Para mí era Acuaman. O un Poseidón criollo. Pero viste cómo son las cosas: al tipo que es hábil en el agua, a veces, se lo traga la tierra. Eso le pasó a Gustavo Gamulín. El pibe era un crack nadando. Te lo digo yo, que me salvó de morir ahogado en el río Paraná, cuando teníamos 13 años. Pero en la tierra, donde todos caminan y nadie nada, Gustavo se había convertido en un fantasma. Al menos para nosotros. No sabíamos de él desde que se fue a Miami a probar suerte, allá por los 90.
Esta semana Rosario/12 publicó el texto en el que recordé su heróico salvataje (ver nota relacionada abajo), una tarde de mediados de los 80. Pero también hablaba de su ermitaño y misterioso -al menos para nosotros‑ exilio. La pérdida total de contacto, expuesta en esa nota del diario, supuso una afrenta para sus amigos de la infancia. Fue Griselda la que tiró la primera piedra: "¿Gustavo sabe de toda esta movida? ¿Alguien tiene contacto con él?". Parecía contrariada por la situación. ¿Cómo era posible que el héroe no supiera que su hazaña adolescente ya era noticia? ¿Podría Batman no saber que con sus buenos oficios había colaborado para salvar Ciudad Gótica? Imposible. Pero bueno, lo que es Gustavo, ni enterado. No tenía siquiera por qué recordar que me había salvado. Algunas cosas de la vida se pierden, se olvidan o se escapan para descansar en el pasado. Y está bien que sea así. Nadie anda reclamando por una vida que salvó. Salvo que esté muy necesitado.
El tema es que el orgullo de la barra estaba herido. Que se nos perdiera de vista un amigo durante 25 años, vaya y pase. Pero que ahora todo el mundo lo supiera era demasiado. La tortuga, con largas zancadas, había huido del jardín. Y algo había que hacer para recuperarla. "No puede ser. Con las redes sociales este pibe tiene que aparecer", pensamos. Pero la única verdad es la realidad, tal como machacaba Aristóteles después de apropiarse de la frase del general, y lo cierto es que por mucho que molestara nadie tenía noticias certeras sobre Gustavo, "el niño nadador", como lo bautizó desde su título el diario.
Nos acordamos de sus viejos y de un negocio de quiniela en la calle Mitre. Pero ahora, de eso, no quedaba nada. Ni una pista. Para colmo el diario apuraba. "Avisame cuando localicen al nadador", reclamaban desde la redacción. Todos se sentían tocados y Gustavo seguía sin aparecer. Se inició entonces una búsqueda implacable, quirúrgica.
David Muratore habla rápido, como si las ideas se le fueran a escapar. El retrató al niño nadador, en la terraza de la escuela Alem. Esa imagen de Gustavo, en pose de pretendido vaquero hostil, inspiró la historia original, la del salvataje. La tomó con una Polaroid. David se puso en primera fila cuando salimos al mundo -digital‑ para buscarlo. "Hay que hacer una película con esto. Para Netflix. Pensalo", ironizó. Nos divertimos jugando con posibles vías de financiamiento. Cruzamos mensajes y me ofrecía las teorías más disparatadas. "Está muerto". "Preso". Después aflojó. "No quiere que nadie lo encuentre. Y está bien, es su vida", filosofó.
La competencia estaba lanzada. Todos corrían para dar con el paradero del fantasma. Primero apostamos a las redes sociales. Y apareció la supuesta hermana. "Vive en Ushuaia", avisó David. Le escribimos para terminar con el misterio. Esperábamos una respuesta edulcorada, con detalles de la nueva vida de Gustavo. En realidad no sé si queríamos saber tanto de él. Más bien el tema era ganar la carrera por encontrarlo. Mariano Harreguy, el uruguayo, es de hablar poco y salió con un golpe de nocaut para bajar el entusiasmo generalizado. "Sí, ésa es la hermana -puso en duda‑‑ ya le escribí en febrero de 2013 y nunca me contestó". Al demonio con esa alternativa.
Para la tarde David ya tenía una dirección en Miami, un teléfono y hasta el registro de un delito. Ese dato, al principio, nos alarmó. Vimos en el reporte que hablaba de tráfico y pensamos en droga. Nada de eso: se refería al tráfico de autos y a una multa que, seguro, era una simple infracción de tránsito. "Aparentemente vende seguros de vida", concluyó tras su búsqueda.
David Tabachnik fue por más. "¿Se acuerdan de Pamela, la prima yanqui de Gustavo que estuvo en Rosario a fines de los 70 o principios de los 80?", preguntó. ¡Claro que no! ¿Quién puede recordar a una persona que viste una sola vez en tu vida a los 9, 10 u 11 años? Tabachnik desbordaba entusiasmo. Ni nos escuchó. "Creo que podrían estar trabajando juntos".
En un recorrido imposible encontró una perla: Pamela y Gustavo compartían una óptica, allá en Miami. "En el balance figuran como socios", contó. Se sentía una detective. No sabíamos si alegrarnos o preocuparnos por lo que la búsqueda le estaba provocando. Marcelo Stenta, otro de los que compartió primaria con el "Niño nadador", se indignó: "¿Cómo te acordás del nombre de esa mina?". El diálogo terminó con una humorada genial: Marcelo envió por Whatsapp parte del video del famoso salto de Charly García desde un noveno piso, en Mendoza, y refiriéndose a Gustavo, remató: "Ya va a caer".
Entrando en la madrugada del martes Griselda se adelantó varios casilleros en el juego. "Sigue viviendo en Miami, tiene un hijo y una hija. No quiere tener Facebook. Le mandé la nota (del diario) a su mamá para que se la haga llegar", nos escribió en forma de telegrama. Griselda ni saludaba, señal clara de que se pavoneaba con una segura victoria: había aportado los datos más certeros y estuvo a centímetros de tocar al fantasma.
Me quedé unos días anhelante, esperando ver si recibía un correo, un mensaje, una prueba de vida. Nada. Quizás ahora que tiene más arrugas, menos cabello y un abdomen prominente Acuaman prefiere el silencio.