La teoría económica ortodoxa presenta a los bancos como meros intermediarios entre quienes tienen capacidad de ahorro y quienes precisan endeudarse. Los ahorristas se ven estimulados a llevar su plata al banco en forma de depósitos, por el premio de ver incrementado su patrimonio al cobrar por ellos una tasa de interés. Esa tasa es pagada por los deudores, como costo para acceder a un crédito. El rol del banco es simplemente intermediar entre unos y otros, cobrando por ello un margen que le permite cubrir sus costos operativos, que se ve reflejado en la diferencia entre la tasa que perciben los ahorristas y la que pagan los deudores (“spread bancario”).

Pero ese relato se cae al analizar la política de tasas que aplican los bancos sobre sus clientes en Argentina, especialmente en lo que hace a los créditos personales y con tarjetas. Esas líneas de crédito representan aproximadamente el 80 por ciento del crédito a las familias y casi el 50 por ciento del total de los préstamos bancarios al sector privado. Las tasas que los bancos aplican por los créditos personales y de tarjetas a las familias rondan el 42 por ciento anual desde 2014 hasta nuestros días, a lo que hay que sumar cargos y comisiones que llegan a encarecer el costo del financiamiento a tasas que alcanzan el 70-80 por ciento en algunos casos.

Pero lo particular del asunto no es sólo las tasas usurarias que cobran los bancos por sus créditos a las familias. Sino su estabilidad, especialmente en un período donde la inflación, la tasas de los plazos fijos (que teóricamente expresan la tasa que premia la oferta de ahorro) y de las Lebac (que son una colocación alternativa para los bancos) sufrieron violentas variaciones. Entre los inicios de 2014 y finales de 2015, la tasa de inflación pasó de superar el 40 por ciento interanual hasta casi un 23 por ciento, para luego volver a ubicarse a niveles que superaban el 40 por ciento en 2016 y luego descender nuevamente hasta niveles cercanos al 25 por ciento. Las tasas de las Lebacs que promediaban el 28 por ciento en la gestión K, saltaron al 38 por ciento a comienzos de la gestión de M para luego descender hasta el 22 a comienzos de 2017 y emprender una nueva marcha ascendente hasta el 28 actual. Por su parte, los plazos fijos pagaban la miseria del 20 por ciento hasta mediados de 2015 cuando empezaron a seguir por detrás a las Lebacs (ayudado por ciertas regulaciones que luego desarmó Sturzenegger), alcanzando un máximo del 30 por ciento a mediados de 2016 para luego retroceder nuevamente a la miseria del 20 por ciento. Mientras tanto, las tasas por las tarjetas y créditos personales sólo acusaron una leve alza en el máximo de tasas de comienzos de la gestión de M (tocando el 46 por ciento), para luego retornar lentamente a los valores previos en torno al 42.

La política de los bancos en materia de créditos a las familias da cuenta de su poder de mercado, imponiendo tasas más allá de las fluctuaciones de la política monetaria y las condiciones financieras. Esa “rigidez” en las principales líneas de financiamiento del consumo puede frustrar los intentos de parte del equipo económico de reactivar la economía por la vía de un descenso en las tasas de interés que maneja el central.

@AndresAsiain