Zaira besó en la frente a su mamá, que estaba en cama, la tapó y le dijo que iba a darse un baño. Cargó un tacho de pintura vacío que hacía las veces de balde, salió al patio y comenzó a tirarse agua. Hacía calor y la casilla de chapa no tenía mayores comodidades que ésas para ella, su padre y sus hermanos. Vivir del cirujeo significa penar en la más absoluta pobreza. Como Zaira y los suyos. Tras el baño, la nena de 12 años estaba empapada y quiso comenzar a secarse, así que apoyo su mano sobre una de las chapas que sostienen su casa, a falta de pared. Y en ese instante un chispazo le atravesó el cuerpo. Un fuego que la quemó y la apagó para siempre. Sucedió el domingo en Villa Gobernador Gálvez. Sus padres la encontraron tendida en el patio de la casa, ya sin signos vitales. La cargaron en el auto de un vecino y luego la llevaron en brazos hasta la guardia del Hospital Anselmo Gamen. Los médicos intentaron reanimarla durante una hora, hasta que el diagnóstico fue irreversible: muerte por electrocución.
La familia de Zaira vive de cirujeo y habita en San Lorenzo 1970, en el extremo oeste de Villa Gobernador Gálvez, un barrio de casas bajas, donde todas las calles son de tierra. En cada celebración del día del medioambiente, de la ecología etc, etc., suelen mencionar a los cirujas con impostado orgullo: "Los recolectores informales nos dan un ejemplo de reutilizamiento del cartón, el vidrio y los metales y así cuidan a nuestro planeta". Patrañas. Ellos sí, nos dan el ejemplo, pero a nadie le importa realmente. Ser ciruja por estos lares es vagar con un carrito en busca de basura para rebuscarse el peso. Y ser pobre, miserablemente pobre. Ellos son pobres, al igual que unas 200 mil familias en el departamento Rosario, según un relevamiento de ONG Techo, no cuentan con servicio de electricidad. Se abastecen de una conexión irregular. Una maraña de cables enrevesados que electrificaron la chapa sobre la cual se apoyó la nena fatalmente.
En el extremo oeste de Villa Gobernador Gálvez, un barrio de casas precarias y pequeñas, todas las calles son de tierra.
Si Zaira hubiera vivido en una casa hecha de ladrillos y cemento, o si hubiera accedido a un adecuado servicio de energía eléctrica, o si siquiera hubiera contado con un baño donde higienizarse, quizás estaría viva. Pero no. Todos esos derechos le estaban vedados.
Algunos hablaron de mala suerte, o de accidente, porque es verdad, no hay muchos casos como el de Zaira, por fortuna. Pero la verdadera causa de su fallecimiento es la pobreza estructural. ¿Alguien duda de ello? Zaira se murió porque era pobre.
Según esta misma fuente, el 90 por ciento de las personas que habitan en asentamientos irregulares acceden a la energía eléctrica a través de una conexión ilegal. Una situación que pone en peligro a todos, pero que nos hemos acostumbrado a naturalizar. Las carencias con las que crecen las hijas e hijos de miles de familias, incluída la falta de servicios elementales y de viviendas aptas plantean una desigualdad tan abrumadora que, dolorosamente, a veces marcan la diferencia entre vivir y morir abruptamente. A los 12 años.