Mara Lesbegueris es licenciada en Psicomotricidad y profesora de Educación Física. Es autora además del libro ¡Niñas jugando! Ni tan quietas ni tan activas, de Editorial Biblos, que analiza los juegos de niñas y niños. Advierte que los juegos no son neutrales y que los mensajes que reciben las niñas son performativos, pero que son también contradictorios.
–¿Con qué juegan las nenas hoy?
–Si bien la experiencia lúdica es una praxis subjetiva y particular, en los juegos y juguetes es posible observar ciertas constancias que permanecen y establecen algunos cambios que generan algunas transformaciones. Entre los 3 y los 6 años los estereotipos de género tienen una pregnancia muy fuerte, esto coincide con la etapa de consolidación de la identidad de los roles de género, por lo que mis observaciones y reflexiones son básicamente centradas en esas edades. En esa franja etaria el mundo rosa de las princesas y barbies tiene un lugar casi exclusivo. El mercado del juguete sabe esto, y si uno quiere comprar un juguete para estas edades cuesta mucho encontrar algo que se aleje de esta perspectiva. A medida que van creciendo las niñas, la estética física, el mundo selfie, los deportes y el baile van tomando cada vez mayor dimensión. Los mandatos performativos de género encuentran en el juego un lugar excepcional en el que a través de las actuaciones y reiteraciones se normatiza e incorpora el género. La docilidad, la gracia y el decoro, junto a la práctica de la ternura y el ejercicio ficcional del maternaje y la seducción encontrarán en los diferentes dispositivos encarnaduras privilegiadas para re-interpretar, en el mejor de los casos, las normas de género de un modo creativo.
–En el libro se pregunta por los estereotipos femeninos de los relatos ficcionales para niñas. Encuentra que en los discursos hay mucho de princesas, hadas y barbies, poco de superheroínas, y menos de brujas. ¿Puede explicar esta idea?
–Lo que intento decir es que para crecer saludablemente las niñas (no solo los niños) necesitan jugar la tensión deseante y la agresividad, que cuanto mayores posibilidades de correrse de los estereotipos, mayores posibilidades de creación lúdica hay, que la fuerza encarnada tal vez en heroínas y la transgresión que marcaron las brujas son posibilidades potentes de corporización, que sentirse fuerte no se contrapone con la posibilidad de ejercer la ternura, que ser blanditas no es el único destino.
–¿Hay una contradicción con la que son educadas hoy las niñas: se siguen exigiendo cuerpos de barbies pero que salgan de la pasividad?
–Las pautas patriarcales de la sociedad capitalista se incorporan pasivamente, se apropian, se recrean o se resisten de acuerdo a las posibilidades subjetivas y a las maneras en que las identificaciones que ha presentado su grupo familiar y su comunidad se hayan asumido y corporizado. La figura de la niña como “consumidora lúdica” nos sumerge en esta problemática en la que se consumen no solo materias lúdicas sino bienes culturales, imaginarios sociales en las que la estética física y la cosificación de los cuerpos femeninos tiene un lugar paradigmático a través de las barbies. La mujer activa, profesional, bella, puede tener visiblemente una apariencia barbie y ocultar nuevos sometimientos y trampas patriarcales. Así como para analizar la posición de la mujer es necesario analizar su intervención en los medios de producción, creo que para analizar la posición de las niñas mucho nos dicen de ellas los relatos y sus experiencias lúdico-corporales.
–Al final rescata Alicia en el país de las maravillas porque habla de una niña “domesticada” que se escapa. Sin embargo es un sueño. ¿Cree que hoy sigue siendo revolucionario ese relato?
–El relato de Alicia me parece maravilloso. No quisiera reducirlo a su autor, ni criticarlo por haber sido escrito desde la visión de un hombre, con elementos sexistas que sin duda es posible encontrar. Lo que con él quise poner en relieve es tanto la potencia del juego, como la del soñar, ambas instancias abren la posibilidad de “trastocar órdenes y sentidos”. Eso, que parece menor, es lo que hace no solo más tolerable y comprensible la realidad, sino que vislumbra la creación de nuevas realidades y significaciones. En ese sentido, jugar y soñar pueden devenir en actos revolucionarios.