Desde Brasil
Lula apoya su rostro sobre la mano izquierda. No parece cansado, aunque todo su entorno está extenuado después de semanas de tensión y nerviosismo. Faltan algunas horas para que el 4º Tribunal Regional Federal confirme la sentencia del juez Sergio Moro. Lula se muestra realista y asume la tarea de mantener el ánimo entre sus familiares, colaboradores y amigos. Siempre fue así. En los momentos más difíciles de su gestión como presidente, llegaba al Palacio del Planalto y cuando veía alguien abatido le decía: “¿qué es esa cara? No estarás leyendo los diarios, ¿no?” Luego, soltaba una inmensa carcajada, contagiosa, balsámica, reparadora. Era el Lula presidente, el que apoyaba, consolaba y animaba a todos. Sigue siendo así.
Como Lula, los que lo acompañan este 24 de enero en el Sindicato de los Metalúrgicos del ABC paulista, saben que asisten a la crónica de una sentencia anunciada. Se repite la farsa jurídica iniciada por el juez Sergio Moro, con quien el ex presidente sostuvo diálogos que avergonzarían a Kafka y serían la envidia de los Hermanos Marx. Un juicio en el que no hay nada que probar. Contra Lula ya todo ha sido dado por cierto mediante el artificio jurídico de la convicción del juez, del llamado “dominio de los hechos”, del desprecio al debido proceso y de la indolente pretensión de querer transformar una venganza en un acto de justicia. Se llama lawfare: el uso del poder judicial para acabar con los adversarios políticos.
El equipo del ex presidente sigue la sesión por televisión y advierte cómo los jueces de apelación leen sus interminables sentencias, escritas antes de escuchar a la propia defensa de Lula, quien sólo tuvo 15 minutos para exponer sus razones. Un observador privilegiado del juicio, el jurista australiano Geoffrey Robertson, presente en la sala de audiencias de Porto Alegre, sostendrá más tarde: “Esta no ha sido una sesión justa. Los jueces hablaron durante cinco horas, leyendo un guión que habían escrito antes de escuchar cualquier argumento. En una corte de apelación, los jueces deben escuchar primero a las partes antes de emitir una sentencia”.
Todos siguen las actualizaciones de las redes sociales, menos Lula. Uno de los tuits que más impacto generan es el que ha hecho circular el periodista Rodrigo Vianna: “En el juicio más importante de la historia de este país, una señora negra sirve café a tres hombres blancos que juzgan a un migrante nordestino. Si no entendemos el simbolismo de esto, jamás entenderemos este país”.
Lula piensa vaya a saber en qué. Nadie lo molesta ni interrumpe lo que parece ser un íntimo ritual de introspección que reserva para sí mismo ese inmenso líder obrero, nacido en una de las regiones más miserables del planeta, ese nordestino migrante, retirante. Abraza a uno de sus hijos. Le dice algo al oído y antes de que comience la intervención del último juez, se retira a su casa.
En el sindicato permanecen más de 500 personas entre colaboradores, dirigentes, activistas, militantes sindicales, del Movimiento Sin Tierra y decenas de periodistas de 34 países. En el sindicato, que siempre ha sido también la casa del ex presidente, permanece la tristeza. Allí, hace apenas algunos meses, ha sido velada Marisa Leticia, la esposa de Lula, a quien esos jueces citan ahora como partícipe de un delito que nadie ha cometido. En el sindicato permanece la tristeza. Hace exactamente un año, el 24 de enero, Marisa Leticia sufría el derrame cerebral que le costaría la vida. Fue el día que la justicia brasileña eligió para volver a condenar a Lula.
Anestesia
En su casa, Lula permanece acompañado por su familia y algunos pocos amigos. Está tranquilo y trata de descansar para la larga jornada que aún lo espera. Miles de activistas, centenas de movimientos sociales, organizaciones sindicales, estudiantiles y profesionales, trabajadores rurales se habían congregado en una multitudinaria jornada de protesta, el día anterior, en Porto Alegre. Las mujeres, convocadas por diversas organizaciones feministas y contando con la presencia de la presidenta Dilma Rousseff, habían tenido un papel protagónico en los actos y movilizaciones que reunieron más de 70 mil personas en la ciudad que se tornó el ícono del exitoso “modo petista de gobernar”. Una ciudad heroica en la memoria de la izquierda mundial, ahora transformada en el escenario de un momento trágico para la historia democrática de Brasil y de América Latina.
