace, cruzando parejas e historias, mezclando el absurdo y la escatología, apropiándose de las referencias pop que la figura de Almodóvar parecía conferirle ya desde su aparición como actor. Es que Paco León, con sus ojos celestes intensos y sus rulos revueltos, se hizo famoso gracias a su versión travestida de la presentadora española Raquel Revuelta, a la que parodiaba en el humorístico televisivo, Homo Zapping. Los ecos de la Patty Diphusa creada en plena movida madrileña por el cineasta de La Mancha no se hicieron esperar. Pero Paquito no dejó que lo encasillaran, pateó todo rastro autobiográfico y se animó a entrar por la puerta grande.

Aquel aire de irreverencia kitsch que recorría los caminos inciertos de la Carmina de sus primeras películas, deriva hoy en un estilo que se afirma más allá de sus influencias. Aquella actriz impensada, madre verdadera de Paco, ama y señora de una venta sevillana, gobernaba a fuerza de carisma y astucia no solo el destino de todos a su alrededor sino la imagen que proyectaba en la pantalla. La primera más festiva, la segunda más madura y mortuoria, las dos Carminas ofrecían a Paco un terreno conocido, casi solitario, regido por sus propios medios, filmado en pocas semanas, controlado al extremo. El amor se hace, en cambio, lo abre al abismo de la gran producción, a un elenco variopinto, a su propia aparición frente a las cámaras. La aparición de la actriz y directora Ana Katz, además de una llave para su estreno argentino –rareza más que celebrada porque el cine español, cuando no es de un consagrado como Almodóvar y no muchos más, suele llegar a nuestras salas de manera esporádica, con poca difusión y acompañado por lecturas parciales y prejuiciosas que lo confinan al limbo de la indiferencia para la mayoría de los espectadores–, fue un valioso sostén para el trabajo de León a la hora de dirigirse a sí mismo. “Tenía miedo que me resultase raro, pero no, ha sido bastante fluido, y creo que el hecho de haber tenido a mi lado a Ana Katz, que también es directora y se ha dirigido mucho, me ha ayudado bastante”. 

Paco y Ana interpretan a una pareja que lleva ocho años de convivencia, una hija de 4 y una profunda crisis a cuestas, originada en la rutina diaria, la apatía y la previsibilidad en el terreno sexual. Luego de una incómoda sesión terapéutica sobre las bondades del sexo oral, la pareja probará todo lo que tenga a su alcance para encender nuevamente el fuego de la pasión, siempre viendo hasta dónde se pueden estirar sus audacias amatorias. Desde “nos estamos perdiendo todo en Madrid” cuando descubre un bar todo terreno en materia sexual al que decide ir con Ana, hasta “eso no es lo mío” cuando un fornido compañero deportivo le pide que le haga pis encima –que no puede dejar de recordar la escena del chorrito en Pepi, Luci, Bom, y otras chicas del montón– las frases del Paco de ficción oscilan como un péndulo entre atrevimientos y repliegues, encerradas en una musical tonada sevillana y en un espíritu por demás irónico respecto  a esa España moderna que ha mostrado más de una grieta desde su ebullición ochentosa. Mientras tanto, el Paco director recorre con el mismo pulso los avatares de todas y cada una de sus criaturas, habitantes de una Madrid calurosa y en plena exploración de su sexualidad, gozosos y culpables, vitales y siempre propensos a esa dosis infaltable de vergüencita.