Charlie Brooker es un miedoso de todo lo que hay a su alrededor. En sus orígenes como show runner enfrentó el pánico como humorista (en Inglaterra es conocido como escritor de gags), y con Black Mirror, la serie que creó para la Endemol en 2011, convirtió al miedo en materia de escritura. Y si bien se la ha vendido como una pesadilla sci-fi sobre los efectos secundarios de la tecnología en la vida cotidiana, su método de escritura poco tiene que ver con buscar los avances en aplicaciones o nuevos softwares, sino en hacerse preguntas sobre ese miedo primitivo, preguntas que los guionistas llaman “what-if”. ¿Qué pasaría si existiera un paraíso digital donde los muertos pueden vivir una segunda vida hasta volverse locos? ¿Qué pasaría si un juego de internet instalado en tu cerebro te hace enfrentar a tus miedos? ¿Qué pasaría si un implante digital fuese usado en soldados con problemas para matar? ¿Qué pasaría si un hashtag odioso pudiera realmente generar un apocalipsis?

Se ha dicho demasiado: Black Mirror es una serie de culto de apenas seis capítulos en cada temporada que indaga sobre los usos y costumbres diarios que hacemos de la tecnología, como una droga que nos consume día a día sin que lo sepamos. Fiel a su vocación humorística, Brooker es un satírico; una particularidad del género de ciencia ficción, que en Inglaterra, país con tradiciones anglicanas y protestantes, tomó, en un principio y antes de la new wave de los sesenta, ribetes moralistas y ocultistas: ahí están los ejemplos de Un mundo feliz de Aldous Huxley, 1984 de George Orwell, The Wanting Seed de Anthony Burgess o incluso The War Game,  el falso documental de Peter Watkins. En todos esos casos se trata de distopías ubicadas no en tiempos alejados o post apocalípticos (una obsesión posnuclear más norteamericana), sino cercanos y tangibles, algo así como paratopías: realidades paralelas, levemente deformadas, tan reconocibles como el reflejo de espanto que genera una pantalla apagada en un usuario desesperado por la falta de conexión.

Sin embargo, “Nosedive”, el primer capítulo de la tercera temporada, esconde una trampa. Brooker lo reconoció; la inyección productiva que recibió por parte de Netflix para tener más margen de plata, le trajo obviamente nuevos espectadores, primerizos incluso, que nunca habían visto ninguna de las otras dos temporadas. Fue como empezar de nuevo, en cierta forma. Barajó varias posibilidades como apertura para su show, ¿convenía mantener la visceralidad e incomodidad de las otras dos temporadas? ¿O era mejor empezar con un tono menos impactante? Finalmente decidió arrancar por un capítulo en donde una red social estratifica a una sociedad. Cuanto más likes reciba una persona más chances de acceder a puestos laborales deseados o incluso al alquiler de una vivienda digna. Hasta acá, todo bien: responde a la lógica tecno paranoica de las otras dos temporadas. Pero el final dividió a los fanáticos y desató una ola de descontento. Si lo comparamos con el primer capítulo de la primera temporada, donde el primer ministro de Inglaterra se cogía un chancho en cámara para evitar un escándalo político generado por una cuenta similar a Twitter, sí, se entiende que algo de fondo cambió en la serie.

Brooker, en cambio, minimizó las críticas: “Realmente me hubiera gustado hacer random para el orden. Al principio quería usar como primer capítulo el ‘San Junipero’ [un capítulo de amor gay entre dos mujeres prontas a morir que quedó en cuarto lugar] pero me dijeron que era demasiado abstracto. La verdad, prefiero que la serie sea como una caja de chocolates y que cada quien elija como quiera” dijo poco después del estreno mundial en Netflix a The Independent. El creador de la serie que fuera comparado en su momento con pesos pesados e históricos como La dimensión desconocida y Tales of the Unexpected disfruta de la apertura a un mercado más grande tanto en términos productivos como de ventas. Black Mirror se ha convertido en la serie de culto, riesgosa en su contenido e incómoda con más éxito por fuera de Inglaterra (comparable al tanque de Game of Thrones). Sofisticada en su narrativa, con guiños a la Historia de la ciencia ficción, la nueva temporada tiene un estilo visual más depurado, más colorido y menos contrastado, y no solo duplica en el número de capítulos a las dos temporadas anteriores con cinco episodios de una hora y un capítulo final que dura tanto como película, sino que se permite en algunos casos ser algo más esperanzadora (como el mencionado primer capítulo).

“Cuando las noticias se empiezan a parecer a los episodios, la gente me escribe preguntándome si eso tiene algo que ver con la serie” dijo Brooker en una charla por televisión, haciendo alusión al famoso caso del pig-gate, la historia que se filtró hace unos años, donde parecía que el primer ministro Cameron de Inglaterra realmente había tenido algo que ver con un chancho durante sus años universitarios. “Black Mirror comenzó en 2011. Y podría decir que alrededor del 2013, me di cuenta que se generó un cambio profundo sobre la vida online. Mucha gente comenzó a sentir que internet y el ‘social media’ era un lugar tóxico. Un lugar donde se puede realmente matar a la gente” dijo en relación “Hated in Nation”, el último capítulo que dura una hora y media, donde un hashtag canaliza el odio social, y Brooker se permite homenajear tanto a True Detective como a Aracnofobia ¿Cuándo va a terminar la paranoia o hasta dónde puede llegar ese mundo tóxico que Brooker padece y al mismo tiempo refleja en la pantalla negra cuando se enciende en colores? No lo sabe. Por lo pronto, ya tiene contrato para una cuarta temporada a lanzarse el año que viene y la mitad de los capítulos escritos. “Creo que la tecnología es como una nube ominosa y espesa que se estanca arriba nuestro. Cada día hay una nueva noticia en relación a esa nube. Pero la pregunta es siempre la misma; qué significa la realidad en un mundo donde constantemente nos vemos arrastrados a pasar de una pantalla a la otra”.