Apuesta maestra
Molly's Game
EE.UU./China/Canadá, 2017
Dirección y guión: Aaron Sorkin.
Fotografía: Charlotte Bruus Christensen.
Música: Daniel Pemberton.
Montaje: Alan Baumgarten, Elliot Graham, Josh Schaeffer.
Reparto: Jessica Chastain, Idris Elba, Michael Cera, Kevin Costner.
Duración: 140 minutos.
Distribuidora: Diamond.
Salas: Del Centro, Monumental, Hoyts, Showcase, Village.
5 (cinco) puntos.
La "apuesta" del título bien podría serlo en función del debut como director del guionista Aaron Sorkin. El ingenio detrás de la serie The West Wing y films como El juego de la fortuna y (la notable) Red social, salta detrás de la cámara de manera completa y logra una película coherente con ciertos rasgos ya identificables.
Es decir, los diálogos superpuestos, ágiles y afilados ‑marca del guionista‑, transitan en Apuesta maestra durante sus más de 120 minutos. El inicio mismo es un tour de force en donde más vale estar atento, porque la información se vuelve algo frenética: la voz en off de Molly (Jessica Chastain) rememora su experiencia trágica como esquiadora de competencia, la relación con sus padres, las expectativas, niñez y adolescencia, la caída y el golpe casi fatal. La elección espacial señala de manera inequívoca: se empieza arriba, sobre un pico nevado que habrá que descender, con el cual competir, y apostar la altura/notoriedad alcanzada para lo que sigue. ¿Y desde dónde habla Molly? Se intuye que desde abajo, ya caída o a punto de caer más. Las piezas temporales sabrán cómo y cuándo encajar.
Lo que molesta del film de Sorkin es la aceptación de un verosímil de diálogo urgente donde todos responden infalibles.
De este modo, el film propone varias capas de relato, con eje en su protagonista, quien tras un operativo del FBI busca abogado (Idris Elba) y con él la mejor carta. Sucede que su elección de vida terminó por decantar hacia el mundo del juego ilegal, como asistente y luego organizadora serial de estos eventos. Ese hecho es el que propone la deriva hacia atrás y adelante en el relato de Molly, entre lo vivido (el trauma deportivo y familiar) y el porvenir (el arresto y posterior juicio). Basado en las memorias de Molly Bloom, Apuesta maestra se adentra en un mundo paralelo, que anida en las sombras de quienes iluminan marquesinas y tapas de revistas, con vida en Los Angeles. Pero tiene el cuidado de no dar nombres propios y moverse de manera correcta, sin alterar la paciencia de nadie que tenga algo que ver con la denominada fama.
Lo que asoma en la película es un equilibrio que pone en jaque un límite. Transgredir o no transgredir la ley, he ahí el dilema. Molly se lo pregunta y lo pregunta a un abogado con oficio, quien sabe cómo dar una respuesta ambigua. Para Molly, trabajar en esto significa ingresar en un placer cinco estrellas, estar bañada de ropas y vehículos caros, sin atención por afecto humano alguno. Así como en el póker, las cartas comienzan a barajarse, y hay que ver cómo viene la jugada, porque estar arriba o abajo puede depender de la suerte de un solo naipe.
Lo que molesta del film de Sorkin, en primer lugar, es la aceptación de un verosímil de diálogo urgente, en donde las respuestas cínicas descansan en todos, con una puesta de cámara que resulta un mero acompañamiento de estas justas verbales. Sí hay, como se distinguía, una construcción temporal simultánea, que yuxtapone situaciones desde un hilo narrador. Pero no se trata más que de un artificio, cuya rapidez en la ejecución no hace más que insistir en los diálogos apretados, las respuestas justas, los cortes de montaje acordes. Apuesta maestra no es mucho más que un film de planos/contraplanos, sin una artesanía narradora verdaderamente atractiva, que sea de veras compleja.
En sus varias capas de relato, lo que la película esgrime es una comprensión social en donde el triunfalismo sucede y se acepta.
Más aún, allí cuando el film necesite la escena que le sirva de bisagra, antes de su resolución, como manera de estirar el suspense al que obliga el dictamen legal, ésta aparecerá casi como por arte de magia absurda. Se trata del momento donde Molly y su padre (Kevin Costner) se reencuentran, sin ninguna explicación que resulte mínimamente creíble ‑esa explicación igualmente está, es bien tonta así como políticamente correcta en su retrato de vida familiar‑; peor todavía, se trata de una escena psicologista, en donde se explican los cabos sueltos en el comportamiento de esta chica, con un padre que ‑así las cosas‑ es psicólogo: como si fuese una sesión de terapia a la carta, en el banco del parque, noche fría, tras patinar en el hielo (y torpemente remedar lo visto al inicio).
Ahora bien, por encima de todo, lo que Apuesta maestra esgrime es una comprensión social en donde el triunfalismo sucede y se acepta. Es la familia misma de Molly la que sirve de ejemplo, y ella ‑a pesar de haberlo hecho de raro modo‑ no deja de serlo también. La película la premia a partir de una conducta ética que suena bastante extraña, como si por medio del personaje se estuviera señalando que el tejido social no es la trampa que parece, y que quienes habitan los vericuetos ilegales lo hacen por decisión propia, en tanto fusibles de un sistema que se sabe imperfecto pero atribuye sus equívocos en particulares.
Al llegar a su desenlace, nada impide situar a Molly en la cima de la que tempranamente supo caer. Un podio que vuelve a ocupar a partir de una vida algo malograda, un padre severo, perspicacia y perseverancia. Su preocupación por no infringir la ley es algo risueña, a excepción de un único momento en donde sabe que lo está haciendo. Nada demasiado provocador ni crítico para un film cuya firma parecía prometer otra mirada, de cierta corrosión.