Muchas de estas organizaciones y líderes políticos de todo el mundo se trasladaron el miércoles a San Pablo. Ese día, al finalizar la sesión que ratificaría la condena a Lula, miles de personas comenzaron a acercarse a la Plaza de la República, donde por la noche se llevaría a cabo un acto en el que, desafiando la prepotencia oficial, el PT lanzaría la candidatura de Lula a la presidencia de la república.
Allí el ex presidente vuelve a mostrar su semblante más enérgico. Son los actos, es la proximidad del pueblo, lo que mantiene activo a Lula. Los abrazos, los besos, las fotos, los apretones, que tanto molestan a algunos dirigentes, son el combustible que alimenta su voluntad, la fuerza que lo rejuvenece y le da fortaleza para enfrentar cualquier tipo de adversidad.
–¿Qué desafíos se abren para el PT y para las fuerzas progresistas brasileñas?
–El desafío de evitar los retrocesos que están ocurriendo en la democracia y en los derechos de los trabajadores. Especialmente, ahora, con la propuesta de reforma previsional que impulsa el gobierno golpista de Michel Temer. También, garantizar elecciones realmente libres y democráticas en octubre de este año. Una ofensiva conservadora trata de anestesiar el país. Afirmaban que el problema de Brasil eran el PT y el gobierno Dilma. Así, destituyeron a una presidenta electa por 54 millones de votos, prometiendo que todo iba a mejorar. Después, dijeron que el problema eran los derechos laborales. Y suprimieron esos derechos. Ahora dicen que el problema somos el sistema jubilatorio y yo. Pero el pueblo brasileño está despertando y descubriendo que, en vez de curar la enfermedad como prometieron, están robándose los órganos vitales del país: nuestros recursos naturales, los derechos del pueblo, el patrimonio público. Todo lo que hemos construido con el sacrificio y el trabajo de varias generaciones, lo están vendiendo a precio de bananas.
La derecha hizo el golpe, pero ha pasado más de un año y no consigue tener otro candidato que un neofascista, defensor de la dictadura militar, sexista y violento, como Jair Bolsonaro. Un diputado que en la sesión de destitución de Dilma Rousseff dedicó su voto al general que la había torturado cuando tenía 19 años. Por otro lado, la candidatura de Lula no para de crecer y lidera todas las encuestas electorales. A pesar de todos los ataques, el PT sigue siendo el partido con mayor número de militantes y mayor capilaridad en la sociedad brasileña.
–¿Por qué está ocurriendo esto? –es la pregunta para Lula.
–Porque el pueblo se ha dado cuenta de que el golpe no fue contra Dilma, contra Lula o contra el PT. El golpe fue contra los trabajadores, contra la clase media, contra los que hacen un enorme esfuerzo por sobrevivir con dignidad. El golpe fue contra las conquistas democráticas que llevaron a que Brasil redujera significativamente la pobreza, la injusticia social, el hambre. Inclusive un amplio sector de la clase media, que apoyó el golpe, está sufriendo sus consecuencias. Si no reaccionamos a tiempo, Brasil volverá a ser un país donde un tercio de la población tiene derechos mientras, como ya está ocurriendo, miles de niños y niñas pasan hambre en las calles. Los índices sociales del país han empeorado de forma espantosa. Brasil sólo puede ser un país grande, importante, soberano, si la economía crece de verdad.
–¿Qué sería crecer de verdad?
–Crecer incluyendo a los pobres. Cuando los pobres pueden comprar, cuando pueden consumir, el comercio vende más, la industria produce más. Brasil crecía e incluía en el presupuesto público a millones de personas que antes no tenían derechos ni las oportunidades más básicas. Ellos están destruyendo todo esto. Brasil era un país con futuro. Un país de todos, no de algunos pocos. Estábamos dejando de ser el imperio del privilegio. Un país no puede ser un mero exportador de commodities, que emplean poco y que hacen que la economía pueda convivir con la existencia de multitudes de desempleados, pobres y excluidos.
De espaldas
En las primeras horas de la tarde del 24 de enero la farsa judicial se ha concretado. Lula sufre una nueva condena que complica seriamente las posibilidades de ser candidato en las elecciones presidenciales de octubre de este año. Mientras se prepara para ir a la concentración de la Plaza de la República en el centro de San Pablo, recibe llamadas de apoyo y de solidaridad de todo el mundo. Es un ícono de la democracia, latinoamericana y mundial. Lo veneran en todos los continentes, no sólo líderes y personalidades políticas progresistas sino también liberales y conservadores con apego al debido proceso.
El manifiesto “Una elección sin Lula es fraude” en pocos días reunió más de 215 mil firmas. Destacados intelectuales, políticos, artistas, juristas y dirigentes sociales progresistas de todo el mundo se han sumado a la declaración que circula ya en 10 lenguas. Cristina Kirchner, José Pepe Mujica, José Luís Rodríguez Zapatero, Rafael Correa, Massimo D’Alema y Ernesto Samper son algunos de los ex mandatarios que lo firmaron. Cerca de 20 mil argentinos se sumaron al manifiesto.
–Estoy inmensamente agradecido por el apoyo y de la solidaridad internacional, especialmente de países como Argentina, México, Uruguay, Ecuador, Italia, Portugal, España, Francia, Inglaterra, Estados Unidos y Venezuela –dice Lula.
–¿Qué cambió en el proceso de integración regional por el golpe en Brasil?
–Lamentablemente, Brasil volvió a vivir a espaldas de sus vecinos. Hemos vuelto a disputar con otros países periféricos quién atrae más la atención de los Estados Unidos y quien gana la cortesía de cenar con Donald Trump, como si de esto dependiera la solución de nuestros problemas, en vez de tener una política internacional propia. Respetando al mundo pero sin que mantengamos esta vergonzosa sumisión. El gobierno de Michel Temer no tiene legitimidad. Y tampoco la tiene una política exterior que sólo pretende vender los activos y el patrimonio de nuestro país. Cada nación tiene su historia, sus gobiernos, su cultura. En materia internacional, es fundamental que exista diálogo y respeto mutuo. Tengo mucho orgullo del período en que fui presidente de Brasil y pude convivir con presidentes como Néstor y Cristina Kirchner, con Pepe Mujica, Chávez, Bachelet, Evo, todos ellos.
–¿Qué tenían en común?
–Entendíamos la importancia de una región sin conflictos. Entendíamos que éramos más fuertes juntos, resolviendo entre nosotros, sin interferencia externa, nuestras diferencias. Evitábamos crisis y promovíamos la cooperación comercial, educativa, social entre nuestros países. Siempre estuve convencido de que Brasil sólo conseguiría desarrollarse de forma soberana si nuestros propios vecinos se desarrollaban también de forma soberana. Hoy, esas ideas, esa energía integradora y solidaria, se ha congelado o está en retroceso. Sin embargo, la integración entre nuestros pueblos es una vocación inexorable y volverá a avanzar.
–Durante mucho tiempo, la consigna del PT fue: “la esperanza vence al miedo”. Hoy, muchos jóvenes se aproximan a la política porque creen en la vigencia de aquel lema.
–Siempre les digo una cosa: abandonar, nunca. Perder la esperanza, jamás. El neoliberalismo, muchas veces sustentado por los monopolios mediáticos, promete un futuro mejor para todos pero concentra la riqueza y restringe las oportunidades en algunos pocos, los de siempre. En Brasil, nosotros probamos que podíamos gobernar haciendo exactamente lo contrario: que era posible incluir a los pobres en el presupuesto público, que podíamos invertir más en educación, más en salud y en vivienda, acabar con el hambre, construir dignidad, ampliar derechos. Ellos quieren apagar de la memoria del pueblo ese período de conquistas democráticas. Hoy me condenan a mí, pero lo que están queriendo condenar es ese proyecto y nuestro futuro como nación libre, soberana y justa. Quieren hacerlo, pero no lo lograrán.
–¿Hay un mensaje especial para los jóvenes?
–Millones de jóvenes, en Brasil, por primera vez llegaron a la universidad. Nosotros fuimos el último país de las Américas que creó una institución universitaria. En Argentina ya se estaba haciendo la reforma universitaria y nosotros ni universidad teníamos. Fuimos los últimos en abolir la esclavitud. Éramos la vanguardia del atraso. En doce años de nuestros gobiernos, conseguimos garantizar la primera generación de brasileños y brasileñas que no tuviera niños ni niñas pasando hambre. Sacamos más de 40 millones de la pobreza sin perjudicar a ningún sector social, sin perseguir a nadie. Esto nunca había ocurrido en la historia de nuestro país. Fue posible utilizar la política en beneficio de las mayorías. Fue posible, a través del Estado, hacer políticas públicas de inclusión y promover la justicia social. Nosotros mostramos que el pueblo sabe gobernar mejor que las élites. Por eso, ellos nos odian. Pero te digo una cosa: esa reacción retrógrada no va a prosperar. Vamos a vencer.
* Secretario ejecutivo del Consejo Latinoamericano de Ciencias Sociales (Clacso) y profesor de la Universidad del estado de Río de Janeiro.